Alessandro se la quedó mirando con expresión de perplejidad. –¿Qué quieres decir? –Yo... –a Aldana le tembló la voz–. Me hicieron unas pruebas y vieron que el feto tenía un defecto genético, un problema con sus cromosomas. Por eso ocurrió lo que ocurrió. Se hizo un prolongado silencio; entonces, Alessandro la miró como si la viera por primera vez. –¿Y por qué no me lo dijiste en su momento? –quiso saber él–. ¿Por qué demonios no me lo dijiste, Aldana? ¿Cómo pudiste callarte algo tan importante? Aldana sintió un agudo dolor y un profundo sentimiento de culpabilidad. –¡Porque no estabas allí! –Aldana sacudió la cabeza–. Ya sé que no tuviste la culpa de lo de las cenizas del volcán por las que se suspendieron vuelos durante varios días, pero cuando por fin pudiste regresar yo estaba tratando de asimilar lo que el médico me había dicho y tú te mostrabas tan distante que... –Porque no sabía qué decir –respondió Alessandro. –¡Sí, lo sé! Pero también sabía que querrías tener otro hijo y... y... –¿acaso Alessandro no comprendía que había un motivo por el que no le había hablado con franqueza en su momento?–. La verdad es que no puedo tener hijos, Alessandro. Hay un problema conmigo y no puedo tener hijos. ¿Me comprendes ahora? Alessandro sacudió la cabeza. –¡Eso no puedes saberlo! –¡Sí, claro que lo sé! El médico me dijo que es debido a un defecto genético y que eso no puede cambiarlo nadie. Hay algo en mí que me impide llegar al final del embarazo. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo, Alessandro? No puedo darte el hijo y heredero que siempre has querido tener. –¿Y si te dijera que te quiero a mi lado a pesar de todo? –dijo Alessandro con ojos brillantes–. Al contrario de lo que puedas pensar debido a esa ridículamente baja opinión que tienes de ti misma, no me casé contigo para que me dieras hijos, sino porque te amaba. Y te sigo amando. –No, por favor, Alessandro –gimió Aldana–. Por favor, no me lo pongas más difícil de lo que ya es. –Te lo pondré tan difícil como sea necesario hasta hacer que recuperes la razón. –Estoy siendo razonable –declaró Aldana obstinadamente. –No, no es verdad. Aldana, presta atención. Es cierto que quería tener un hijo contigo, eso no voy a negarlo, pero todavía cabe la posibilidad de que lo tengamos. Podríamos ver a otros médicos, podríamos hacer que te viera el mejor especialista del mundo. –No –declaró ella con firmeza, haciéndole ver que hablaba en serio–. ¿Es que no te das cuenta de que esto es algo que no puedes arreglar con dinero? No puedo tener hijos, Alessandro, así de claro. Por eso es por lo que no tenemos un futuro juntos. El rostro de Alessandro se ensombreció. –¿Crees que yo no tengo nada que decir en este asunto? –No –contestó Aldana sacudiendo la cabeza. –¿Me quieres? Aldana titubeó. «Di que no», se ordenó a sí misma. «Dile que ya no le quieres, que tu amor por él se ha desvanecido». Pero al mirarle a los ojos se dio cuenta de que no podía mentirle. –Yo siempre te querré, Alessandro –contestó ella–. Es por eso por lo que debo separarme de ti, dejarte libre. –¡Cuánta generosidad la tuya! Me echas en cara mi obsesión por controlarlo todo y ahora tú tomas una decisión sin contar conmigo para nada. –Porque no hay alternativa. –Claro que la hay. –¿Cuál? –Que nos olvidemos de tener hijos. –Alessandro... –Hay montones de parejas que no tienen hijos y son felices. Y además, si quisieras, con el tiempo podríamos adoptar un niño. O participar activamente en la vida de mi sobrina y en la de los hijos de mis primos. Tus hermanos, algún día, también tendrán hijos. Lo importante es que te quiero y lo demás es secundario. Durante unos instantes, Aldana se permitió soñar. Alessandro la quería y ella podría tener su amor. Podría vivir con él el resto de sus días. Alessandro y ella juntos. Pero la realidad lo