Reconciliación en Grecia

capitulo 12

Aldana pensó que iba a sentirse mejor al llegar a su casa. Se había imaginado que reanudaría su vida sin mayores problemas ya sin Alessandro a su lado. Pero se había equivocado. Se sentía como si una deslumbrante luz se hubiera apagado, dejándola perdida en medio de la oscuridad. La rutina cotidiana que tan reconfortante le había resultado ahora le parecía vacía. Incluso las piezas de joyería que tanto había disfrutado haciendo ahora carecían de encanto y de imaginación. Y echaba de menos a Alessandro, mucho más de lo que había supuesto. Alessandro la había llevado de nuevo a su mundo, le había hecho ver cómo podía ser la vida con él y ella quería recuperar esa vida. Sí, lo deseaba con toda su alma. Pero no podía ser. No podía volver con Alessandro. Al despedirse de él, le había pedido que le dijera cómo contactar con Jason y, para su sorpresa, Alessandro había accedido. Le había explicado que el viñedo donde Jason trabajaba estaba alejado y aislado, y que Jason no tenía forma de comunicarse electrónicamente, pero que podía escribirle. Y Aldana lo había hecho. Le había enviado varias cartas. Pero lo único que había recibido había sido un par de postales en las que Jason le decía que se encontraba muy bien, que estaba pasándoselo mejor que nunca. Aldana le echaba de menos y se lo dijo en otra carta que le mandó. Y una tarde de noviembre, cuando acababa de servirse una taza de té, oyó unos pasos en el camino de grava. Aldana abrió la puerta y, durante unos instantes, no reconoció al hombre que tenía delante. Llevaba una mochila a la espalda y una chaqueta demasiado fina para el mal tiempo que hacía. Sus cabellos eran rubios, estaba muy bronceado y se le veía en excelente forma física. Pero los rasgos eran inconfundibles. –¡Jason! –Aldana parpadeó–. ¿Pero eres tú? –Me parece que tienes que comprarte otras gafas, hermana. ¡Claro que soy yo! Riendo, Jason dejó la mochila en el suelo y abrazó a su hermana.  –Vamos, no te quedes ahí, entra. –Claro que voy a entrar, ahora mismo –entonces, Jason frunció el ceño–. Aldana, estás muy delgada. –Tonterías –Aldana cerró la puerta y sonrió a su hermano–. ¿Tienes hambre? –Sí. No he comido desde el mediodía. Mientras cenaban un arroz con setas Jason le contó todo lo que había pasado, lo mucho que le gustaba trabajar al aire libre, trabajar la tierra. –Pero es más que eso, Aldana –dijo mientras partía un trozo de pan con aceite y ajo–. Hacer vino es un proceso muy complejo. Y el vino griego tiene un increíble potencial para triunfar en el mercado internacional, como lo hizo el vino australiano hace unas décadas. Alessandro está muy contento con mi trabajo. Tanto que me ha ofrecido un puesto fijo en el negocio de los viñedos de su familia. Y he aceptado. Sí, Alessandro, el nombre que ella había evitado mencionar. Pero Jason había pronunciado el nombre de su cuñado con una mezcla de lealtad, afecto y admiración. –Ha sido todo un detalle por su parte ayudarte –comentó ella. –Sí, lo ha sido –los ojos verdes con matices grises de Jason brillaron, parecía emocionado–. No quiero ponerme melodramático, pero creo que le debo la vida. De no haber sido por él, de no haber sido porque vino a buscarme y me sacó del pozo negro en el que estaba metido, no sé dónde estaría hoy. Se hizo un profundo silencio. Con una mano ligeramente temblorosa, Aldana dejó el tenedor en el plato. –¿Qué quieres decir? ¿No fuiste tú quien acudió a él para pedirle ayuda? Fuiste a pedirle dinero porque tenías muchas deudas, ¿no? –¿Es eso lo que él te ha dicho? –Jason sonrió traviesamente–. Lo de las deudas es verdad, pero yo no fui a pedirle ayuda a Alessandro. Creo que ya ni sabía que necesitaba ayuda cuando él apareció, como caído del cielo, y me dijo que iba a darme una