Abrazo a mi amiga Madeleine y suelto un suspiro.
—Respira, amiga.
—Fue un día de locos. Sin olvidar que el nuevo socio de la firma me vio media desnuda y me escuchó hablando mal de él.
Ella ríe.
—Solo a ti te pasan esas cosas.
—Lo gracioso es que me invitó a salir, inventando la excusa de que quería que nos conozcamos para llevarnos bien en el trabajo.
—¿Es guapo?
—Nada fuera de lo común. No voy a salir con ningún abogado de esa firma, menos un socio. Y lo único que vio en mí es a una mujer guapa que no cayó a sus pies y su ego no lo puede aceptar. No, gracias.
Ella niega con la cabeza.
—Yo tengo malas noticias.
—Cierto. Sonia. ¿Está en el hospital?
Mady niega.
—Está muerta. Su esposo la apuñaló—abro la boca—. La vecina los escuchó pelear, mas no le dio importancia porque ya era normal y no se molestó en llamar a la policía, sabiendo que ella nunca llegaba a denunciarlo y regresaba con él, hasta que escuchó un disparo.
—¿La apuñaló y la baleó?
Vuelve a negar.
—La apuñaló y él se suicidó poniéndose un arma en la cabeza.
Llevo la mano a la boca mientras un escalofrío horrible recorre mi cuerpo. Ya había tratado con casos de esta clase, pero este me afecta más que cualquier otro.
Sonia llegó al refugio un año atrás con heridas y con una pequeña niña agarrada de su mano, la hija que estaba viviendo con la abuela y ella visitaba.
No se animaba a denunciar a su esposo, lo hizo, pero se dejó manipular por él, retiró la denuncia y regresó con él. Un mes después ella estaba en el hospital con heridas graves diciendo que se había caído por las escaleras.
La abuela de la niña era una señora amable que aceptó a la niña y se negaba a ayudar a su hija por seguir al lado de su marido golpeador. Lamentablemente, la anciana murió hace un mes y la niña regresó con sus padres temporalmente mientras Madeleine se ocupaba de sacarla de ahí.
—¿Y Rachel?
—La policía la encontró hecha un ovillo dentro del armario. No lloraba, nada más estaba con los oídos tapados. No ha querido hablar y tampoco ha comido desde anoche. Pensé que tú podrías hablar con ella, pues en el refugio solía seguirte.
Asiento.
Madeleine me lleva hasta donde está la pequeña de cinco años. Se encuentra en la sala de niños huérfanos retirados de seno familiar por abuso, problemas o que sus familias se desligaron.
Mis ojos van a la pequeña de cabello castaño y dos colitas que está sentada aferrada a sus piernas con la mirada perdida.
No es justo que los niños deban pagar las consecuencias de los malos actos de sus padres. Ella no tiene la culpa que su madre fuera manipulable y débil, y que su padre fuera un abusivo.
Miro a Madeleine que se seca una lágrima. Ella entiende más que yo siendo hija de un padre abusivo. Aunque tuvo suerte de que su madre decidiera salir de eso, llevarse a su hija y denunciar al esposo golpeador que murió hace dos años en prisión, pero no todas mujeres tienen la suerte de salir vivas y rehacer su vida.
Entro en el salón, saludo a algunos niños y tomo asiento al lado de Rachel, ella no se mueve, ni parpadea.
—Hola, Rachel. ¿Me recuerdas? —ella sigue sin decir nada—. Yo te recuerdo. Me habías dicho que te gustaba mucho dibujar, querías ir a la escuela y ser maestra cuando fueras mayor. ¿No quieres hablar? Está bien, podemos quedarnos calladas. Aunque deberías comer—exclamo mirando el sándwich sin tocar en la mesa frente a nosotros, agarro el plato—. Madeleine lo preparó especialmente para ti y se ve muy rico. ¿No quieres? —lo pongo frente a su rostro, ella lo mira y niega—. Supongo que es normal que se te cierre el apetito luego de pasar por algo feo.
Me quedo a su lado, le sigo hablando de cosas banales, le cuento que tuve un día muy malo y se lo comento en detalle, exceptuando la parte donde el nuevo socio me encontró medio desnuda y evito decir en voz alta que me pareció muy guapo.
Mi estómago comienza a hacer ruido. Ya casi es hora de cenar y no he comido nada desde el almuerzo, y no recuerdo si almorcé, pues anduve a mil en la calle haciendo trámites.
»Si no te vas a comer el sándwich, lo haré yo porque tengo hambre—agarro el sándwich, lo divido en dos y llevo una de las mitades a la boca—. Está muy rico.
Rachel gira la cabeza y suelta sus piernas enderezándose en su lugar, baja la mirada al sándwich que estoy comiendo, estiro la mano hacia el plato con la otra mitad y se la tiendo.
»Come o me lo comeré todo y luego me quejaré de que me duele el vientre por comer demasiado.
Ella lo agarra con timidez y se lo lleva a la boca comiendo rápido, le pido que coma despacio y limpio su boca con la servilleta. Sirvo el refresco en el vaso y se lo tiendo pidiéndole que lo beba una vez que trague y lo haga despacio.
Está muy delgada para su edad y algo me dice que no come bien desde que murió su abuela.