Su día no podía empeorar. Primero tuvo que aguantar a ese odioso futuro socio de la empresa. Aún no le quedaba claro como alguien podía recomendar a alguien así, pero al parecer sí, había socios demasiado incompetentes como para hacer algo tan estúpido. Después tuvo que aguantar las conjeturas de Cooper en contra de su presidencia.
Al menos al llegar a su casa nada más podría salir mal. Gran error.
—¡¿Cómo que esta aquí?! —bramó furioso contra la criada.
—Llegó hace unas horas —respondió mirando al suelo con un profundo miedo en sus ojos.
No puede ser. No solo tuvo que soportarlo en la empresa. ¿Ahora tambien aquí? Qué demonios. ¿Desde cuando a Anderson le importaba tanto recuperar su antigua vida?
—Retírate —ordenó con un tono mordaz y una horrible mueca en el rostro.
No. Arthur no se quedaría a ver como su madre consentía a su bebito. Iría a su apartamento. Era mejor que cualquier cosa. Dándose media vuelta avanzó hasta su auto. Posó la mano contra la puerta de su auto, pero antes que pudiera meterse por completo unas voces lo distrajeron. En especial una voz suave que le hizo alzar la mirada hasta toparse con el peor retrato que pudo imaginar.
Lo que Arthur menos espero fue encontrar al idiota de su hermano con Amatista saliendo por aquella puerta. ¿No que ella lo creía un trastornado? ¿No que ya no lo frecuentaría? ¿Por qué demonios estaban juntos ahora? ¿Era acaso un mal chiste del destino o algo parecido?
Arthur tarto de poner su expresión menos pétrea cuando su mirada se cruzó con la de la castaña. Por aquella irritante sonrisa en Anderson, podía deducir que no lo logró del todo.
Mientras tanto Arthur estaba con la cólera a flor de piel. Tubo que soportar a su madre hablando de la posible relación de esos dos y ahora casi es testigo de como se hace realidad. Arthur sabía de la inestable y morbosa vida que ése llevaba y no se quedaría viendo como se liaba con ella y luego la dejaba botada como un pedazo de basura.
—No te líes con mi hermano —aconsejo, al instante la muchacha clavo la vista en él. Al menos algo estaba yendo bien esa noche—. Lo más probable es que salgas lasti...
—No pienso hacerlo —expresó sin saber lo mucho que alegro a su jefe con aquellas palabras.
—Mejor así —conto ya sin ese tono mandón—. No me gustaría perderte —confesó con un tono dulzón. Diablos—, sabes que no es tan sencillo encontrar a una secretaria con tus capacidades —agregó para no sonar extraño. Amatista solo asintió gentilmente como si ni siquiera hubiera reparado en ello. Su jefe aparto la mirada y la volvió a colocar en el volante mientras soltaba un resoplido de resignación. Ha veces no sabía ni porque se molestaba. Arthur tenia la certeza que de decir un Te amo, ella pensaría que él solo estaría practicando para algún recital de alguna obra benéfica a la que tendría que ir.
—¿Qué concepto tienes de Anderson? —interrogo posando la mirada en él nuevamente.
Arthur tuvo ganas de reír. Era una oportunidad esplendida. Era la oportunidad perfecta para hacerlo quedar como un verdadero fracaso de la humanidad, cosa que Arthur creía fervientemente, sería conveniente que ella tambien lo creyera.
—Bueno si quieres mi opinión —comenzó—, ese ser al que desventuradamente me veo en la obligación a llamarlo hermano es un imbécil, un fracasado, raramente toma interés por algo y si lo hace no saldrá nada a lo que le podamos denominar aceptable, un verdadero dolor de cabeza para mi padre, una constante preocupación para mi madre, un bueno para nada, un ser inestable, sin ningún propósito más que arruinar la vida de los demás, algo así como un parasito que no te deja de...
—¿Cómo puedes decir eso? ¡Es tu hermano! ¡No es cualquier cosa! ¡¿Realmente piensas lo que dices?! —Estaba indignada, muy indignada.
Arthur odiaba ser contradicho y aún más odiaba que le alzaran la voz. Ninguna mujer tenía el derecho de hacerlo. Permitírselo a ella y tener que morder su lengua era un golpe duro para su orgullo. A su orgullo no le gustaba.
—¡Tú como su hermano deberías ayudarlo a mejorar! ¡Ser quién le de la mamo! ¡No verlo desde arriba y fingir que no existe!
Arthur podía amarla, pero todo tenía un limite.
—¡Es tu hermano! ¡Tu hermano! ¡¿Si no eres tu quién más?! ¡¿O esperas que venga alguien y se ocupe de él?!
Amatista estaba a punto de pasar ese limite. Arthur no se iba a quedar callado mientras eso pasaba.
—Yo lo conozco mucho más tiempo —interrumpió con un tonito mordaz que no pudo ocultar—. Sé que es un caso perdido —su jefe no estaba gritando, pero el tono de autoridad estaba muy, muy presente.
Amatista podía caerle demasiado bien a su jefe, pero aún así la castaña sabía que habían limites que ni siquiera ella debía sobre pasar. La joven odiaba no poder decir lo que pensaba. Odiaría más perder su empleo.
—Pero... —su boca no se quería callar.
Arthur gruño por lo bajo. ¿Por qué tenía que seguir con el tema? Cuando él se ofreció a llevarla no fue así como se imagino el trayecto.
—Estoy segura que si tú le dieras la oportunidad él le demostraría de lo que es capaz —aseguró con una voz más suave y menos exaltada que antes, mucho menos exaltada que antes.
—¡¿A si...?! —preguntó harto de que ella lo defendiera—. ¿De qué es capaz ese pedazo de alcornoque según tú? ¿Qué tan bien crees conocerlo?
—No es un pedazo de alcornoque —aclaró—, él... —Se mordió la lengua. No podía decirlo. Era algo privado. No lo traicionaría de tal modo. Aunque... si Arthur lo supiera ya no lo insultaría. Nadie podría ser tan insensible. Nadie podría burlarse de un corazón roto.
—¿Y bien? —preguntó con impaciencia—. Amatista... Amatista...
—¡Eso no es lo importante! —alzo la voz para reordenar sus pensamientos—. El punto es que como su hermano deberías de ayudarlo no embarrarlo más en el lodo.