última oportunidad para encarrilar mi vida. Pero que si no lo hacía, que me olvidara de él porque no me daría ninguna otra oportunidad. Acabaron de cenar y Jason comenzó a hablar de lo bien que se había integrado en aquel pueblo griego y también de una chica que había conocido allí, pero ella apenas asimiló lo que le estaba contando. No lo comprendía. ¿Por qué había mentido Alessandro, por qué le había dicho que  había sido Jason quien había acudido a él para que le ayudara? ¿Y por qué le había puesto como condición para ayudar a su hermano que fuera con él a Grecia? ¿Por qué había hecho eso? Solo se le ocurría un motivo. El mismo motivo por el que Alessandro le había pedido que siguieran juntos, con o sin hijos. Porque Alessandro la quería. Porque Alessandro nunca había dejado de quererla. ¡Cielos! Alessandro se preparó un café y sirvió a su hermano otra copa de vino. –¿Por dónde anda Alesssandro ahora? ¿Lo sabes? –preguntó ella como si no le diera importancia. –Sí, claro que lo sé. Está en Hollywood. Es la celebración del décimo aniversario de Mi loco padre griego. Aldana se mordió la uña del pulgar. Era más fácil ir a Atenas y mucho más a Londres, ir a Hollywood era más complicado. ¿Podía arriesgarse a no ir? Mientras Jason dormía en la habitación de invitados, ella no dejaba de dar vueltas en la cama buscando razones para no ir allí. Pero a la mañana siguiente se levantó convencida de que no podía dejar las cosas como estaban. –¿Cuánto tiempo vas a quedarte? –le preguntó a Jason. Su hermano se encogió de hombros. –Depende del tiempo que estés dispuesta a aguantarme en tu casa. No tengo que volver a Atenas hasta dentro de dos semanas. Aldana le dio un juego de llaves. –Quédate el tiempo que quieras. Yo voy a estar unos días fuera. Vio la expresión de gratitud de su hermano y supuso que había añadido un granito de arena en su exitosa rehabilitación. En el pasado no se le habría ocurrido dejarle la casa.Aldana se compró un billete de avión, se sacó un visado y a los tres días aterrizó en Los Ángeles. Le sudaban las manos y estaba hecha un manojo de nervios. No le había dado explicaciones a Jason y, por supuesto, no había avisado a Alessandro de que iba. Quería ver su reacción al verla. Tenía miedo de que Alessandro hubiera dejado de amarla. Tenía miedo de que él se considerara afortunado de escapar de un matrimonio sin hijos. Sabía que Alessandro solía hospedarse en un hotel propiedad de Zak Constantinides, amigo de Alessandro, en Wilshire Boulevard, pero era consciente de que podía haber ido a otro sitio. Ella había reservado una habitación en el hotel de Zak, a pesar de que el precio le había  parecido exorbitante. Esperó a que le subieran el equipaje a la habitación y entonces marcó el número de teléfono de Alessandro. El corazón comenzó a latirle con fuerza cuando él respondió la llamada. –Aldana –dijo él con voz irónica, poco cariñosa–. Qué sorpresa. –Sí, lo sé. Quería... quería saber si podía hablar contigo. –Tengo la impresión de que nos hemos dicho todo lo que teníamos que decirnos. Alessandro no había cambiado el tono de voz, no daba muestras de alegrarse de que le hubiera llamado. No parecía dispuesto a ponérselo fácil y ella tuvo que contemplar la posibilidad de que fuera demasiado tarde. «Por favor, Dios mío, que no sea demasiado tarde». –¿Podemos hablar? –insistió Aldana. –Adelante, habla, no voy a impedírtelo. –Me refiero a cara a cara. –Me parece que va a ser difícil, estoy en Hollywood. –Y yo. Se hizo un breve silencio. –¿Qué? –Que estoy en Hollywood. Estoy en el hotel de Zak y... no sé si tú también estás aquí. Jason me dijo que habías venido a Los Ángeles y he supuesto que te hospedarías aquí. –En la suite presidencial –contestó él, y colgó. Aldana se dijo a sí misma que debería esperar, darse