Reconciliación en Grecia

capitulo 10

A la mañana siguiente, Aldanase levantó con cuidado de no despertar a Alessandro, dejándolo estirado sobre unas sábanas que daban testimonio de la larga noche haciendo el amor. Sacó el bikini de un cajón sigilosamente y fue a cambiarse al cuarto de baño. Después, salió y se dirigió a la piscina infinita con vistas a la bahía. Bajo la lechosa y dorada luz de la mañana, el distante mar brillaba como un zafiro inmenso y todo lo demás se veía limpio y fresco. Los aspersores habían regado las flores durante la noche y gotas de agua adornaban sus pétalos. El agua de la piscina estaba fría, pero se alegró del impacto al sumergirse. Sí, la ayudó a despejar la mente y hacerla enfrentarse a la realidad en vez de entregarse a sueños sobre un futuro irreal. Le hizo recordar que su sed de Alessandro era algo exclusivamente temporal. Bueno, tal vez «exclusivamente» no fuera la palabra adecuada, pero sí «temporal». Alessandro se había mostrado curiosamente silencioso después de que su hermana se marchara el día anterior y había continuado así durante la cena, contestando educada pero escuetamente a los comentarios de su madre mientras removía el vino en la copa sin bebérselo. Había estado pensativo, igual que cuando se concentraba en algún problema del trabajo, dándole vueltas y más vueltas al asunto hasta que identificaba sus causas y la manera de resolverlo. Ella le había preguntado si le pasaba algo y Alessandro la había mirado, achicando esos ojos azules, con una expresión que nunca le había visto. Y le había contestado: –Eso dímelo tú, Aldana. Aldana se había sentido incómoda y también se había quedado callada, y al poco tiempo se había disculpado, se había levantado de la mesa y se había ido a acostar. Alessandro la había seguido, sin ganas de iniciar ningún tipo de conversación. Pero había empezado a besarla con ardor, casi con enfado, y ella no había podido evitar responderle con el mismo ardor. Después... ninguno de los dos había podido controlarse. Y ahora no podía dejar de pensar en ese beso ni en la forma explosiva como habían hecho el amor. Pero tenía que hacerlo. Necesitaba olvidar cómo Alessandro le había introducido los dedos y cómo la había besado íntimamente, con la cabeza entre sus piernas. Ella le había agarrado del pelo para detenerle porque, en ese momento, le había parecido un acto casi demasiado íntimo; sobre todo, teniendo en cuenta que estaba tratando de distanciarse de él. Pero Alessandro no se había detenido. Había ignorado el jadeo de placer mientras lamía el caliente y excitado botón. Había fingido no oír la ahogada pregunta respecto a si aquello era una buena idea. Y entonces ella se había dejado caer en la cama con las piernas abiertas y agarrándole la cabeza mientras sucumbía a un intenso orgasmo que sacudió su cuerpo con exquisitos espasmos. ¿Cómo lo hacía Alessandro?, se preguntó. La dominaba completamente y la transformaba en una obediente y activa amante simultáneamente. Pensó en lo fácil que había sido recuperar la compatibilidad física, una parte importante de su matrimonio. No obstante, pensándolo bien, ni siquiera ese aspecto de su relación había sido equilibrado. Desde el principio, Alessandro había contado con un conocimiento enciclopédico del sexo opuesto mientras que lo que ella sabía podría haberse escrito en el reverso de un sello. Alessandro era el único hombre con el que había mantenido relaciones sexuales y eso le había complacido a él más de lo que debería; sin duda, por ser un hombre tradicional griego. En una ocasión le había preguntado si se habría casado con ella de no haber sido virgen; Alessandro, aunque le había contestado afirmativamente, lo había hecho tras unos segundos de vacilación. Pero a ella nunca le había convencido, su virginidad era algo apreciado por un Alessandro con deseos de colocar a su mujer en un pedestal. La compañera perfecta de un hombre fundamentalmente conservador. Y ella no era esa clase de esposa. Jamás podría ser esa esposa. Se sumergió en el agua, abrió los ojos y nadó casi entero el largo de la piscina antes de salir a la superficie a respirar. Se preguntó qué pasaría cuando se marchara, una vez pagadas las deudas de Jason y con toda la vida por delante. Tenía su trabajo y su casa, pero carecía de estabilidad emocional. Se preguntó si alguna vez encontraría la felicidad con otro hombre o si estaba destinada a convertirse en una de esas mujeres que se pasaban la vida añorando ese primer amor. Algo parecido a lo que le había ocurrido a Marina... Salió de la piscina, se escurrió el cabello y se secó con una toalla gigante antes de volver a la casa. Alessandro estaba en la puerta de la entrada con una taza de café en la mano y una expresión inescrutable. Con solo unos viejos vaqueros, el cuerpo se le veía tenso y fuerte. El sol le iluminaba los musculosos brazos y el torso, y ella se sintió sobrecogida por un desbordante y súbito deseo. Sí, iba a echar mucho de menos aquello. Iba a