Dos días después tuve un extraño sueño. Esa noche desperté todo empapado de sudor, me di cuenta de que no era algo simple, mas bien que este era un recuerdo de mi niñez.
Algo que no quería que volviera a pasar por mi mente y menos cuando se trataban de ellos... Y de ella.
Era el mismo parque que visitaba diariamente durante mi infancia. Me encontraba sobre un columpio verde y a un lado mío estaba una niña con una sonrisa radiante. Algo típico de la infante, era que traía dulces para cada ocasión.
No sabía si era una coincidencia que aquellos caramelos eran mis preferidos. Por primera vez la curiosidad me había punzado.
--¿Por qué siempre me das de tus dulces?-- me observó atentamente.
Estuvo callada por algunos segundos, encontrando posiblemente una respuesta a mi cuestionamiento.
--¿No te gusta que te traiga?-- en su rostro se reflejó la tristeza.
La culpa no tardó en llegar a mí haciéndome sentir mal.
--No me refería eso, es que no sé porqué los compartes a alguien como yo.
--¿Y qué según eres tú?
¿Qué era yo? A lo largo de mi vida mis padres me han hecho saber lo que era. Alguien que sólo salvaría sus negocios. Nada más que un juguete. Aferré mis manos a las cadenas del juego mientras agachaba mi mirada.
--Una decepción.
Un toque se situó sobre mi cachete derecho haciendo levantar la cabeza. Ella ahora estaba parada frente a mí con una expresión de enojo.
--¡No lo eres! Nadie lo es. Tus papás no pueden elegir lo que quieres ser. No es tu culpa que ellos no vean lo increíble que eres. No me gusta verte triste, por eso siempre te traigo de mis golosinas... Porque me encanta ver tu sonrisa cuando te entrego una de ellas. Mi mamá siempre me ha dicho que hay que hacer felices a las personas que quieres.
--¿Tú me quieres?-- instintivamente mi faz empezó a enrojecer.
--No sólo te quiero. Me gustas.
Me había tomado de sorpresa su declaración, mis progenitores siempre me contaron que un niño de alta sociedad no se podía juntar con los de clase más baja, aunque mi corazón decía todo lo contrario.
--Yo creo que también me gustas-- murmuré.
--¿Te puedo besar?
¡Alto! ¿No era tan rápido? Aunque para ser sincero sí quería que en ese instante me besara. Asentí, poco a poco sus pequeños labios se juntaron con los míos creando un beso casto.
--¡Qué hacen!-- percibí un grito a mis espaldas, el miedo había invadido toda mi anatomía.
Volteé hacia la portadora de aquella voz --Mamá-- me sujetó con ímpetu el brazo izquierdo haciendo que de a poco apareciera el dolor.
Se dirigió hacia la niña otorgándole un mirada cargada de odio, algo que ningún menor debía recibir.
--Tú pequeña mocosa, no quiero que vuelvas a ver o pensar en mi hijo nunca más. ¡Entendiste!-- me estiró lejos de ella y las lágrimas no tardaron desprenderse de mis ojos.
Recuerdo que cuando llegué a la casa los golpes no tardaron no tardaron en cesar. La palabra "decepción" caía en mí una y otra vez. Mi hermana quiso entrar a defenderme, pero mi madre se ocupó de dejarnos solos, mi padre, el cinturón y yo.