tiempo para relajarse después del largo vuelo. Pero solo se lavó la cara y se peinó antes de subir a la suite del ático. La puerta no estaba cerrada con llave y la abrió. –Alessandro... –Estoy aquí. Aldana siguió la dirección de la voz con el corazón encogido. Tal vez era demasiado tarde. Claro que era demasiado tarde. Alessandro estaba de pie en la suntuosa sala de estar. Unos tulipanes granates añadían un tono medieval a la habitación, en total contraste con la sombría formalidad de Alessandro. Llevaba un esmoquin negro y ella, con unos vaqueros y una camiseta, se sintió como una sirvienta. Los ojos de él eran fríos cuando se miró el reloj de pulsera con impaciencia. –Tengo que ir a una recepción en el centro y tengo que salir  dentro de media hora –declaró Alessandro–. Así que será mejor que te des prisa. De repente, Aldana no supo qué decir. Se preguntó si no habría ido demasiado lejos. –Jason vino a verme hace tres días. –Suponía que lo haría al acabar la recolección. Aldana se mordió los labios. –Me ha dicho lo que pasó. –¿Qué exactamente? ¿Te refieres a la buena cosecha que hemos tenido? ¿A que parece haberse enamorado de una chica del pueblo? –Me ha dicho que él no fue a pedirte ayuda –contestó ella en un susurro–, sino que fuiste tú quien se la ofreció. Y me he preguntado... me he preguntado por qué lo hiciste. Aldana se llevó una gran decepción al ver que la expresión de él no se suavizaba, en contra de lo que había esperado. Y la desilusión fue aún mayor al verle esbozar una sonrisa desdeñosa. –Creo que los dos sabemos muy bien por qué lo hice, Aldana. Quería que volviéramos juntos. Quería volver a intentarlo y eso fue lo que hice. Y descubrí lo que tenía que saber. Se ha acabado. Todo ha terminado y ambos lo sabemos. Así que... ¿para qué has venido? Aldana quiso morirse al ver la frialdad de los ojos de Alessandro. Nunca le había visto así y un temblor le recorrió el cuerpo. –He venido porque... –Aldana respiró hondo–. Porque por fin me he dado cuenta de lo importante que era nuestro matrimonio para ti. He reflexionado sobre lo que yo estaba haciendo y en las cosas a las que iba a renunciar. Alessandro sacudió la cabeza con impaciencia. –Estás hablando de detalles –dijo él–, de detalles sin importancia cuando lo realmente importante es que no quieres que vivamos juntos y solucionemos nuestras diferencias. Pero ya da igual, sobreviviré, Aldana. Los dos sobreviviremos a esto. –No, Alessandro, creo que yo no podría –declaró ella con una voz apenas audible–. Sobrevivir es como decirle adiós a la vida. Cuando te dije que te quería lo dije en serio, Alessandro. Nunca he dejado de quererte, a pesar de que lo he intentado. Si quieres que te diga la verdad, mi vida ha sido... ha sido terrible sin ti. Y si estás dispuesto, realmente dispuesto, a aceptar un matrimonio sin hijos... no tienes más que decirlo. Dilo, cariño, y volveré a tus brazos en este mismo instante.  Alessandro apretó los labios y la miró, y ella vio con claridad el hielo de sus ojos azules. –Vete –dijo alessandro volviéndole la espalda, como si la vista a través de la ventana fuese infinitamente más interesante que ella. Alessandro miró con incredulidad la rigidez de sus hombros, la tensión del cuerpo de él bajo el esmoquin. –No es posible que hables en serio –susurró ella aterrorizada. –Claro que hablo en serio –respondió Alessandro con dureza–. Te crees que soy una marioneta, ¿verdad, Aldana? ¿Crees que voy a bailar al son que tú toques? Pues no, te di una oportunidad y la echaste a perder. Lo siento. A Aldana se le llenaron los ojos de lágrimas. Calientes y saladas lágrimas burlándose de ella por haber tardado tanto. Aldana ya no la quería, todo había acabado. Durante un instante, pensó en darse la vuelta y salir corriendo de