Capítulo 42: Antes De Ti.
ROSIE.
Nunca me he subido a uno de esos teleféricos antes.
Me aterra el hecho de permanecer en las alturas durante demasiado tiempo. Miedo a las alturas. Sí. Debe ser eso. El ambiente a mi alrededor me hace pensar que me encuentro a punto de escalar el Everest. Todo el hielo bajo mis pies me hace estremecer, y pese a que nos hemos ataviado con uno de esos trajecillos para esquiar, el frío congela mis huesos de todas maneras.
Miro a Kathleen a mi lado. Ella se muerde las uñas, o el guante, en realidad. Se le nota nerviosa, aunque no podría deducir cual de las dos se encuentra más nerviosa mientras que los chicos parecen maravillados con lo que planeamos hacer.
—No. —digo—. No lo haré. No terminaré generando mi propia muerte. —meneo la cabeza, y me aferro a mis brazos.
Mikhail desliza una sonrisa en sus labios, y todo su gesto emana diversión.
Típico de Mikhail Janssen.
Podría asegurar que si me hallo cayendo de un acantilado, él solo se burlaría.
—No morirás, Hamilton.
Inhalo hondo, pero el aire se ha tornado demasiado espeso como para ingresar con facilidad por medio de mis fosas nasales. La piel de mi rostro arde un poco, y debo cubrirme los labios con las manos.
—Yo creo que moriremos todos —pronuncia Kathleen, con la mirada incrustada sobre el teleférico entretanto las parejas se lanzan felices directo a su destino final: la muerte.
No quiero morir.
No puedo morir.
Soy virgen, aún.
—Concuerdo contigo. —me uno a su equipo. Ella sonríe.
—Sí… estaremos bien aquí con… —mira al viejo regordete que se encarga de ofrecernos los uniformes para esquiar, y sus ojos se agrandan unos centímetros. Se muerde el interior de la mejilla—, o tal vez no… —vacila, regresando la mirada hacia Mikhail.
Puedo imaginarme al viejo representando el rol de violador en la más terrorífica de las películas. Mierda.
Estamos perdidas.
Morir con el viejo violador o… morir en el teleférico.
Escojo al violador.
Micah, aparentemente agotado de oírnos negándonos, se toma el entrecejo con las manos, y exhala un prolongado suspiro. Luego, dirige sus lindos ojos cetrinos hacia mí. Sonríe con hastío.
Mis piernas flaquean, y me gustaría echarle la culpa al frío.
—¿Confías en mí? —pregunta.
Frunzo el ceño.
—No confío en esa cosa monstruosa… —señalo el teleférico, y Micah avanza un paso más hacia mí. Toma mis manos entre las suyas, y las presiona con delicadeza.
Sus luceros verdes perforándome hasta el fondo.
Eso no ha sonado bien… ni siquiera en mi cabeza.
—¿Confías o no en mí, Caperucita?
Me muerdo el labio inferior, y por un segundo puedo ver mi reflejo asustadizo en medio de su mirada.
No le echo mucha cabeza antes de asentir.
Confío en Micah más de lo que confío en cualquier otra persona.
Confío en él… incluso, más que en mí misma.
—Sí… —suspiro, y una sonrisa se abre espacio en medio de mis labios. Una sonrisa segura de lo que digo. Convincente—. Si confío…
De pronto, me encuentro recordando la noche anterior. No hemos dormido en la misma habitación. Él ha respetado mi decisión. Siempre lo hace. Desde el primer instante.
Solo que no sé hasta qué punto pueda soportar estar tan cerca de él, deseándolo por completo, y no poder tenerlo.
Nubla mis pensamientos con solo un beso, y admito que ardo de los nervios. Él tiene la habilidad de con solo una mirada, derretirme por completo. Con solo una palabra, quebrarme. Con solo un simple beso, traerme de vuelta a la vida.
Él tiene todo lo que necesito.
Él es todo lo que necesito.
—No soltaré tu mano en ningún segundo. —sisea con su rostro muy cerca del mío. Contemplo el humo que abandona sus labios, y su contorneado rostro tallado por los mismísimos dioses.
Inexorablemente, sonrío.
—¿Lo prometes? —sus ojos brillan, y él lleva mis manos hasta sus labios para depositar un pequeño beso.
Un beso que lo enciende todo para mí.
Un beso que lo significa todo.
—Lo prometo.
Me río, y entrelazo mi dedo meñique con su dedo meñique. La calidez de su cuerpo penetrando el mío, y por ende, concediéndome más seguridad.
Desvío la mirada hacia Mikhail y Kathleen, y ella permanece rehusándose a subir un pie sobre el monstruo volador. Mikhail rogándole con cada gesto, y me resulta tan adorable.
Supongo que todos tenemos a alguien que nos hace cambiar.
Alguien que nos hace querer cambiar. Desear ser mejores.
Simplemente, alguien que nos hace florecer en nuestra mejor versión.
—¿Nos vemos en la cruzada? —Micah se dirige a Mikhail.
El rubio se pasa una mano por el cabello, y suspira mirando a Kathleen de refilón.