Reconciliación en Grecia

capitulo 9

Durante unos momentos, Aldana se preguntó por qué se sentía tan extraña. Sentía calor, un peso encima y estaba gratamente dolorida. Y ese sonido... Abrió los ojos y vio a Alessandro dormido a su lado. La cama era enorme, pero él se las había arreglado para ocuparla casi toda. El negro cabello de él destacaba contra la blancura de las sábanas de algodón, igual que su piel dorada. Se dio cuenta de que el sonido que había oído era la respiración de Alessandro y el peso que había sentido era una de las piernas de él encima de la suya. ¿Y la sensación de estar dolorida...? Al recordarlo todo de repente, se le ruborizó el rostro. Alessandro le había hecho el amor. Alessandro la había penetrado. Volviendo el rostro, se quedó mirando el techo y lo vio borroso. Si trataba de agarrar las gafas, quizá le despertara. Y no quería despertarle, necesitaba pensar. Cerró los ojos. Había sido increíble. Siempre lo era. Alessandro la había hecho cobrar vida, sentirse viva. Sin él, era como estar vacía. Pero no había cambiado nada, se recordó a sí misma. No debía cometer el típico error y pensar que una siesta haciendo el amor iba a cambiar su relación. –Bésame. Esa palabra murmurada quebró el silencio y Aldana, muy quieta, no supo cómo reaccionar. Entonces, demostrando que no quería esperar, Alessandro la aprisionó. Le ciñó la cintura con un brazo, tiró de ella hacia sí y la miró fijamente a los ojos. –He dicho que me beses. –¿Es una orden? –¿Te gustaría que lo fuera? Aldana, a su pesar, no pudo contener una sonrisa. ¿Cómo podía impedir que ocurriera algo que realmente quería que ocurriese a pesar de saber que era una equivocación? Se inclinó hacia delante y acercó la boca a la de Alessandro. –Eres incorregible. Alessandro bajó la mano y se la puso en la nalga.  –¿Eso es bueno o malo? –No lo sé. La tentación era casi irresistible, pero Aldana se recordó a sí misma lo que ocurría en el mundo exterior, el mundo fuera de aquella habitación. Todos estarían ocupados con los preparativos del bautizo, que iba a tener lugar al día siguiente por la tarde. Ella iba a conocer a la niña que, en teoría, era su sobrina política. La situación iba a ser difícil para ella por dos cosas: le afectaban mucho los bebés, ya que no podía dejar de pensar en los dos que había perdido, y ahora todo era más confuso dado que había hecho el amor con Alessandro. Sin embargo, razonó que aquello no tenía nada que ver con ella ni con lo que había ocurrido en el pasado. Ese día Kyra y su familia eran el centro de atención y también la abuela de Alessandro. Aldana agarró las gafas, que estaban en la mesilla, y se volvió hacia él de nuevo. –¿Crees que debería ayudar con los preparativos del bautizo? –Supongo que mi madre lo tiene todo bajo control. Y además, como los trabajadores de las empresas contratadas solo hablan griego y tu griego es muy limitado, creo que será mejor que... –Alessandro le acarició la garganta con la yema de un dedo antes de abrir la mano y cubrirle los erguidos pezones– podrías utilizar el tiempo más constructivamente y dedicarlo todo a mí. «Esto es justo lo que Alessandro hace», se dijo Aldanaen silencio sintiendo la reacción de su cuerpo a las caricias de él. «Pretende que el mundo entero se ajuste a sus planes. Y hace que le desee, a pesar de saber que no debería». Aldana se apartó de él con un gran esfuerzo. –Tengo que ducharme y arreglarme antes de que venga tu hermana. Alessandro le miró los pechos. –¿No crees que deberíamos hablar de lo que ha pasado? –¿Y qué es lo que ha pasado? Nos hemos acostado juntos, nada más. Lo hemos pasado bien... –Aldana notó la expresión de él–. De acuerdo, lo hemos pasado estupendamente. El sexo ha sido maravilloso, como siempre. No es necesario que me lo recuerdes, Alessandro. Pero no ha cambiado nada, la situación sigue siendo la misma. –Por el contrario, lo ha cambiado todo –Alessandro apartó del rostro de ella un mechón de pelo–. Y no ha sido solo sexo, Aldana. De ser así de simple, ¿no crees que podría conseguirlo en otra parte? –Ah, entiendo –Aldana lanzó una breve carcajada–. ¿Vas a  presumir ahora de que a las mujeres les resultas irresistible? –Eso no lo sé –Alessandro se enrolló un mechón de cabello de ella en el dedo–. Desde el primer momento solo tuve ojos para ti. Desde que te conocí eres la única mujer a la que deseo. Aldana le miró con seriedad. –¿Quieres decir que... no has estado con ninguna