aquella habitación con el corazón destrozado. Pero no, no iba a huir. Algo le dijo, en lo más profundo de su ser, que debía insistir. Se tragó las lágrimas y dijo con voz clara: –Te quiero y eso es lo único que tiene sentido en mi vida –le vio ponerse aún más rígido y, de repente, no pudo contener las lágrimas que comenzaron a resbalarle por las mejillas–. Te quiero y nunca dejaré de quererte, pero me iré si ese es tu deseo. –Bien. –Pero solo si te das la vuelta y me dices que me vaya mirándome a la cara. Momentáneamente temió que él se negara a hacer lo que le había pedido, que se quedara allí de espaldas a ella. Pero entonces Alessandro lanzó un gruñido similar al de un animal herido y, al volverse, vio el dolor reflejado en el rostro de ella. ALessandro se la quedó mirando mientras ella esperaba y lo que dijo por fin le sorprendió: –Estás llorando. –¡Claro que estoy llorando! –Tú nunca lloras, Aldana –comentó él sin disimular su sorpresa. No, ella nunca lloraba. No había llorado durante aquellas largas noches cuidando de Jason y Jake, los tres aterrorizados al oír a los borrachos en el pasillo al que daba su habitación en el centro de acogida de menores. Ni había llorado al abortar. El miedo le había impedido llorar, el miedo a echarse a llorar y no poder parar nunca. –¿Qué otra cosa puedo hacer cuando el hombre al que amo ya  no me quiere? Alessandro apretó la mandíbula. Vio un infinito cansancio en los ojos de ALdana, un cansancio que las lentes de las gafas aumentaban. Se fijó en las lágrimas de ella, en sus pantalones arrugados y en la camiseta. Y en ese momento su amor por ella fue tan intenso que estuvo a punto de dejarle sin respiración. –Ese hombre te quiere, claro que te quiere –dijo Alessandro con voz suave–. Te quiere mucho, pero solo si le prometes que no volverás a dejarle nunca. Porque no lo soportaría. La emoción la dejó sin palabras hasta el punto de hacerla preguntarse si lograría volver a hablar. Cuando lo hizo, las palabras le salieron a borbotones. –Oh, Alessandro, nunca te abandonaré. Nunca, nunca, nunca –y se calló al ver también unas lágrimas en los ojos de él–. Porque te amo. No sabes cuánto. –En ese caso, será mejor que vengas aquí ahora mismo y dejes que te bese –dijo Alessandro con una voz llena de emoción–. No puedo esperar más. Aldana se le acercó con pasos temblorosos y se arrojó a sus brazos. Le temblaba el cuerpo. Alessandro se sacó un pañuelo del bolsillo de la chaqueta, le quitó las gafas y le secó los ojos con suma ternura. Y entonces empezó a besarla. La besó hasta dejarla mareada. Y, cuando la soltó, ella se sentía tan feliz que le dieron ganas de bailar. Pero notó que Alessandro se estaba mirando el reloj con el ceño fruncido. –Alessandro, no me queda más remedio que marcharme. Si pudiera me quedaría, pero esa película significa mucho para mucha gente y quiero presentar una imagen positiva de Grecia. Aunque si quieres que me quede... –No, vete –contestó Aldana y alzó una mano para acariciarle la mejilla–. Te esperaré aquí. –Por supuesto, puedes quedarte aquí esperándome. Pero, si lo prefieres, puedes venir conmigo y demostrar a los de los medios de comunicación que estamos otra vez juntos. No sé, tengo ganas de subirme a un tejado y gritarle al mundo que nos queremos. Aldana se miró los vaqueros y la camiseta y luego le miró a él. –¿Así vestida? –dijo ella dubitativa. Alessandro sonrió. –Tal cual.  –¿Con las demás mujeres engalanadas y llenas de brillantes? –¿A quién le importa eso? Ninguna puede compararse contigo, lleves lo que lleves. –Oh, Alessandro, te quiero. Alessandro le tomó una mano y se la llevó a los labios. –Vamos, acompáñame, señora Soto. Porque cuanto antes nos vayamos, antes estaremos de vuelta




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