Química Irresistible ©

Capítulo 37

 

Capítulo 37: Pilares.

 

ROSIE.

 

 

 

El medio de la nada rodea la camioneta. La oscuridad se extiende en el exterior del vehículo, y el silencio comprime nuestros corazones. Sin tener la menor idea de a dónde dirigirnos, y con el corpulento impulso de alejarnos de aquél lugar, decidimos ir a algún lado para intentar tranquilizarnos.

Una media sonrisa algo tensa se ha apoderado de mis labios desde hace un par de minutos atrás. Más específicamente desde el segundo en el que Micah confesó sentirse más que atraído hacia mí.

No una química.

No una atracción.

Mucho más fuerte que todos ellos.

Sin embargo, sigo sin comprender cómo funciona el amor. Amar. Sin duda, una palabra con mucha intensidad. Intensidad que no puedo controlar. Sentimiento que no puedo manejar.

He leído muchos libros sobre amor, pero, ¿qué es exactamente el amor?

El auto se detiene tras quince minutos de andar deambulando por las desoladas calles de Londres. Me percato que nos encontramos en la circunvalación de la ciudad. Puedo contemplar la hermosa ciudad británica frente a mis ojos, y la vista es, incuestionablemente, la más hermosa de todas las vistas. El London Eye alzándose con majestuosidad justo a un lado de las luces parpadeantes, y el puente de la torre cruzando el vasto río.

Mi respiración es apenas un susurro, y admito que desearía poder meterme adentro de la cabeza de Micah para echarle un vistazo a sus pensamientos. Ha estado muy silencioso desde que confesó que me amaba… oh, mierda. ¿Me ama? ¿Cómo puede estar seguro de ello?

Mi cerebro se apresura en recordarme que Micah siempre ha sido un libro abierto conmigo. Sin importar la intensidad de sus palabras, nunca se ha tragado un solo sentimiento para sí mismo.

Tan diferente a mí.

Decido romper el silencio tras lacónicos segundos de un abundante silencio que me eriza cada vello del cuerpo. Ha sido una noche larga, pero sospecho que aún queda mucho más por hacer.

—Cuando Kevin dijo lo de tu padre… ¿iba en serio? —temo mirarle, así que poso mi mirada en el río ubicado a la lejanía frente a mí.

Micah se concede un par de segundos para meditar en la respuesta. Puedo oler su aroma introduciéndose en mis fosas nasales, y a mi corazón aplaudir con gusto. Se siente bien estar junto a él. Se siente jodidamente genial saber que le importas a alguien más que no sea a tu propia familia.

—No exactamente, pero sí… —exhala el aire contenido en sus pulmones, y me dirige la mirada por encima de su hombro. Sus ojos brillantes carecen de su usual brillo, y alegría—. Cuando tenía diez años, mis padres atravesaban una mala época, y…

Coloco mi mano frente a él, indicándole que se detenga. Noto cuánto le cuesta hondar en el tema, por lo que prefiero ahorrarle esa tortura, y aguardar a que se sienta seguro de abrirse a mí.

—No quiero presionarte, Micah.

Una media sonrisa surca sus labios, y menea la cabeza antes de proceder a inhalar profundamente.

—No me estás presionando, caperucita. Yo quiero contártelo… —se frota un brazo, y sus ojos se encogen en las esquinas—. Toda torre necesita pilares de los cuales sostenerse. ¿Te gustaría ser mi pilar, Rosie? —me mira con diversión, y sonrío como una boba cuando revela sus dientes brillantes en medio de la sonrisa.

—Nada me gustaría más que ser tu pilar, Janssen.

Su sonrisa se vuelve unos centímetros más amplia, y mi corazón se cubre los ojos para no llorar a mares.

Micah vuelve a inspirar con fuerza. Separa los labios, y sus dedos se cierran alrededor del volante.

—Podía notar que algo andaba mal entre ellos cuando los oía discutir en su habitación por las noches. Sin embargo, nunca pensé que podrían separarse. Curiosamente, a esa edad creía que si dos personas estaban juntas era por amor, y… habían muchas cosas entre ellos menos amor —sus labios se presionan con fuerza, y me siento hipnotizada por el brillo que transmite su mirada cetrina—. Como hermano mayor debía hacer hasta lo imposible para que Mikhail y Mickey, quien era solo un bebé, no lo notasen. Funcionó hasta ese día… —su voz pierde la composición paulatinamente, y sus dedos se aprietan alrededor del volante—. Cuatro de julio; diez de la noche; papá recibió una llamada de la señora Collins; se trataba de mamá… —sus ojos se humedecen, pero Micah se lleva las manos hacia el rostro para cubrirse los parpados. Noto cuánto le afecta recordar. No obstante, no hago más que mirarle mientras saca todos sus sentimientos a la luz—. Nunca supe qué le dijeron en esa llamada, o la razón por la cual salió corriendo en busca del auto y nos abandonó en casa durante horas… —menea la cabeza, y su mirada se sumerge en la oscuridad alrededor de la camioneta—. Solo sé que después de esa noche, nunca volví a ver a papá en casa… solo en una deprimente habitación de hospital.




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