otra desde que nos separamos? –No, no me he acostado con nadie –contestó él a regañadientes–. No lo he hecho porque no he querido, los votos matrimoniales me los tomé completamente en serio. Y creía que tú también. –Y así fue –respondió ella con voz débil. Pero, en ese momento, se preguntó si realmente había creído en esos votos. ¿No le había parecido siempre increíble que un hombre como Alessandro pudiera querer estar con una mujer como ella? Porque a pesar de haber sido una famosa estrella del pop, siempre había sido una mujer insegura y siempre había dudado de que alguien pudiera quererla. La chica con gafas de la que todos se habían reído los días que había podido ir al colegio. La chica con ropa de segunda mano y una madre promiscua. La perspectiva que tenía de la vida siempre había sido condicionada por las experiencias por las que había pasado. Nunca había visto una relación estable y duradera. ¿Acaso era de extrañar que hubiera cometido errores en su matrimonio, que dudara de él? Había tratado de aceptar el imparable control que Alessandro había ejercido en sus vidas, en la vida de ella, como algo normal en un matrimonio, pero no sabía lo que se entendía por normal. Pensó en el deseo que había mostrado por complacer, en lo mucho que le había asustado hacer algo mal. Como una equilibrista, había seguido el camino marcado por él sin atreverse a llevarle la contraria o a hacer algo por propia iniciativa. Y con esa pauta de comportamiento, ¿no se había convertido en una responsabilidad más para él, que tantas responsabilidades tenía? –Hice lo que pude para que nuestro matrimonio fuera bien – declaró ella–. Pero ahora me doy cuenta de que me dejé dominar por completo por ti, por tu fuerte personalidad y tu poder. Y eso no fue justo... para ninguno de los dos. –Deberíamos haberlo hablado. –Era imposible comunicarse con alguien siempre ausente. Se miraron a los ojos y, cuando él habló, lo hizo con voz grave.  –¿Y si reconociera que no estuve a la altura de las circunstancias, que no te ofrecí el apoyo que necesitabas? Y no me refiero solo a después de que abortaras, sino a antes también –Alessandro la vio hacer una mueca de dolor–. ¿Y si te prometiera que no volvería a pasar? ¿Que aceptaría cosas que escapan a mi control? ¿Qué dirías entonces, Aldana? ¿En serio quieres renunciar por completo a todo lo bueno de nuestra relación? Me refiero a la compatibilidad, a la química, a la increíble pasión... Aldana no sabía qué contestar. Buscó en su mente la respuesta adecuada. A Alessandro se le daba muy bien convencer, al contrario que a ella. Años de negociar al más alto nivel en el mundo de los negocios le habían hecho desarrollar una habilidad especial para la persuasión. Alessandro podía vender chocolate caliente en una playa tropical y hacer creer a la gente que eso era lo mejor para combatir el calor. Pero... ¿hasta qué punto las palabras de Alessandro no eran fruto de su orgullo herido? A un hombre como él, que como le había dicho no estaba acostumbrado al fracaso, la separación debía de haberle sentado muy mal. ¿No cabía la posibilidad de que la sugerencia de intentar salvar su matrimonio no estuviera motivada por su ego? En el fondo, Aldana dudaba que Alessandro fuera la clase de hombre que aceptara los hechos. ¿Cómo podían volver a estar juntos cuando para Aldana controlarlo todo era tan natural como respirar? Aldana sacudió la cabeza. –No se trata de renunciar, sino de superar lo ocurrido en el pasado. Han sucedido demasiadas cosas. No soy la mujer adecuada para ti. –¿No crees que eso lo debería decidir yo? –Digamos que te estoy ayudando a decidir –respondió ella en un susurro–. La única razón por la que me deseas es porque no puedes tenerme. –No, Aldana. Te deseo porque te deseo. Aldana le miró a los ojos, notando su expresión desafiante. Durante su convivencia con Alessandro había aprendido que luchar contra él no servía de nada. Alessandro siempre tenía que ganar. Por eso... ¿por qué no intentar alcanzar un compromiso? No tenía nada de malo permitirse el placer físico durante su estancia allí, al margen de no poder satisfacer otras necesidades suyas. Tarde o temprano, inevitablemente, Alessandro llegaría a la misma conclusión que ella; pero hasta ese momento, ¿por qué no disfrutar de la química a la que Alessandro se había referido?  