ensombreció todo. ¿La falta de hijos no acabaría produciéndoles una sensación de vacío que terminaría destrozando su amor? ¿No llegaría el momento en que Alessandro se arrepentiría de haber decidido estar con ella y se buscaría una mujer fértil que le diera lo que quería? –Lo siento, Alessandro, pero yo ya he tomado una decisión irrevocable –declaró Aldana con voz tensa, el corazón le latía con tal fuerza que apenas podía hablar–. Y ni tú ni nadie puede cambiarla. Algún día acabarás agradeciéndomelo. –¿Agradeciéndotelo? –repitió él con dureza y amargura. –Sí, porque a ti te encantaría tener hijos –dijo ella–. Incluso tu incursión en el mundo del cine trataba de la paternidad. En una ocasión me dijiste que lo que más querías en el mundo era ser padre. Y yo no puedo negarte eso, Alessandro. No podría hacerlo jamás.Alessandro temblaba cuando la agarró. Le sujetó con fuerza los brazos y ella también tembló. Los ojos de Alessandro eran como dos hogueras azules. Durante un segundo pensó que iba a besarla. De hacerlo, ¿no acabaría sometiéndose a la voluntad de él? ¿No se dejaría convencer de que su amor era suficiente para mantenerlos juntos sin necesidad de tener hijos? Pero Alessandro no la besó. Al final, la soltó y ella se dirigió al cuarto de baño y cerró la puerta tras de sí, aterrorizada de que él entrase y se diera cuenta de que su determinación era mucho más débil de lo que sus palabras podían haberle hecho creer. Pero todavía tenía que asistir al bautizo. Todavía tenía que ponerse el bonito vestido que había metido en la maleta para la ceremonia como si eso tuviera importancia, a pesar de que nada la tenía ya. Cuando salió del cuarto de baño encontró a Alessandro vestido con un traje de lino claro y expresión sombría. –Alessandro... –No, no digas nada, Aldana –la interrumpió él con voz gélida–. Ya has dicho más que suficiente. Y tras esas palabras, Alessandro salió de la casa dando un portazo. La pequeña capilla era una preciosidad y la ceremonia resultó enternecedora. Aldana no podía dejar de pensar en el hombre que tenía a su lado, en lo difícil que iba a ser separarse de él. Pero no tenía opción. Por mucho que Alessandro lo negara en ese momento, sus vidas se convertirían en un suplicio con constantes visitas a médicos para ver si podían hacer algo por ella. Y acabaría enloqueciendo por miedo a que, algún día, Alessandro echara en falta no tener descendencia. Después de la ceremonia, a la que habían asistido solo familiares y amigos íntimos, todos se dirigieron a la casa. Durante la fiesta de celebración, ella prefirió beber agua a champán. Al cabo de un rato del inicio de la fiesta, Aldana se acercó a Kyra y le entregó el regalo que le había hecho a la niña en Inglaterra. –¿Qué es? –preguntó Kyra mientras abría el regalo–. ¡Dios mío, Aldana, es un unicornio! ¿Lo has hecho tú? –Sí –Aldana sonrió–. Un animal legendario. –Sí, claro, por supuesto. –El unicornio es el símbolo de la fuerza y tiene poderes curativos y de regeneración entre otras muchas cosas. Podría llevarlo colgado de una cadena cuando sea más mayor. En ese momento, Aldana alzó el rostro y sorprendió a Alessandro mirándola fijamente. Durante unos instantes, temió que se le fuera a partir el corazón. –Es precioso –dijo él mirándola a los ojos. «Tú también lo eres», pensó Aldana. «Tú eres maravilloso y te quiero, pero no puedo darte lo que necesitas». Aldana se dirigió a él, le llevó a un aparte y le dijo en voz baja: –Alessandro, no puedo seguir aquí. No es bueno para ninguno de los dos. Quiero irme hoy mismo. –¿Crees que no lo va a notar nadie? –Si lo notan, ya se te ocurrirá alguna disculpa. Eso no es problema para ti. La expresión de Alessandro se endureció. Pero, aunque la quería, no iba a detener a Aldana. ¿Qué sentido tenía retener a una mujer que no quería quedarse con él?