Capítulo 31: Última Oportunidad.
MICAH.
Ella no puede marcharse.
Bueno, de poder, sí puede hacerlo. Sin embargo, nada podría sacarme de la cabeza que no desea en lo más minúsculo hacerlo. Grace resultó ser más astuta de lo que idealizaba en mi cabeza. No juzgues a un libro por su portada, suelen decir. Cuando vi a Grace lo último que pensé fue que terminaría queriendo robarse a Caperucita. Mi Caperucita.
Cierro los parpados con fuerza mientras pienso en ella. La desilusión abriéndose espacio en sus delicadas facciones. ¡Mierda! ¡Me trae loco! Con esa maquiavélica sonrisa de ángel, y esos irresistibles labios rositas llenos de dulzura. ¿Cómo pude resistirme a esta química durante tanto tiempo?
Solo lo convertí en una insana obsesión.
—¿Podrías concentrarte en la tarea, Micah? —la pregunta de Kiara me hace regresar a la realidad.
Nos encontramos en la biblioteca formulando las hipótesis para nuestra tesis. Sin embargo, no puedo evadir centrar mi atención, mente, y anatomía en rumbo a Rosie. Solo pensar en que podría irse… me produce escalofríos.
Ni siquiera tuvo la oportunidad de ofrecerme alguna respuesta cuando recordó el momento en el que me sinceré con ella. Digo, ella me gusta… pero aunque nos podamos estar juntos, nunca podré arrancarme el recuerdo de sus labios de la cabeza.
No buscaba a nadie, y llegó a mi vida para cambiarlo todo.
—Sí, sí. Lo siento. Solo, creo que… —trato de centrar mi atención en la libretilla de apuntes que yace sobre la mesa, y Kiara alza las cejas—, me distraje.
Ella exhala.
—Por enésima vez, Janssen. —gira los ojos en dirección al cielo, y procede a evaluarme con su inquisitiva mirada oscura. Presiento conocer el tema que planea abordar para sus adentros, pero no me anticipo hasta escucharla resoplar sus labios con cansancio—. Ya ni pareces tú —se ríe con pesar, sin apartar su mirada sobre mí.
Curvo los labios en una sonrisa demasiado forzada, y meneo la cabeza, acariciando el lomo de la libretilla con mis dedos.
—Sigo siendo el mismo, Kia. —le dedico una sonrisa de labios apretados.
Kiara me arrebata la libretilla de las manos, y la conduce al interior de su mochila indicándome que hemos terminado por esta tarde. Pienso que no dirá nada más hasta que se pone de pie, y se decanta por inspeccionar mi rostro con una contundente preocupación brillando con fuerza en medio de sus pupilas.
Un suspiro abandona sus labios.
—No, Micah. No eres el mismo chico que solía conocer.
De manera involuntaria, arqueo las cejas, bastante desconcertado a decir verdad. La expresión de solemne tristeza que surca sus facciones me idiotiza.
—¿De qué hablas, Kiara? Sigo siendo el mismo Micah de antes; ¿a caso olvidaste aquellos días en los que íbamos juntos a leer libros en la biblioteca, y luego la encargada nos sacaba a patadas cuando no podíamos parar de reírnos acerca de los extraños títulos de auto ayuda? —ella sonríe a medias como si el recuerdo viviese fresco en su memoria. No obstante, más allá de felicidad, la melancolía se encarga de nublar su mirada.
—Como si fuese ayer, Micah —exhala un sonoro suspiro antes de colgarse la mochila en los hombros—. Como si… —se muerde el labio acallando las palabras que luchaban por salir al exterior.
Alzo una ceja.
—¿Como si…?
Kiara entrecierra sus ojos marrones en mi dirección, y abraza el libro que sostiene entre los brazos antes de dirigirse a mí.
—Como si ella jamás hubiese aparecido de nuevo, Micah. —se sincera. La voz le tiembla con rencor cuando atraviesa su laringe—. Sucedió una vez, Micah. La noche que la besaste en la alberca un par de días antes de la graduación. Juraste que solo la habías besado por un reto; sin embargo, había más que desafío en tu mirada cuando la besaste… No estaba tan equivocada después de todo. ¿No?
Silencio. Incapaz de reconocer mis errores, me limito a sostenerle la mirada, incluso cuando sus ojos se llenan de lágrimas, y su corazón roto comienza a hablar por ella.
—¡Prometiste decirme la verdad! ¡Te creí! ¡Siempre te he creído, incluso cuando sé que no debo hacerlo! No hago más que engañarme a mí misma solo porque me importas. Cada día trato de convencerme que eres demasiado bueno como para darte cuenta de lo mucho que me hiere que me rechaces… —se pasa el dorso de la mano para enjuagarse un par de lágrimas que se han escapado de sus ojos, y sorbe por la nariz. Me parte el corazón en cuatro mil pedazos al cubo ser el causante de sus lagrimas.
¿Por qué no pude enamorarme de Kiara?
Solo la estrellé contra un muro de mentiras que yo mismo me encargué de crear. No eres tan bueno como todos piensan que eres. Me paso una mano por el cabello, y me froto los parpados.
—Yo te amo, Kiara. Has sido única para mí, y me has apoyado desde momentos inmemorables. Estaré siempre con una deuda eterna hacia ti; pero no te diré lo que quieres escuchar incluso si eso implica verte llorar. Prefiero herirte con la verdad, que matarte con mentiras. Después de todo, el dolor que sientes ahora será pasajero, pero mentirte… será para siempre. No puedo mentirte… —me acerco dos pasos más hacia ella. Su rostro bañado en lágrimas me hace sentir el imbécil más grande de este mundo—. No me pidas que te mienta, porque no lo haré. ¡Yo quiero a Rosie! No solo la quiero, ¡estoy loco por ella! ¿Puede que suene loco? Tal vez, pero el amor es una locura. Ya sabes eso, ¿no? —exhalo pesadamente antes de tomar sus mejillas con mis manos, y acariciar sus pómulos con mis dedos pulgares—. Tú eres increíble, pero no seré yo quién te impulse a brillar, brillas sola, y te aseguro Kiara Davis que nadie podrá extinguir tu luz jamás.