Aldana le acarició los labios con las yemas de los dedos. –Ya basta de tanto análisis. Venga, Alessandro, pensemos en tu hermana y en su hija, Ianthe; al fin y al cabo, hoy es un día especial para ellas –Aldana esquivó el beso que Alessandro fue a darle en los labios–. Así que voy a darme una ducha y ya está. Y no pongas objeciones porque no te voy a hacer caso. Alessandro se rio mientras la veía levantarse de la cama con una gracia que, años atrás, había conseguido hipnotizar al público en los conciertos que ella había dado, incluido él. Aunque ahora, dirigiéndose al cuarto de baño, ninguno de sus admiradores la habría reconocido. Pensó en lo hermosa que estaba desnuda, a excepción de las gafas, con el pelo rubio rojizo cayéndole en cascada por la espalda. Alessandro sacudió la cabeza, Aldana le tenía completamente frustrado. Sin embargo, si lo pensaba bien, siempre había sido así. Aldana era imprevisible. Tan escurridiza como una anguila. Habían hecho el amor, pero después había notado esa barrera entre ambos otra vez. Alessandro se dirigió al otro cuarto de baño, abrió el grifo de agua fría de la ducha y tembló cuando las gélidas gotas le bañaron la encendida piel. Aquello empezaba a ser una costumbre, pensó mientras se enjabonaba el cabello. Después, cuando volvió al dormitorio, encontró a Aldana ya vestida. Estaba sentada delante del espejo de la cómoda poniéndose rímel. Alessandro sacó una camisa del armario preguntándose en silencio cómo Aldana conseguía estar allí sentada como si nada hubiera pasado. Dejó caer la toalla, que era lo único que le cubría, y la sorprendió lanzándole una fugaz mirada a través del espejo. Y sonrió al verla enrojecer porque se alegraba de que, al fin y al cabo, no sintiera la indiferencia que aparentaba. –¿Quieres acercarte y abrocharme la camisa? –preguntó Alessandro en tono socarrón. –Ya eres mayorcito para hacerlo tú solo, Alessandro. Pero Alessandro notó que la mano que sujetaba el cepillo del rímel tembló y eso le produjo una increíble sensación de triunfo. Al poco tiempo llegó Kyra, acompañada de Nikola, su marido, que llevaba a la niña en brazos. Aldana se quedó mirando a la bonita hermana de Alessandro antes de esbozar una amplia sonrisa. –¡Aldana! –gritó Kyra corriendo por el patio central. Al llegar a ella, la rodeó con los brazos–. No puedo creer que estés aquí. ¡Ah, ya no llevas el pelo teñido! –Me alegro mucho de verte, Kyra –dijo Aldana riéndose.  Aldana abrazó a la joven antes de que le presentaran al marido de esta, Nikola, un hombre de semblante serio. Pero Aldana sabía que ya no podía seguir posponiendo lo inevitable y, por fin, volvió la atención a Ianthe. Las mejillas de la pequeña eran como dos manzanas, un gorro de seda le protegía la cabeza del sol. Aldana sintió una punzada de dolor mientras contemplaba la diminuta nariz de la niña. Creyó vislumbrar en el capullo de rosa que eran los labios del bebé cierto parecido con la boca de Aldana. Acarició una de esas suaves mejillas y una intensa sensación de añoranza la sobrecogió. –Dios mío, Kyra, es preciosa. –Sí que lo es, ¿verdad? –el rostro de Kyra se iluminó, le brillaron los ojos–. Bueno, claro, qué voy a decir yo que soy su madre, pero Nikola piensa lo mismo que yo, que es el bebé más bonito del mundo. Y duerme muchísimo. ¡Se pasa el día durmiendo! A veces casi no nos podemos creer la suerte que tenemos, ¿verdad, cariño? Ah, mira, por ahí viene mitera. Aldana dirigió la mirada al otro extremo del patio y vio a Marina Soto caminando hacia ellos, impasible y elegante con un vestido de lino blanco. Marina besó a su hija y a su yerno, y luego extendió los brazos para tomar a la niña antes de mirar a Aldana arqueando las cejas. –Bueno... a menos que quieras tomarla tú en brazos, Aldana. –Sí, Aldana, tómala –la instó Kyra. Aldana contuvo la respiración y, durante unos momentos de locura, le pareció que todos la estaban mirando y... juzgándola. Le pareció que estaban conspirando contra ella, en secreto, para ver hasta qué punto le afectaba la presencia del bebé. Los penetrantes ojos azules de Alessandro parecían estar atravesándola y ella se preguntó si se le notaba en el rostro el miedo irracional que sentía. Pero tal vez era eso lo que debía hacer. No podía pasarse el resto de sus días evitando una parte esencial de la vida y los bebés eran esa parte esencial. Lo más probable era que sus hermanos acabaran teniendo familia, al menos eso esperaba, y quería formar parte de esas familias. Vacilante, asintió. –No se me dan muy bien los bebés. –¡Pronto