Química Irresistible ©

Capítulo 12

 

Capítulo 12: Química Irresistible.

 

MICAH.

 

 

Rosie palidece. Puedo verle hiperventilando y me preocupo. De verás me preocupa que pueda darle un patatús y caer muerta a mis pies. Claro, no es que me moleste la idea de tenerla muertecita a mis pies pero ese no es el caso en este preciso instante.

Ya habrá tiempo para eso. Luego. Sí. ¿Por qué no?

Trato de acercarme a ella cuando la veo buscando la manera de traspasar las puertas metálicas del ascensor. Ella hace un sobrehumano esfuerzo en intentar abrir las puertas clausuradas con sus dedos temblorosos. Lo único que ilumina la estancia es el bombillo de la luz de emergencia. Se ha ido la luz y sí, no soy fan de estar a oscuras pero ver a Rosie enloqueciendo frente a mí, me disgusta.

—¡Ey! ¡Ey! —intento acercarme avanzando unos tres pasos hacia ella. Rosie se pega aun más a la puerta y debo morderme los labios para no maldecir en su presencia. Tú puedes con esto, Janssen. Solo debo hacerme de cuenta que lidio con una paciente del manicomio—. ¿Podrías tranquilizarte por un momento? Solo se ha ido la luz. No es el fin del mundo. —digo sin humor.

No puedo asegurarlo pero estoy seguro de que se encuentra conteniendo la respiración. El resquemor me atenaza, no quiero ser el culpable de que pueda terminar asfixiándose frente a mí. Eso sería perturbador. La única forma en la que la quiero ver asfixiándose es con mis besos. Oh, galán.

Exigiéndome no seguir dándole vueltas a mis pensamientos, vuelvo a acercarme a ella. Rosie permanece alterada. Demasiado alterada. Me recuerda a las chicas que aparecen en el medio de la carretera después de haber escapado de la cabaña de su secuestrador. Muy bien. Es hora de dejar de ver documentales en Discovery.

—¡No! ¡No! ¡No! —apenas consigue balbucear. Se lleva las manos al rostro y las frota contra el mismo, desapaciblemente. Insiste en intentar abrir la puerta, cosa que con toda la lógica universal existente, no va a lograr. Solo está expidiendo sus reservas de energía en vano—. Esto… no. No puedo estar encerrada. ¡Ay Dios mío! ¿Por qué? ¿Por qué me haces esto? ¡No! ¡Ah! —gruñe.

Debo reprimir los impulsos de carcajearme en frente de ella que me invaden como una guerra militar. Ella es demasiado exagerada. No es la peor cosa que pudo haberle ocurrido en la vida… ¿cierto?

¿Qué harías si te quedarás encerrada en un ascensor con un Janssen?

¿Te volverías loca como Rosie?

Kathleen hubiese sabido cómo controlar la situación. Ella es sabia, mi querida amiga, Isabel.

—No va a abrirse así, Rosie. ¡Venga! ¡Tranquilízate! —musito en voz suave y melódica. Ella se mantiene adherida a las puertas y casi creo ver sus ojos humedeciéndose.

Pero por más que lo desee, sé que no va a llorar.

En primer lugar, porque no es una razón lo suficientemente desdichada como para echarse a llorar.

Y en segundo lugar, porque así es Rosie. Ella, sencillamente, no llora. No demuestra lo que en verdad siente. Siempre ha sido así, desde que la conocí en primero de secundaria. Existe una distinguida diferencia entre Rosie y las demás chicas que he conocido en mi vida; entretanto las demás chicas solo buscan lo que se encuentra adentro de los esquemas y no se esfuerzan ni un poco por ir más allá de lo que corresponde en la vida; Rosie marca una conspicua diferencia, ella no se conforma con lo que debería aceptar, ella va por más sin importar el costo que eso implique. Ella no es de esas chicas que tienen la cabeza en chicos, fiestas y demás. Ella sabe lo que quiere hacer con su vida sin importar lo que dicte el destino.

Rosie es diferente.

Rosie es algo más.

—No es tan malo, Rosie. Suenas como si estar encerrada conmigo fuese una tortura peor que los azotes que Christian le daba a Anastasia. —mitigo con un atisbo de diversión. Mantener la calma es una de mis virtudes. Creo que nunca he estado lo sobradamente alterado como para perder la calma y volverme irreconocible.

Ella ríe sin humor a la vez que se detiene de tratar de abrir la puerta. Eh, al menos conseguí detenerla durante un par de segundos.

—¿Te leíste Cincuenta sombras? —larga como si creerlo fuese un pecado.

Hundo un hombro y ladeo la comisura de los labios.

—Sí. ¿Quién no lo ha leído?

Otra vez sus prejuicios. ¿Es demasiado extraño que a un chico le apasione la lectura romanticona?

No tan extraño como ser aficionado a los dramas de princesas.

Rosie resopla moviendo los labios. Se pasa las manos por el cabello y echa su melena castaña hacia atrás de las pálidas orejas. Trato de no pensar en aquella vez que nos besamos en la alberca. Ha sido el mejor beso que he y me han dado en la vida.

Actúa como si acabase de darse cuenta de que no conseguirá salir de acá gastando sus energías de aquella forma. Admiro su atuendo, casual pero representativo, siempre sin perder esa esencia impoluta que la caracteriza.




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