Química Irresistible ©

Capítulo 39

 

Capítulo 39: Virgen.

 

ROSIE.

 

 

—¡Bienvenida a casa!

Son las primeras palabras que recibo tan pronto poso el dedo acusador sobre el frío timbre junto a la puerta. Ni siquiera me han permitido tomarme algunos minutos para recomponerme del eterno vuelo, y las nauseas que me produce estar en las alturas.

Miro las caras conocidas que se interponen en medio de mi camino entre la puerta y el umbral de la casa. Inhalo profundamente, y miles de órdenes salen disparadas desde mi cerebro hacia mis labios, instándome a formar una sonrisa en mis labios.

La primera persona en abalanzarse sobre mi cuello sin darme tiempo siquiera de reaccionar, es papá. Sus fuertes, grandes y fibrosos brazos se enroscan alrededor de mis delgados hombros temblorosos. Mi nariz inspira su aroma, y enseguida reconozco ese perfume; el mismo perfume que le obsequié en la navidad anterior.

—¡Te extrañé tanto, mi pequeña bolita de pelos! —sus manos acarician la parte occipital de mi cabeza, y me limito a balbucear entre sus brazos y su pecho.

—También te eché de menos, papi —sonrío con dulzura, y él permite que consiga respirar a duras penas. Sus ojos se han cristalizado, y enseguida mi pecho se hunde.

Luego, otros brazos se lanzan al encuentro de mi cuerpo, y reparo en el rostro de mis tías hasta que tras diez minutos de pie, y lanzándome de brazo en brazo, consigo saludar a la única persona con la que aún no he tenido contacto alguno. Rinarie Hamilton. Miro su atuendo de falda plisada, marinera blanca y peregrinamente alisada, sus tacones de punta fina, y su maquillaje impecable. Impoluta como siempre. Cada hebra en su sitio. El sutil brillo de labios que utiliza, y finalmente reparo en la sonrisa que se abre paso entre sus labios de manera suspicaz.

Ella estira sus brazos indicándome que me acerque a darle un abrazo, y debo luchar contra todas las fuerzas de resistencia que se interponen en mi camino mientras me recuerdo que mi madre no muerde… o eso espero.

Sus manos se entrelazan detrás de mi cráneo, y un escalofrío me recorre el cuerpo entero cuando sus dedos trazan imaginarios círculos sobre mi cuero cabelludo. Su perfume me hipnotiza, y por un segundo, mi corazón tiembla. Segundos más tarde, decido alejarme prudentes centímetros de su cuerpo, y me esfuerzo por tirar de mis labios hacia arriba.

—Rosarie —ella me echa un vistazo de arriba abajo, y sus labios se presionan ligeramente en las esquinas—. ¿Cómo ha estado tu vuelo? ¿Has venido con…? —ella se queda callada durante lacónicos segundos, y sacude la cabeza sin culminar su diatriba.

Sé que se refiere a Micah por la manera en la que una diminuta pero latente vena se asoma sobre su cuello.

—No he venido con él. —murmuro esta vez con menos volumen, sosteniéndole la mirada. Mamá asiente, y exhala todo el aire contenido en sus pulmones como si le supusiese cierto alivio.

La última vez que nos vimos, creí que había comprendido mi decisión, pero por la manera en la que actúa noto cuánto esfuerzo le cuesta disimular que aprueba mi relación con Micah.

—Entiendo —se cruza de brazos, y alza una ceja—. Lávate las manos. Te esperamos para cenar —mangonea tan autoritaria como de costumbre.

Sin embargo, no rebato al respecto. Me extralimito a mover mi cabeza, asintiendo, y obedeciendo.

Me había hecho prometer a mí misma antes de abordar la aeronave que durante estos días de vacaciones de verano, procuraría estar en paz con la vida. Estar en paz con mamá. Estar en absoluta paz.

Micah se ha venido en otro vuelo por lo que no hemos alcanzado a encontrarnos. No hay drama. De todos modos, sé que tendremos tiempo para vernos este verano. Exhalo un suspiro al pensar en el verano. Todo se me resulta tan de locos. Digo… el verano pasado fue tranquilo. Todo estaba en perfecto control. Micah estaba fuera de mi mente, ni siquiera me agradaba. Mi madre seguía controlándolo absolutamente todo. Mi vida era tan monótona que me había convencido de que así sería por siempre.

Y ahora, estaba haciendo planes en mi cabeza que involucraban al chico de los ojos cetrinos y endemoniada sonrisa, y hacerle la guerra a mi madre para que se mantenga al margen de mis decisiones.

‹‹Diablos››

Un completo giro de 180 grados.

Termino de lavarme las manos, y me echo un rápido vistazo en medio del espejo. Mis enormes ojeras oscuras delatan las noches de insomnio que he tenido los últimos días, y una sonrisa algo perezosa se desliza en mis labios cuando recuerdo el motivo de todas estas noches sin dormir. Micah, y sus espontaneas conversaciones nocturnas. Me río un poco frente al espejo, y recuerdo la noche anterior en la que estuvimos hablando durante toda la noche sobre los cometas, las constelaciones, y cualquier estupidez que se nos cruce por la cabeza.

‹Entre todas las estrellas brillando en el firmamento, tú eres la más brillante de todas››

Me atuso el cabello, y noto la forma abrupta en la que mis mejillas se colorean con tan solo recordar sus palabras el día de nuestra primera cita. Tocan la puerta del baño, y reacciono de inmediato. Mamá nunca aprenderá a esperar.




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