Han pasado ya tres días desde que convencí a madame Marie Claire de llevarme con ella a París. La emoción no me dejó dormir, así que me levanto de un salto cuando escucho el despertador. Está amaneciendo y debo darme prisa, pues para esta tarde tenemos que estar en Bordeaux para tomar el avión a París. Iremos en auto hasta la ciudad, y antes de partir debemos acudir con un médico para darle un rápido chequeo al bebé de Claudine. Quiero dar una buena impresión cuando me vean llegar a Bordeaux con madame Marie Claire. Mi elección final es un sencillo vestido de color negro. Mi cabello, como siempre, es un problema. Por más que intento cepillarlo, no puedo aplacarlo.
Una hora tardo en estar lista, y mi imagen general no me agrada en absoluto. Mi madre me dijo hasta el cansancio que tendría que hacer un enorme esfuerzo para verme como una citadina cuando fuera a París, o aquellas personas me comerían viva. Veo fijamente a la chica que me devuelve la mirada en el reflejo y me pregunto si realmente parezco una pueblerina. Le Village de Tulipes no es un pueblo olvidado a mitad de la nada. No logro comprender el miedo que mi madre le tiene a quienes viven en la ciudad. No es la primera vez que salgo del pueblo.
Tengo que evitar pensar demasiado para concentrarme en lo que importa. Jacques. ¿Habrá cambiado mucho desde que se fue? ¿Se alegrará de verme? La impaciencia me carcome y tengo que evitar reír como una colegiala enamorada. Siento temblar mis rodillas, y el anillo de compromiso cosquillea en mi dedo.
¿Sería posible que Jacques acceda a desposarme estando ahí en París? ¿Me llevará a dar recorridos turísticos por la ciudad? ¿Me presentará a sus nuevos amigos? ¿Seré la envidia de todas esas chicas que seguramente intentan coquetear con…?
De pronto me siento herida gracias a la imagen de Jacques siendo cortejado por otras chicas que aparece en mi mente. ¿Será posible que, al pasar tanto tiempo lejos de mí, Jacques accediera a salir con alguna de ellas? ¿Seguirá sintiendo lo mismo que yo siento por él?
Me dejo caer en la orilla de la cama y comienzo a juguetear nerviosamente con un mechón de mi cabello preguntándome si será correcto realizar el viaje. Espero, en verdad espero, no estar cometiendo un garrafal error.
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El auto es casi una limusina. Es de color negro y los cristales son polarizados. Nuestro chofer es un hombre de unos cuarenta años, robusto y albino. Nos saluda a las tres con besos en los nudillos y deja la puerta abierta mientras nosotras subimos. Me despido de mis padres con emotivos abrazos y tengo que asegurar por enésima ocasión que me mantendré en contacto con ellos. Mi madre me da un beso en la frente y retira un par de mechones de cabello mi rostro para ver bien mis ojos. Suelta una lágrima solitaria, y no puedo evitar sentirme avergonzada. Sé que le preocupa lo que pueda encontrar en París. A decir verdad, a mí también.
Subo al auto junto con Claudine y madame Marie Claire. Me despido sacudiendo los dedos por la ventanilla y el auto se pone en marcha. Veo cómo mis padres se hacen más pequeños conforme nos alejamos del pueblo y les envío besos al aire. Los extrañaré bastante, pero quiero disfrutar al máximo esta oportunidad.
Nos enfilamos por la carretera y me reclino en el cómodo asiento, mientras madame Marie Claire acciona el aire acondicionado y saca un libro de su bolso para distraerse durante el viaje. Claudine está jugando con la cantidad de botones que accionan las luces y la barrera que separa nuestro lado del auto y el asiento del conductor. Nuestro equipaje va en el maletero del auto. Me arrepiento por no haber elegido un bolso de mano para llevar algo con qué divertirme.
Incluso mi móvil va en el maletero, así que no puedo disponer de mi amplia galería de juegos. Me quedo mirando por la ventanilla para mirar el paisaje.
La ansiedad por ver a Jacques desaparece, y me quedo profundamente dormida.
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Claudine me da una sacudida cuando finalmente llegamos a Bordeaux. Salgo de mi sopor para bajar del auto, y me doy cuenta de que aparcamos frente a un hospital. Un par de enfermeras salen por las puertas principales. Empujan una silla de ruedas y nos saludan. Le indican a Claudine que ocupe la silla de ruedas y nos adentramos en el edificio para seguir a las enfermeras hasta el área de maternidad. El lugar no se parece en nada al hospital rural que se edificó en nuestro pueblo. Los doctores y las enfermeras pasan velozmente mientras espero a que madame Marie Claire y Claudine terminen con sus asuntos. Un trío de practicantes se detiene frente a mí para discutir sobre un paciente que será operado para extirpar un riñón. Una enfermera se acerca para ofrecerme una taza de café, alegando que va por parte de madame Marie Claire. Le agradezco con una sonrisa y acuno la taza entre mis manos, preguntándome cómo estará todo con Claudine. Tomo un sorbo y una revista que una anciana dejó olvidada en el asiento del que acaba de levantarse. Me parece lo más lógico que haya revistas de medicina en un hospital.
Aunque… Me pregunto si a quienes esperan noticias de un familiar en graves condiciones les gustaría leer sobre avances médicos y esas cosas. Creo que hace falta una lectura más alegre para esas personas.