Me desperté al escuchar sonidos de cámaras (o eso creía que era), abrí los ojos lentamente y pude ver, aunque borroso, a Elliot y Liz, sacándome fotos con sus celulares. Nunca había visto uno de esos de cerca, sólo los había leído en unos folletos de aparato electrónicos. Quise sentarme para preguntarles qué carajos pasaba, pero sentí un peso en mi cuerpo que no me lo permitió, bajé la mirada y había dos niños, un niño y una niña. ¿Qué mierda?
—¡Primera mañana en casa! Mira que lindos salieron mi amor —le dijo a Elliot, mientras le mostraba la pantalla de su celular.
—Salieron hermosos. Los mellizos no han hablado con ella y, aun así, ya la adoran —dijo Elliot.
¿Mellizos? Entonces esos debían ser mis hermanos menores. Estaban uno de cada lado y me abrazaban, con la mitad de sus cuerpos encima de mí. Resoplé y torné los ojos, no sabía cómo tratar con niños.
Liz se acercó y los fue despertando con suavidad. Me sorprendí por la manera en que los trataba, era como si les hablara a cachorritos, con una voz graciosa y aguda. ¿Así se le hablaba a un niño? Ambos despertaron y posaron sus gigantes ojos sobre mí, me examinaron y sonrieron, mostrando sus brillantes dientes de leche.
—H-hola —dije, abrumada por sus intensas miradas—. Soy Raven, un placer.
—¡Ya sabemos! —dijeron al unísono.
Comenzaron a hablar gritando uno encima del otro, no podía entender una sola palabra de lo que intentaban decirme. Liz les dijo que se calmaran y que hablaran uno a la vez. Hicieron unos gestos con las manos, como si fuese un tipo de juego que decidiría quién hablaría primero. Pareció ser que ganó la niña, ya que se emocionó y se sentó encima de mi cadera, era pequeña así que no sentí dolor.
—Soy Rosslyn y tengo cuatro, me da miedo dormir sola y me gusta jugar. ¿Te gusta jugar? —me preguntó.
No supe qué contestar, no quería hacer que se sienta mal o algo así, había leído que los niños eran muy frágiles con respecto a lo sentimental y podían malinterpretar cualquier cosa, hasta podían marcarse de por vida por algo que sería muy tonto para cualquiera.
—¿Sí? —respondí, indecisa.
—¡Waaa! ¿Escuchaste mami? ¡Le gusta jugar! ¡Vamos a jugar mucho! —exclamó alegremente.
—Me toca a mí —dijo el pequeño, tímidamente.
Rosslyn se quejó, pero aun así se bajó de la cama, luego se me subió el niño. ¿Era algún tipo de ritual de presentación?
—Me llamo Robin —dijo avergonzado y mirando hacia abajo—. Me gusta el azul y dormir la siesta con mami, pero si quieres puedo dormir contigo —dijo jugueteando con sus manos y con las mejillas tornándoseles de color carmesí.
—Si eso es lo que quieres, no me molesta.
Sonrió y se cubrió el rostro. ¿Vergüenza? ¿Alegría? No lo sabía.
Eran niños totalmente distintos. Rosslyn era animada y alegre, y Robin era tranquilo y tímido, que curioso.
—Bueno niños, el desayuno está listo. Bajen a comer —dijo Elliot, haciendo que salgan disparados de la habitación.
Me levanté y busqué mi ropa.
—Cámbiate tranquila, te esperamos abajo —dijo Liz, yéndose con Elliot.
Cerraron la puerta y comencé a cambiarme, mirando por la ventana para asegurarme de que nadie entrara. Me puse la misma ropa de la noche anterior.
Bajé las escaleras y llegué a la cocina, era inmensa, tenía una enorme isla de mármol gris en medio de ella, todo era color blanco, las alacenas, la heladera, las sillas altas, los cubiertos, solo las tazas que estaban en las estanterías eran de diferentes colores y tamaños.
Los niños estaban sentados juntos desayunando junto a Liz, Elliot estaba parado frente a la mesada haciendo algo, y había un muchacho de cabello corto y negro bebiendo de su taza, levantó la mirada y me sonrió.
—¡Buen día! ¿Cómo dormiste? —me preguntó con su gruesa voz.
Me quedé en silencio unos segundos, mirando su rostro, me había paralizado el hecho de que sea tan parecido a mí, tenía que ser él, definitivamente tenía que ser él. Mi hermano mellizo.
—Buen día. Dormí bien —le respondí, y me senté frente a él.
—Soy Ray, un gusto.
—Raven, igual —respondí sin mirarlo.
Elliot se acercó con un plato y gran taza rosada.
—Aquí tienes —los dejó frente a mí—, dos grandes croissants rellenos de chocolate y café con leche. Espero que te guste —me dijo con una sonrisa.
—Gracias —le dije, mirando los croissants.
Había leído de ellos en un libro de recetas, se veían bien, olían bien también. Desvié la mirada hacia el café con leche, nunca había leído sobre tal combinación (leche y café), no tenía idea de que eso era posible, mi curiosidad comenzó a picarme. Le di una gran bocanada al croissant y un buen sorbo de la infusión, mis ojos se abrieron como platos involuntariamente, ¡nunca había probado algo tan delicioso! Comencé a comer como si no hubiese un mañana, antes de que me diera cuenta, ya no tenía más croissants, así que proseguí a beberme el café con leche. Estaba fascinada, me sentía en una suave nube de calor y felicidad.
Levanté la mirada inconscientemente y noté como todos estaban mirándome, confundidos, y los niños se reían. Me incorporé en la silla y respiré profundamente, me había dejado llevar y ahora debía controlarme.
—Está delicioso —dije seriamente.
—¿Nunca habías probado croissants? —preguntó Elliot.
—No —respondí secamente.
Nadie dijo nada y continuaron desayunando. Ray me miraba con curiosidad, pero intenté ignorarlo. Me terminé el café y me levanté para lavar los platos.
—No te preocupes —Ray me los quitó de las manos—, yo lo haré.
—Ray siempre es tan amable —comentó Liz.
Apreté los dientes y me fui de allí, subí a mi habitación y tomé uno de los cigarrillos que me había dado el chico Jack (creí que se llamaba así).
—¿Quién te dio eso? —preguntó alguien, asustándome.
Giré rápidamente y vi que era Ray, apoyado en el marco de la puerta.