Raíces De Zafiro

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SILUETA DE MUJER

 

Un insignificante tintineo abrazó con extremo apego a la caja timpánica de Rebecca, mareando su sentido auditivo que inclusive le hizo tirar su cigarrillo.

Un auto abrumador transcurrió por el lado de Randall; el motor alardeaba de su buen mantenimiento y del exclusivo lujo que suponía ir detrás de ese volante. El sonido de los pistones quemando gasolina era casi nulo, sin embargo fue lo suficiente para que las chicas disponibles salieran de las habitaciones con la esperanza de ser requeridas por esta inminente presencia.

El escuálido ni se percató de la extravagante opulencia sobre ruedas que pasaba a su espalda por tratar de capturar en el aire, sin tener un resultado exitoso, el cigarrillo que dejó caer la chica. Si su mejor amigo Farías llegaba a notar la quemadura en la alfombra, los incómodos cuestionamientos iban a ser parte de su rutina diaria.

En un intento de desviar la atención de su entrevistador, Rebecca le logró arrebatar de la alfombra el cigarro con un efímero movimiento. Para esto tuvo que agachar su cuerpo pegando su pecho en el freno de mano, a la par que movió sus doradas plataformas en el tapete del copiloto, remoliendo una cuerda plástica atorada entre los tacones. Al momento de tratar de visualizar el objeto que se enredaba entre sus pies, Randall sacudió la parte de la alfombra donde había caído la fumarola, limpiando una posible quemadura que por fortuna no se había culminado.

—Disculpa...— La voz de la chica dio un cambio radical de un tono sereno y confiado a uno nervioso y alterado. —A veces, el humo me nubla el cerebro y me causa mareos. —Una cuartada coherente según ella. Por primera vez en su vida, su adicción le había resultado algo útil además de hacer olvidar sus penas.

Él estaba tan despavorido por quitar la mínima evidencia de la presencia inexistente de una marca de cigarro, que tiró sus notas con todo y lápiz.

Ella vigilaba celosamente de reojo al lujoso auto que se había estacionado justamente en la entrada del hotel, siendo rodeado por una docena de chicas que se amontaban en la ventanilla trasera. Con media alma temblando, su cuerpo se entumeció con cada segundo, quedando como parapléjica con mandíbula apretada y la sonrisa petrificada. Su cabeza era abrumada por dos limitadas opciones: huir del auto alertando del novedoso cliente o Randall iba a comer una rebanada de la tosca franqueza.

Una gota gruesa de sudor transcurrió por su marcada espalda quedando atrapada entre la tela de su blusa de seda roja. Algo se le clavaba en el tobillo como si fuera una astilla de madera, al mismo tiempo que intentaba separar sus piernas pero la cuerda plástica impedía desunir sus muslos.

Sigilosamente liberó sus miembros inferiores. Ahora empuñaba su mano con ese objeto desconocido. Aprovechando que el escuálido recogía sus notas, abrió sus largos dedos y visualizó a un cristo crucificado mirando con clemencia hacía el cielo.

Una corriente de aire desprevenida entraba por la rendija de la puerta chocada, siendo recogida por sus fosas nasales acuñando un olor único parecido al de un metal siendo pulido; el espacio dentro del auto se iba encogiendo con cada suspiro; los faros rojos de aquel lujo sobre ruedas la cegaban con una absoluta negación y la voz en eco de Randall fluctuó entre el ambiente siendo repelida por sus humectados rizos que anegaban a sus oídos.

—¿Te sientes bien? —Randall meneó el hombro de la chica causando un movimiento de oscilación.

—Creo que me duele un poco la cabeza. —Dijo a la vez que bajaba completamente la ventana sacando su cara para respirar aire un tanto más fresco.

—Si quieres podemos termin...

—¡No!, ¡Si voy a comenzar algo lo voy a terminar bien!

Él, no entendió claramente lo último que dijo ella. De un momento a otro, Rebecca se había alterado como si la entrevista fuera la cosa más difícil de realizar. Pero al analizar un poco la situación, Randall pensaba que por su adicción, su trabajo y sus antecedentes esté enferma de algo grave en los pulmones.

—Creo que necesitas ir al doctor.

—Supongo. —Dijo sacando un abanico con una imagen impresa de la piel de un tigre de su bolso para atenuar su crisis. —¿Podrías repetirme la pregunta?

Randall le hizo el cuestionamiento de nuevo sin quitarle un ojo de encima, temía a que se desmallara o inclusive muriera, se veía realmente afectada.

—La vida de todas nosotras ha sido un martirio. Nadie quiso nacer para esto pero no teníamos muchos caminos que escoger. Te lo juro que cuando muera y vea a dios frente a frente ¡Le miento su madre!— Lo decía mientras le quitaba el plástico protector a otra caja de cigarrillos— ¡Y no me interesa si me hunde en el infierno para ser la perra del demonio! Fue un desgraciado al crearme.

Randall hizo una cara de incredulidad al ver que destapó otra docena de vicios.

—Lo siento reportero, aunque se me perforen lo pulmones, esto lo tengo que contar acompañando a mis palabras con el humo. —Cerró el bolso dejando dentro al collar de cristo que se le había enredado entre las piernas. —He vivido el rechazo todo el tiempo. En el rancho de dónde vengo, no fueron muy buenos conmigo. El nulo apoyo de mis padres arcaicos y mi falta de autoestima hicieron que me enamorara de lo peor de este mundo y esto me atrajo a lo único que, según mi más grande amor, era útil. Ahora mírame, estoy sola en una lucha constante para dejar de serlo y atrapada por siempre en las raíces de este negocio.




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