Regalame tu Sonrisa (libro 2)

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Final de perros 

 

Comenzamos nuestro paseo por el icónico Jardín Japonés; del cual quedamos completamente enamoradas. Caminamos rodeadas por bonsáis, azaleas, kokedamas (un tipo de bonsái con forma de pelotas), orquídeas y faroles de cemento lo que fue un placer inolvidable. Asistimos al Chashitsu (casa de té): un espacio construido especialmente para llevar a cabo la tradicional ceremonia del té japonesa, completando nuestra visita recorriendo la sala de arte y el restaurante donde probamos sushi y otros bocaditos típicos japoneses (los que no me gustaron mucho a diferencia de Natalie que los disfrutó). La tranquilidad, la paz que ahí respiramos nos dejó en un estado de tal relajación que no queríamos irnos. Pero tuvimos qué, así que seguimos nuestro plan del día.

Los Lagos de Palermo (o Bosques como también se la conoce) fue nuestro segundo recorrido. Compuesto por 4 lagos y una infinidad de variedades de aves, peces y árboles, solo tuvimos tiempo de pasear por dos de estos. Uno de ellos, el que rodea al Planetario –el cual también visitamos–, fue el último. Ahí nos sacamos otra tanda de fotos, comimos de todo lo que veíamos más lo que habíamos llevado. Alquilamos esos botes con pedales y morimos de risa ya que a pesar de no ser tan profundo como para ahogarnos y saber nadar las dos, nos asustaba y daba impresión el movimiento del bote y los peces que ahí había.

En general, nos duelen las piernas de caminar, subir y bajar escaleras, pedalear, etcétera… pero regresamos a casa tan contentas y con tanto que comentar que lo físico simplemente pasa a un segundo plano. Nos divertimos, nos despejamos y eso es lo que cuenta. Ya tenemos las energías renovadas para una nueva semana de trabajo.

De camino al departamento, y a pesar de haber comido de todo, paramos en una pizzeria para comprar la cena. Una pizza de mozzarella y helado es lo que llevamos. Una vez dentro del hall del edificio y mientras esperamos el ascensor, hablamos de lo visto hoy. En un momento escuchamos ladridos que vienen de la puerta del estacionamiento, que está abierta. De ahí vemos entrar a un perro de raza, lanudo gris y blanco, que corre hacia nosotras asustándonos a ambas, pero más a mi amiga que empieza a dar grititos desesperados.

— ¡Nos va morder! ¡Cucha, cucha! —Se pone histérica.

— ¡Fuera! —Grito a mi vez, por ella.

Nat odia a los perros, les tiene pavor.

— ¡Coco, quieto! —Oímos una voz masculina dar la orden al can, que rápidamente la recibe sentándose a medio metro de nosotras. —Tranquilas chicas, no les va a hacer nada.

Cuando dirijo mi atención al dueño, siento mis mejillas arder como aquel día. Es el hombre al que atropellé hace varios días atrás.

— ¡Nos iba a morder! ¿Cómo podés dejar a una bestia así suelta? —Salta Natalie a reclamarle, mirando al perro y a su dueño enojada.

—No les iba a hacer nada, Coco no es…

— ¿Cómo sabés eso? ¡Venía directo hacia mí mostrando los dientes! —Exclama, exagerando un poco la situación.

—Lo sé porque lo conozco, está entrenado. —Revira él mirándola con expresión burlona.

—Sí claro, entrenado para lastimar, eso seguro. Deberías tenerlo atado a una correa no suelto para empezar.

Contemplo atenta la cara de él, viendo que lleva una pequeña marca en su labio superior, lo que hace la verguenza me invada de nuevo.

—Señorita, en primer lugar siempre lleva correa, lo tiene puesto si te fijás. Y en segundo lugar…

— ¿Dan, agarraste a Coco? –Por la misma puerta que entraron el perro y el tipo al que terriblemente golpee; entra otro, que se para a lado suyo observándonos con curiosidad.

—Sí, acá está. —Señala éste agarrando la correa que efectivamente el perro tiene puesta.

— ¿Pasó algo? —Pregunta el recién llegado, mirándonos a cada uno.

—No, todo bien un pequeño… –Comienzo a decir, pero Nat, todavía nerviosa interfiere.

— ¿Todo bien? ¡No, nada bien! Esta… bestia casi nos muerde —Apunta al perro que la mira, o eso creo porque tiene los ojos tapados por su abundante pelo blanco, inclinando la cabeza de un lado a otro.

Sonrío un poquito porque me parece adorable.

— ¿Coco? Pero si es incapaz, no es un perro peligroso ni mucho menos. —Manifiesta el chico que mira al otro confundido.

El "golpeado" como decido decirle ya que no sé su nombre, sacude la cabeza negando, al tiempo que contempla a mi amiga entre divertido y exasperado.

—Creo que la chica exagera un poco. —Repone con simpleza.

Yo giro la cabeza hacia Nat, a quien se le desencaja la cara al oírlo. Frunzo el ceño, preguntándome porqué se pone así, en realidad él tiene un poco de razón. El perro no parecía tener la intención de hacernos nada.

—Nat… solo nos asustó pero…

—La chica no exagera, tendrías que tener más cuidado o de lo contrario tu bestia y vos podrían tener problemas.

Él arruga el gesto al escucharla, y después sonríe tenso negando la cabeza.

—Pará un poco, en serio estás exagerando. —Le susurro solo para que ella me escuche.

Su respuesta es una mirada molesta.

—Chicas les pido disculpas en nombre de mi bestia. Me distraje mientras hablaba por teléfono y se me escapó, perdón por el susto y no va volver a pasar. —Nos dice con amabilidad quien llegó último.

Sus ojos y los míos se encuentran brevemente, ocasionando una ligera sensación incómoda. Cuando me dedica una sonrisa afable, decido mirar a mi amiga.

—No se preocupen, esta todo bien. Solo fue el susto como decís. Es que a mi amiga le dan un poco de miedo los perros.

—Maia. —Murmura ella entre dientes dándome un codazo.

Pero la ignoro.




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