Capítulo 19: Mágicos.
ROSIE.
El irritante estrepito similar al de un barco me zumba en los oídos. Me encuentro soñando con bibliotecas, ascensores, botes y lobos cuando de pronto, el sonidito fastidioso zumba una vez más justo en medio de mis oídos. ¡Menuda mierda! ¡No hay ningún barco Titánico en mis sueños!
Entonces, me despierto.
Estiro mis brazos, y parpadeo un par de veces hasta acostumbrarme a la intensidad de la luz solar. Extiendo mi brazo hacia un costado y trato de removerme pero algo no me lo permite… no, señores. No es un algo es un Micah Durmiente. Enseguida, mis parpados se abren de golpe. ¡Nos hemos quedado dormidos en el bote después de cenar unos bocadillos!
El corazón me late con fuerza al hacer memoria. Micah comportándose como un príncipe de ensueños la noche anterior. Y me pregunto de manera inevitable si todo lo que hemos vivido hasta ahora no es parte de alguna jugada mental. ¡Maldición! ¡Nos besamos! ¿Nos besamos?
Que esto sea un sueño. ¡Que esto sea un sueño!
Ruego en mi interior pero el escandaloso ruido de la bocina del barco ruge una vez más, causando que el chico durmiendo a mi lado, se despierte un poco desorientado. Pestañea con sus largas pestañas avellana, y enfoca sus verdosos ojos sobre los míos.
—Buenos días, Caperucita. —saluda adormilado. Su voz sonando más ronca que de costumbre. Debo morderme el labio inferior para ahorrarme uno de esos suspiros atontados innecesarios.
No es un sueño. He dormido con Micah Janssen.
Me atraganto con mi propia saliva. Bueno, no de esa manera sucia… solo hemos pasado la noche juntos en un bote.
Creo que ahora sí empiezo a sufrir los mareos que debí haber padecido la noche anterior. Siempre me han mareado los botes ahora que lo pienso.
Nunca has ido en un bote, Rosie.
No, pero eso no lo sabe él.
—¿Qué hora es? —le pregunto entretanto lucho con mi pantalón para extraer el móvil del bolsillo trasero. Sin batería. Já. ¡Por supuesto que sin batería!
Micah le echa un vistazo al reloj que adorna su gruesa muñeca. Se talla los ojos, y me mira nuevamente.
—Son las nueve menos veinte. —me informa. Se pasa ambas manos por el rostro en un perezoso intento de arrancarse el adormecimiento.
Por alguna razón, mi mirada no se pierde de ninguno de sus movimientos. ¡Él siempre luce irresistible! Es decir, por Dios, apenas se despierta no puede lucir como un puto dios griego recién levantado. Eso ni siquiera es posible.
Puede que para ningún otro mortal, solo que estamos hablando de un Janssen. Para ellos hasta lo imposible es posible.
Como que te enamores de Micah Janssen, por poner un ejemplo.
Ruedo los ojos ante la insoportable vocecilla en medio de mis pensamientos. Yo no estoy enamorada de Micah Janssen… solo me parece atractivo… suculento… sexy… pero esto que siento definitivamente no se trata de amor.
Me repito lo que mis oídos acaban de escuchar. ¿Ha dicho las nueve menos veinte? ¡Oh, no!
Se suponía que debía estar en la habitación a las once lo más tarde; no se suponía que pasaríamos la noche juntos. Mucho menos que dormiríamos abrazados como dos amantes que esconden sentimientos prohibidos el uno por el otro.
—¡Mierda! ¡No puede ser posible! ¡¿Cómo pudo suceder que nos quedásemos dormidos?!
Me altero un poco… por no decir, me pongo histérica. No quiero pagar mi euforia con él pero no puedo evitar sentir que es en parte su culpa. ¡Él me llevó a dar un paseo en un bote!
Bebimos un poco de jugo de limón, comimos un par de quesos en cubitos con salami hasta que el sueño nos venció a los dos. Fue una agradable conversación en la que no hacíamos más que contarnos cosas estúpidas. Realmente inocentes, y poco profundas.
Sin embargo, fue una noche que no quiero olvidar jamás pese a lo que suceda dentro los siguientes días.
—Ya tranquila, Hamilton. ¿Por qué te estresas por absolutamente nada? —se pone de pie. Mueve el bote de sitio antes de que el capitán del barco nos demande o algo parecido. Já. ¿Por nada? ¿En serio le parece que no ha sido nada? Micah reanuda la conversación tras salir del cubículo—. Es sábado, Rosie. No tienes que ir a clases, descuida —dice en un intento de aligerar la tensión en el ambiente.
Me cruzo de brazos. En mi fuero interior, solo desearía poder verme en este preciso instante para asegurarme de que no parezco una marmota recién parida. ¡Oh, Centellas! Las mañanas siempre se convierten en mi más letal aliado.
Me detestan casi tanto como yo a ellas.
¡No me he cepillado los dientes tampoco! ¡Ni he peinado mi cabello! Use rímel anoche… ¡debió haberse esparcido por todo mi rostro! Debo parecer un endemoniado panda ahora mismo.
—No entiendo cómo fue que pudimos quedarnos dormidos —digo. Por más que me esfuerzo en entender qué fue exactamente lo que sucedió—, al menos que tus bocadillos…