Había perdido el miedo a realizar los trámites de inscripción gracias a que en el bachillerato no dependía de nadie que lo hiciera por él. Ser jefe de grupo en el último año y estar más en contacto con docentes y administrativos le había servido para perder un poco miedo, por lo que no representó un gran obstáculo presentarse por primera vez a la Facultad de Odontología.
El único sentimiento que lo acompañaba era la decepción: tenía la esperanza de ser seleccionado en la misma sede que sus amigas, incluso la probabilidad era demasiado alta debido al promedio, pero no fue así. Hasta ese momento, no estaba informado sobre ningún conocido con el que coincidiría por los pasillos de la facultad y no sabía si aquello era motivo para sentirse tranquilo. Sus amigos estaban en carreras distintas y cruzarse con caras no tan apreciadas podría no ser tan reconfortante.
A pesar de ello, iba con toda la intención de iniciar aquella nueva etapa con unos ojos distintos: el miedo prevaleció al inicio del bachillerato y lo acompañó más tiempo del que le hubiera gustado. La universidad debía ser diferente, debía iniciar con la actitud más positiva posible y todo apuntaba a que sería así.
Arribó a la Facultad de Odontología sin ningún inconveniente: no sabía en dónde se ubicaba, pero, con ayuda de Google Maps y con la breve guía que le dieron sus padres fue suficiente para llegar sin perderse en el intento. En ese primer día, se entregaría la documentación en las ventanillas de la Facultad para formalizar la inscripción. La UNAM ya contaba con su información por haber estudiado el bachillerato en sus instalaciones y solo era cuestión de migrar su archivo entre sistemas. Sin embargo, la documentación física avalaba que se había inscrito oficialmente y no que había renunciado a su lugar indirectamente.
Lo primero que observó fue el letrero de la licenciatura: un rectángulo de concreto de bordes amarillos, con un fondo plastificado azul marino con letras igualmente amarillas en donde se podía leer “Facultad de Odontología”. Un escalofrió le recorrió el cuerpo, probablemente producto de la emoción. Subió un par de escalones e ingresó por una entrada que daba a un pasillo de losetas blancas que brillaban de lo limpias que estaban. Había personal en la entrada para ayudar a los aspirantes, dirigiéndolos por un pasillo blanco y estrecho con varias puertas que se encontraban cerradas. Al topar con pared se desvió hacia una salida que lo llevó hasta una zona que no conocía.
Realmente no conocía nada de ese lugar.
Siguió a los aspirantes, quienes seguían desviándose como si supieran hacia donde se dirigían. Decidió confiar en el instinto de aquellos desconocidos. Accedieron por un pasillo abierto que lo llevó hacia una pequeña explanada en donde logró identificar dos edificios: el de a su derecha daba la impresión de no llevar a ningún lugar, pero contenía algo interesante: se trataba de un edificio cuadrado con muros de cristal que dejaba ver que era la cafetería de la facultad. Constaba de dos plantas, planta baja y el primer piso y sintió curiosidad por entrar a echar un vistazo pero, para su mala suerte, la puerta estaba cerrada. En un lateral del edificio, había mesas cuadradas con asientos redondos de concreto y sombrillas para proteger del sol o la lluvia.
Al fondo se estaba formando una fila pegada al muro. No estaba demasiado larga y se debía en parte a que habían sido citados en diferentes horas para no aglomerar tanta gente. Echó un vistazo discreto a la gente que tenía delante y detrás, dándose cuenta de lo que ya había confirmado: no conocía a nadie y no valía la pena seguir forzando la mente a reconocer a esos extraños porque en su vida los había visto.
La fila avanzó a una velocidad intermedia. Tampoco estuvo tanto tiempo de pie como para sentirse agotado apenas llegar su turno a la ventanilla. Lo recibió una mujer con blusa roja, cabello rubio artificial y chinos, quien lo saludó amablemente y solicitó los papeles que llevaba abrazando en un folder azul cielo. Gibran pasó los papeles por debajo de la ventanilla y observó cómo la secretaria analizaba, separaba y engrapaba hojas. Al final le regresó la hoja con su horario y le solicitó presentarse al día siguiente para seguir con el proceso.
— Bienvenido a la Facultad de Odontología, Gibran — dio las gracias y se dio la vuelta, sin saber exactamente cómo sentirse al respecto.
***
En el segundo día de inscripción, los alumnos de nuevo ingreso tenían que presentarse para iniciar la carrera “con la mejor sonrisa digna de un estudiante de Odontología”. Al llegar a la facultad, la misma persona que los recibió un día atrás fue la encargada de volver a dirigirlo, esta vez dentro de los edificios en donde tomaría clases. Subió hasta el primer piso usando las escaleras que rodeaban a un elevador de cristal. Uno de los muros tenía vista hacia lo que parecían ser unas canchas y un edificio al que no le encontró forma. Observó un poco de movimiento: toda esa semana estaba destinada a inscripción y las facultades estaban siendo visitadas por los alumnos que no tardarían en integrarse a sus aulas. A comparación del día anterior, la fila era más larga y estuvo más tiempo de pie. La fila rodeaba una hilera de asientos que daba la impresión de ser una sala de espera. La curiosidad le estaba ganando y dio un breve vistazo al pasillo que se extendía en un lateral: no había nada interesante que observar. Era un pasillo como cualquier otro, en donde destacaban más los pilares que sostenían al edificio que cualquier otra cosa. Había unos pequeños letreros de color azul en donde se exhibía el aula y el número que lo identificaba a cada uno. La fila comenzó a avanzar hasta que llegó al segundo piso, en donde no había una sala de espera, pero sí tenía uno que otro asiento rodeando el espacio vacío.