Capítulo 32: Ville D'étoiles.
ROSIE.
Una cita a escondidas.
¿Qué tan loco podría resultar? Dudo que termine siendo peor que regresar en contra de mis deseos interiores a casa de mis padres. Ni siquiera logré darme cuenta de cuando la situación perdió el carril. Estaba tornándose turbio. Cada día más. Cada segundo más.
Termino de introducir una camisilla en el interior de la maleta mientras Mecha llora a moco suelto sobre la alfombra del suelo de la habitación. Miro su cabello castaño hecho un verdadero desastre, y una mueca surca las facciones de mi cara. Tiene una pequeña cajita con pañuelos entre las piernas, entretanto inspira bruscamente por medio de sus fosas nasales.
—Si estuviésemos en el siglo de la cacería de brujas; juro que Rinarie Hamilton sería la primera en ser calcinada en la hoguera —dice de mal humor, apretujando el pañuelo que sostiene entre sus manos temblorosas.
Trato de reírme debido a su comentario, pero pensar en mi madre solo hace que el nudo en la garganta incremente a niveles inimaginables. No hago más que esbozar una mueca en mis labios, y coger asiento en el borde de la cama.
Mecha suspira sonoramente, y sacude sus mocos una vez más. Podría asegurar que los gérmenes de su cuerpo revolotean por los aires.
—Ella solo hace lo que en su juicio considera sensato —hablo, intentando recuperar mi voz.
Ella gira los ojos, y arranca otro pañuelo de la cajita para llevárselo a la nariz.
—Su juicio no es sano, Rosie. ¡Tu madre está loca! ¡Perdió la cabeza! —exclama, alterándose de manera que sus brazos empiezan a sacudirse como si padeciese de un ataque de epilepsia. Me avienta un pañuelo, y lo intercepto en el aire para evitar que entre en contacto con mi cara—. Vaya, ni necesitó ir a la horca para perder la cabeza.
Muerdo mi labio inferior.
Ella tiene razón, pero mamá me ama.
Supongo que las madres son así. Muchas veces actúan siguiendo aquella vocecilla que cree siempre tener la razón para todo, incluso cuando están cada vez más distantes de acercarse a hacer lo correcto.
Sé que me ama, a su peculiar e injusta manera de ser. También sé que debí haber hecho más resistencia a regresar a casa, solo que tal vez, me he cansado de luchar contra la corriente, he doblado mis rodillas.
Busco debajo de la almohada la cartita que alguien dejó en mi puerta esta mañana. Huele a su perfume aún. El aroma viril de su colonia se mantiene intacto emanando una dulzura que me abate el estomago.
Él quiere verme.
Él está luchado por mí.
Micah está luchando por mí.
Una bobalicona sonrisa se abre paso en medio de mis labios, y el calor se adueña con peligrosidad de mis mejillas cuando recuerdo la explosión que en mí causó su confesión. No me lo esperaba.
Nunca esperé nada de esto. Nunca esperé que un chico como Micah colocara sus cetrinos claveles sobre mí. Nunca se me cruzó por la cabeza que aquel chico egocéntrico, competitivo pero endemoniadamente sensual, podría concederse sentir algo por mí. Digo... sé que nunca fui un cero para él. Pero siempre deseé serlo. Un jodido cero en la vida de Micah Janssen. Quizás, en el fondo de mi caparazón, sabía que había algo en él... un algo... algo especial que no había en nadie más... un algo que nos atraía... una química.
Siempre estuvo allí, de manera invisible, casi imperceptible, pero siempre ahí... latiendo en medio de nuestros corazones aislados.
—Él no va a permitir que te marches, Rosie. —destaca Mecha.
Mis dedos se presionan con firmeza sobre la cartita, y vuelvo mi mirada hacia la de ella para concentrarme en sus brillantes ojitos marrones. Sus parpados ligeramente hinchados debido al llanto.
—Ya lo sé... —musito, sintiendo las espigas incrustándose en mi piel sin misericordia—. Ya lo sé.
Después de todo, lo prometió.
Prometió no rendirse.
(...)
El sol ha caído cuando termino de vestirme. Mi madre estuvo robándose mi tiempo durante toda la tarde para asegurarse de que hiciera mis maletas sin jugarretas tramposas. Las hice tal como ella pidió. Ordené mis libros adentro de las cajas. Guardé casi toda mi vestimenta en las maletas... casi toda.
Contemplo el vestido que me mira con ojitos desde la cama. Mecha a mi lado lloriquea de la emoción, entretanto las gemelas se encargan de hacer mi peinado y encargarse de transformar mi rostro con un maquillaje sutil pero impecable. Sin quejas esta vez. He quedado maravillada con el resultado final tras una larga hora con la espalda erguida, y los parpados cerrados.
Solo falta colocarme el vestido. La pieza final de la obra de arte.
Mientras preparaba mi maleta en casa antes de tomar mi vuelo a Inglaterra; entre un sinfín de harapos tirados en el suelo, el vestido cayó en mi vista. Sublime, angelical, majestuoso, alucinante... planeaba usarlo en la fiesta de graduación pero decidí posponer su uso para un día especial.