Sed De Venganza
Ya había llegado. Si no fuera por el escándalo de las prostitutas al pie del silencioso auto, Randall ni hubiera percatado de ello. Empujó los asientos traseros hacia delante provocando una pequeña nube de polvo, recargó la gigante cámara en su regazo y apuntó con el lente.
Aún no salía su víctima. El auto seguía varado y rodeado de chicas. Augusto no se decidía con cual irse a la cama.
Desesperado, Randall quiso probar sus habilidades fotográficas. Hizo un pequeño acercamiento con el lente directo las placas del auto, y presionó el botón de capturar pero la cámara no dada indicios de hacerlo.
—¿Se habrá roto en el camino? —se dijo girándola para encontrar el desperfecto. Una diminuta luz que cobraba intensidad salía de un faro cuadrado pegado a la parte superior del lente. Era el flash, no lo había desactivado. De un arranque deliberado la despegó antes de arruinar la misión y lo arrojó a la oscuridad de los asientos. Dio un suspiro purificador y fotografió al auto.
Algunas chicas regresaban de nuevo a sus habitaciones. El sacerdote salía por fin de su escondite amarrando con sus largos brazos a tres de ellas.
Randall no despegaba el lente, casi que cada movimiento capturaba. Farías le había dicho que el rollo de la cámara era prácticamente infinito.
Augusto giró la nuca hacia su chofer diciéndole algo casi inaudible. Randall hizo el máximo zoom posible a esa cara sonriente y excitada fotografiando hasta el mínimo gesto posible.
Sacó el rollo y lo desplegó buscando la mejor luz de para observar las imágenes. Y, efectivamente, ahí estaba ese rostro molido de arrugas intentando ser tapadas por un mediocre bigotito y unos lentes de abuelo. La caza estaba hecha y Randall aullaba por dentro de felicidad.
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—¿De dónde sacaron ese collar? —preguntó serio.
—¿Ah? ¿No te interesa la propuesta? —Rebeca sentía una rabia palpable en el ambiente de parte de Farías. —Se lo robé a tu amigo el reportero. El mismo que me vino a entrevistar hace dos días.
—¿Por qué? —seguía mirando desconsolado por la ventana. Sospechaba que Randall había sido descubierto y que ellas solo están jugando con él.
—Se me hizo llamativo —se colocó de nuevo el collar dejando a la figura del cristo sacrificado entre sus tetas—. Esa noche noté que tu amigo se exaltó demasiado al ver que un sujeto muy hipócrita se metía a este hotel.
—Y tú lo sabías —dijo seco.
—¿Saber qué muchacho?
—Que mi compañero reaccionaría mal. Lo hiciste a propósito.
—Ambos queremos justicia —replicó.
Farías seguía hostigado por la amargura de la sorpresa, la habitación se calentaba y sentía que los guaruras de la entrada iban a irrumpir en cualquier momento para golpearlo hasta morir.
—Supongo que han venido por más información —aseguró Rebeca soltando un quejido—. ¿O me equivocó?
—¿Cómo sé que esto no es una trampa y que no me quieren engañar? —husmeó en su chamarra. Aún seguía la pistola en su lugar.
Las chicas se miraron a la vez que asintieron con sus cabezas. Rebeca introdujo sus dedos filosos adornados con unas uñas rojas de acrílico debajo de su obscuro vestido y sacó un rectángulo blanco de papel y dijo:
—Prometo que esto aclarará todas tus dudas —extendió su brazo hacía Farías con cierto miedo, como si él fuera un perro callejero abandonado con intenciones de morderla y contagiarle su rabia.
Él devolvió el gesto y antes de obtener ese misterioso trozo de papel entre sus gruesas manos Noda se interpuso.
—Espera. Hay una cosa que no hemos preguntado —Rebeca movió su cuello para que dijera lo que tuviese que decir—. ¿Crees que nosotras te vamos a traicionar aun cuando mi amiga dejó que tu compañero viera a ese sacerdote metiéndose con putas?
—Puedo sospechar de quien yo quiera —respondió un tanto alterado—. ¡Estoy perdiendo mis cabales!
Rebeca giró el trozo de papel revelando una fotografía de un par de sujetos desnudos sobre una cama en una posición nada usual. Farías se la arrebató y casi se la pegó al entrecejo.
—Te la puedo regalar si deseas —dijo Rebeca entre una risa nasal contenida—. ¿Ya nos crees o te la tenemos que mamar?
—¡Dámela! —exclamó eufórico. Sus piernas estaban a punto de correr hacia Randall.
—Esa no fue la propuesta —interrumpió Noda el sentimiento impulsivo de Farías.
—Soy todo oído.
—Tengo muchas más —sacó debajo de su falda más fotografías como si las estuviera pariendo. Eran más de veinte y Farías sentía que nadaba entre ellas. Todas, absolutamente cada una de ellas, estaba el sacerdote Augusto teniendo sexo con las prostitutas.
—¡Oh mira! Esta sí que te puede interesar —Noda le mostró una donde no solamente Augusto estaba en una cama desnudo. Sino que otro par de sacerdotes o más bien un cardenal de otro estado del país y el sacerdote Palomino (el director del seminario de la ciudad) metidos en una orgía con varias chicas, incluida Rebeca quien penetraba al cardenal arrinconado en una orilla de la cama.
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Editado: 30.12.2020