Todos los sirvientes buscan a la señorita Isabel, deben encontrarla antes que el señor Johnson regrese, de lo contrario estarán en serios problemas.
A la vez, en casa del gobernador, la señora García duerme plácidamente, por causa de unas copitas de más, su esposo aún no regresa.
Las horas pasan.
Ya es de noche y todos, en el pueblo, están alertados por la desaparición de los niños.
Ya casi amanece.
El señor García recrimina a su esposa, por dormirse ebria, ella no deja de llorar, maldice a la niña que ha hechizado a su hijo.
Manolo y Nino niegan saber cualquier cosa. Cuando tuvieron la oportunidad corrieron hasta la casa abandonada.
—Todos los están buscando, incluso el cura que no deja de maldecir por los candelabros y la copa de plata que tomamos prestada de la sacristía.—dijo Nino.
—No dejes que nos separen, suplicó Isabel.
—Eso no sucederá, toma mi mano con todas tus fuerzas, dijo Lucas.
—Es mejor que busquen otro escondite. Sé de un lugar, es una mina abandonada, —aconsejó Manolo.
—Sé donde es, —contestó Lucas, —no está lejos de aquí.
Nino alza una ceja. —Están locos. Es un lugar sombrío y húmedo.
Manolo. —¿Tienes otra mejor idea?
Nino resopla.
—No importa el lugar, siempre que estemos juntos, —dijo Isabel.
—Por suerte soy precavido, traje mantas extras, dijo Nino con orgullo.
Isabel sonrió y lo abrazó. Lucas y Manolo carraspean.
Caminaron algo más de una hora, y llegaron a la mina.
Todos respiraron profundamente, la entrada es algo inquietante, y más para sus fértiles mentes infantiles.
Luego, cuando Isabel comenzó a toser, hicieron una fogata, rodearon con piedras. Manolo llevó leche, pan y mermelada. Fue un rato agradable, rieron, bromearon.
Isabel no teme, su caballero la protegerá de cualquier fantasma que habite al interior de la mina.
Manolo y Nino ya deben regresar, prometieron volver al día siguiente, con víveres, para el largo viaje que espera a Lucas e Isabel, ellos, partirán al anochecer para no dejar rastros... pero... fue demasiado tarde, han sigo encontrados.
Lucas e Isabel trataron de huir... sus manos se soltaron y el ángel tropezó.
Hubo forcejeos, ¡suéltenme!, ¡suéltenla!, gritaban.
Manolo y Nino ayudaban pateando en las rodillas a los hombres del gobernador. También hubo mordisco en los brazos.
En algún minuto de toda la trifulca, llegaron el señor Johnson y el señor García.
—¡Lucas!, gritó su padre.
Momento de silencio y quietud, que el ángel aprovechó para correr a los brazos del caballero. Así estaban los dos, abrazados, desafiando al mundo entero.
El señor García se molestó tanto, que casi furibundo caminó a grandes zancadas, agarró a su hijo del brazo con brusquedad, y aunque Lucas se negaba a caminar, fue arrastrado... El ángel corrió detrás, pero sus alas no se extendieron y cayó al suelo polvoriento. Escucha la voz de Lucas, llamándola.
El señor Johnson la tomó entre sus brazos, ella, no dejaba de llorar. Su padre fue paciente y considerado. Un amor, por pequeño que sea, puede dejar huellas profundas e infinitas.
Algunas horas después...
Sin conmoverse ante el llanto de su hijo ni escuchar sus súplicas, el gobernador García lo llevó a la ciudad.