aprenderás! –exclamó Kyra al tiempo que Nikola depositaba a la niña en sus brazos. Aldana se acercó al pecho al bebé e inhaló su cálido y dulce olor. –¡Lo ves! –volvió a exclamar Kyra en tono triunfal–. Se te da de maravilla. Algún día serás una madre extraordinaria, Aldana. Aldana no podía hablar. Se quedó un momento casi sin poder respirar. ¿Habían olvidado el pasado o habían decidido olvidarlo? Quería decirles que había estado embarazada y que nadie podía negarlo. Y, entonces, horrorizada, vio a la niña volver la cabeza y buscarle el pecho instintivamente. A pesar del calor, se quedó helada. –Me parece que tiene hambre. Kyra se rio mientras le quitaba la niña para tomarla en sus brazos. –¡Siempre tiene hambre! ¿Quieres venir adentro conmigo mientras le doy el pecho? Así podrás contarme lo de tu negocio de joyería. Puede que te encargue algo. Alessandro nos ha dicho que lo que haces es muy bueno. Aldana alzó el rostro y sorprendió a Alessandro aún mirándola. Se alegró de poder hablar de otra cosa que no fuera el bebé. –¿Eso les has dicho? –le preguntó a Alessandro sorprendida. –Bueno, como inversor, siempre he preferido el oro a la plata – admitió Alessandro clavando los ojos en los pendientes de amatista y plata que ella lucía–. Pero lo que haces es muy bonito, lo reconozco. El inesperado halago la ayudó a calmar los nervios, pero la idea de ver a Kyra dándole el pecho a la niña era algo de lo que prefería prescindir. No obstante, siguió a Kyra al interior de la casa y se sentó en uno de los sofás. Observó a la niña tomar en la boca uno de los pezones de su madre y vio a esta recostarse y lanzar un suspiro de satisfacción antes de volver la atención a ella. –Así que has vuelto, ¿eh? –dijo Kyra sin preámbulos–. Has vuelto con mi hermano, al que quiero con locura, y no te puedes imaginar lo feliz que me hace eso. Y por si no lo sabes, incluso mi madre está contenta. Aldana vaciló y, durante unos segundos, deseó poder volver a asumir su lugar como esposa de Alessandro. Sí, de repente, quiso volver a ser la mujer de Alessandro en todos los sentidos. Pero, si se permitía creer esa fantasía, aunque solo fuera por un segundo, marcharse le resultaría mucho más difícil. –Solo he venido por el bautizo –declaró Aldana. Kyra achicó los ojos. –¿No te vas a quedar? –No, lo siento.  Se hizo una pausa, un silencio durante el cual el único sonido era el que hacía la niña chupando el pecho de su madre y como ruido de fondo no podía haberle resultado más doloroso a Aldana. «De haber estado yo en el lugar de Kyra, ¿no habría sido todo diferente?», se preguntó Aldana. «De haber dado a luz, ¿no habríamos seguido juntos?». Pero, en cualquier caso, se habría sentido sola en el matrimonio. Habría tenido que luchar por arrancarle a su marido unos minutos de su precioso tiempo para que se los dedicara a ella. Seguiría sintiéndose insegura y con miedo a ser ella misma. –¿Aldana? Aldana vio a Kyra hacer el gesto que hacía la gente cuando no sabía si lo que iba a decir no sería una tontería. –¿Qué? –preguntó Aldana con voz queda, imaginándose lo que Kyra iba a decirle. Porque sabía que la hermana menor de Alessandro siempre había visto la vida de color de rosa. –Alessandro te ha echado mucho de menos, Aldana. Mucho. –No quiero hablar de Alessandro –dijo Aldana con voz suave–. Y no me parece apropiado hablar de él contigo, a pesar de lo mucho que te aprecio. –Mira, Aldana, yo nunca había visto a Alessandro así –continuó Kyra, ignorando la objeción de ella. –¿Así, cómo? –preguntó Aldana. –Como... perdido –Kyra se encogió de hombros–. Como si ya nada le importara. –Decir que Alessandro parece perdido es como decir que Australia es una isla pequeña –comentó Aldana irónicamente–. Alessandro es muy fuerte. Es más, nunca he conocido a nadie tan fuerte como él. Alessandro no se encontrará perdido jamás. –No sé –dijo Kyra despacio–. Tal vez sea por la fama que tiene debido a que toda la vida ha cargado con muchas responsabilidades y la gente se ha apoyado en él. Alessandro el fuerte, el invulnerable; Alessandro, la persona que les soluciona los problemas a los demás. Creo que ya es hora de que alguien le cuide a él. Aldana se miró las manos. Se miró el anillo de oro que brillaba en su dedo. Reflexionó sobre las palabras de Kyra y sintió una profunda nostalgia. Quizá alguien debiera cuidar a Alessandro, pero ese alguien no sería ella




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