echarle a él mucho de menos. –Ese bikini no deja mucho a la imaginación –observó él burlonamente. –Preferirías algo más estimulante para tu imaginación, ¿eh? –Eso depende. –¿De qué? Alessandro se encogió de hombros, pero le seguía notando tenso. –De lo que tú creas que podría ponerla en marcha. Aldana le miró directamente a los ojos. –A ver qué te parece esto. Aldana le empujó adentro, cerró la puerta, le quitó la taza de café y la dejó en una mesa con manos milagrosamente firmes. Después, le puso las manos en los hombros y comenzó a besarle. Alessandro abrió la boca al instante. Lanzó un gruñido y ella le introdujo la lengua y comenzó a acariciarle los dientes. Con las yemas de los dedos le acarició los hombros, el pecho... Sintió que se le tensaban los músculos y le pellizcó los pezones igual que Alessandro le hacía a ella. Y oyó su suspiro acompañado de un temblor. –Aldana... –Sssss. Continuó acariciándole en línea descendente, despacio, muy despacio. Se detuvo al tocarle el cinturón y entonces apartó la mano, como dispuesta a dejar lo que estaba haciendo. –Aldana –gimió él. –No te oigo. Alessandro cerró los ojos. Sabía lo que Aldana estaba haciendo, sabía que estaba jugando con él, utilizando su poder, igual que él había hecho con ella la noche anterior. Alessandro tragó saliva. –No voy a suplicarte –dijo él. –Me parece bien –Aldan le pasó los dedos por la bragueta–. No tenemos prisa. La seducción duró varios minutos, hasta el momento en que Alessandro creyó que iba a explotar. Al final, suplicar le pareció la mejor opción del mundo.  –Por favor. –¿Es esto lo que quieres? –Aldana le agarró la hebilla del cinturón. –Sí. Sí. –En ese caso, lo mejor será quitarte esto, ¿no? –Aldana... –Sssss. Aldana le bajó la cremallera despacio y le agarró, liberándole. Al oírle lanzar otro gruñido, se arrodilló delante de él. Estaba muy excitado, pensó. Enorme. Cerró los ojos cuando el miembro de él le rozó la mejilla. Le puso las manos en las nalgas mientras le rozaba con la boca; entonces, sacó la lengua y comenzó a lamerle. –Aldana –gimió él, y se agarró a su cabeza cuando ella se lo metió en la boca. Aldana le cubrió los testículos con una mano y se los acarició mientras le chupaba. El sabor de él era salado y una gran excitación le corrió por las venas. No podía ser la mujer que Alessandro necesitaba, pero tenía el poder de hacer temblar a ese hombre tan poderoso. Continuó excitándole y chupándole hasta sentir un imperceptible cambio en el cuerpo de él. Alessandro se puso tenso y le oyó contener la respiración un momento antes de comenzar a convulsionarse. Le oyó lanzar un grito gutural justo en el momento en que se descargó en la boca de ella. Aldan esperó hasta que Alessandro se hubo calmado y entonces apartó la boca. Durante unos momentos, Alessandro no dijo nada, se quedó quieto con las manos en la cabeza de ella. Después, la ayudó a levantarse y luego se subió los pantalones y la cremallera. Pero la miró con expresión seria mientras le alzaba la barbilla. –Se te da muy bien esto –dijo él. Aldana se lamió los labios, aún tenía en ellos el sabor de Alessandro. –Tuve un profesor excelente. –Y aprendiste la lección muy bien, imposible mejorar la demostración que acabas de hacer. Aldana quiso decir que no había sido una demostración, ¿pero de qué otra manera podía describir lo que había hecho? Pero eso daba igual. Todo daba igual. El tiempo se estaba agotando. Después del bautizo podría marcharse, porque eso era lo que Alessandro le había dicho y él siempre cumplía con lo pactado. Aldana esbozó una falsa sonrisa. –Me alegro de que te haya gustado. Algo que recordar cuando  me haya ido. Y a propósito de irme, creo que partiré mañana por la mañana. Puedo tomar un vuelo comercial, será lo más fácil. Se hizo una pausa. Alessandro pareció estar eligiendo muy bien sus palabras. –¿Y qué pasaría si te dijera que no quiero que te vayas? Aldana arrugó la nariz. –Aquí no podemos quedarnos. –No estoy proponiendo que nos quedemos. Podemos volver a Londres, ¿no? Podemos incluso ir a tu casa de Devon si es eso lo que quieres. –¿Juntos? –¿Por qué no? –No te comprendo. –Quiero estar contigo, Aldana –declaró él sencillamente–. Quiero que intentemos superar nuestras diferencias e intentar salvar nuestro matrimonio. –¿No hemos hablado ya de eso? Nos hemos dicho todo lo que teníamos que decirnos. –No –respondió Alessandro con expresión decidida–. Todavía no hemos hablado de qué podríamos hacer para sanar las cicatrices del pasado. Me fijé en la cara que tenías ayer cuando Ianthe estaba en tus brazos. Vi tristeza en tus ojos y comprendí lo que estabas sintiendo. Pero no tiene por qué ser así, Aldana, podríamos empezar de nuevo. Podríamos tener otro bebé... –¡No! –exclamó ella con vehemencia–. No puedo tener otro bebé, Alessandro. ¿Es que no lo comprendes? Por eso es por lo que nuestro matrimonio es imposible, porque no puedo darte el hijo que siempre has querido tener




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