Regalame tu Sonrisa (libro 2)

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MOMENTO PECULIAR




 


—No me digas eso. —Dice bajito, llevándose una de sus manos al cuello.

Me preocupo cuando veo que su rostro se volvió pálido.

—Tranquila, tranquila… —Digo acercándome un paso. — ¿Sos claustrofóbica? —Pregunto porque noto se pone rígida y le cuesta respirar bien.

No responde de inmediato, pero debo suponer que sí. Me había dado cuenta antes que se tensa cada vez que sube.

—Maia —Le hablo con suavidad. Ella alza sus ojos oscuros y en ellos se refleja el pánico. —Esta todo bien sí, ya se va solucionar.

Respira hondo, aunque le cuesta.

Giro hacia el panel, y vuelvo a tocar el timbre que avisa que estamos acá encerrados. 
cierro 
— ¿Alguien se dará cuenta? No me gusta esto… no me gusta nada —Habla en un susurro preocupado.

Volteo a mirarla y su carita angustiada me apena.

—Van a darse cuenta, no te preocupes. —Le sonrío un poco para tratar de animarla.

No parece convencida, pero no dice nada más. Cierra sus ojos y se recarga en la pared, de la misma forma en que estaba cuando la vi al entrar.

En los minutos que siguen toco el timbre varias veces mientras permanecemos callados, a la espera de que alguien se de cuenta que estamos acá. Maia se mantiene en la misma posición sin abrir sus párpados. La contemplo ahí, parada en una esquina, su menudo cuerpo tenso y su cara con esa mueca de susto que me provoca querer hacer o decir algo para que no esté así. Para que sonría.

—Nadie nota nada —Expresa en voz baja sin abrir los ojos. —Sé que solo pasaron unos minutos… pero se me está haciendo eterno… —Manifiesta en pausas.

Pienso de qué manera distraerla para que no se estrese más todavía. No sabría que hacer si entrara en una crisis o algo así.

—Dijiste que habían llegado a Buenos  Aires hace poco. ¿De dónde vienen? —Inquiero con voz calmada.

Esto hace que finalmente ponga su atención en mí. Sus ojitos negros se muestran contrariados un instante, mirándome también de esa forma desconfiada que ya vi varias veces antes. Cuando pienso que no va responder, inclina su cabeza hacia un lado y asiente despacio, capaz entendiendo lo que pretendo.

—Somos de Lago Gutiérrez, Rio Negro. —Contesta cautelosa. 
 

—Lindo lugar. –Afirmo a pesar de no conocer.

—Sí, lo es. ¿Fuiste alguna vez? —Satisfecho por conseguir lo que quería, sonrío negando.

—No, pero imagino que debe serlo. Sí fui a Bariloche. ¿Es cerca de ahí?

—Sí es cerca. —Confirma, soltando un suspiro.

En ese momento se escuchan ruidos de arriba.

— ¡Ey, hola! —Grito, los dos mirando hacia el techo.

— ¡¿Están bien ahí?! ¿Cuántos son?

— ¡Sí estamos bien! Somos dos Florencio. —Indico reconociendo la voz del encargado.

— ¿Uziel? —Pregunta él.

—Sí, y una chica. Maia del sexto A. —Informo, mirándola de reojo. Ella aprieta su bolso contra su pecho, como si se aferrara a algo sagrado. Obviamente es por el miedo, se lo veo en la cara. — ¿Cuánto vas a tardar en sacarnos? —Cuestiono atento.

—Voy a bajar a mirar el sistema del ascensor. Pero dudo que pueda arreglarlo, pero tranquilos, ya estamos llamando a los bomberos.

— ¿A los bomberos? —La escucho decir afligida.

Pongo mi atención en ella, que se hace hacia atrás de nuevo, y se encorva hacia el suelo.

— ¡Esta bien, pero apurense por favor! —Le pido, sin dejar de mirarla.

Su semblante no me agrada, y la rigidez de su cuerpo mucho menos.

—En 10 minutos llegan. —Indica el encargado, y después el silencio regresa.

—Si llaman a los bomberos debe ser porque es grave —Musita ella que continua agarrando su bolso de la misma manera con el torso hacia abajo.

—No pienses en eso. Es solo por precaución, y además porque Florencio no va poder sacarnos solo. —Explico con tranquilidad.

La veo respirar profundo varias veces. Quisiera acercarme más a ella. Pero no lo hago, tal vez solo empeore su nerviosismo.

Dos minutos después, se endereza, sin embargo se tambalea hacia atrás, lo que hace reaccione de inmediato y la agarre por los hombros atrayéndola a mi pecho.

— ¿Estás bien? —Me preocupo cuando la siento temblorosa. — ¿Tenés frío?

Maia no contesta, pero mueve su cabeza para negar y se aleja de mí deprisa.

—Esto… esto me pone muy ansiosa. No me gustan los lugares cerrados y con poca luz… —Explica en murmullos, cerrando fuerte sus ojos. Su rostro se vuelve angustiado, asustado, como si recordara alguna cosa mala.

Eso debe ser. Un trauma. Por eso se siente así.

—Seguí contándome más de vos. —Pido entonces, rogando esto pase rápido. No me agrada verla así.

— ¿Qué?

—Ya que vamos a estar un rato más acá, podrías contarme de vos. —Alzo los hombros.

Su mirada oscura, triste y torturada, provocan quieran saber qué fue lo que le pasó.

— ¿Vinieron para estudiar o trabajar? —Indago con sutileza.

—A trabajar. —Contesta. —Somos diseñadoras de interiores.

— ¿En serio? —Asiente mirando hacia el techo desde donde empiezan a llegar a voces. —Una de mis hermanas el otro día me comentaba que quería rediseñar su cocina y comedor. —Comento atrayendo sus ojos hacia los míos.

— ¿Ah sí?

—Sí, le iba a pedir a Susana el número de una empresa en la que ella es contadora.

—Debe ser en donde nosotras estamos trabajando. Si querés puedo dártelo. —Propone.

— ¿Tu número?

—No, el de la empresa. —Me observa vacilante.

—Claro, te lo agradecería.

A lo lejos oímos ruidos, las sirenas de los bomberos y voces que nos preguntan cómo estamos.

Maia agacha la cabeza, y de a poco se desliza hacia abajo, hasta quedar sentada en el piso, presionando contra sí su cartera.

Yo respondo por ambos que estamos bien, y luego escucho a Florencio explicar el problema, y que quedamos a mitad del piso 4 y 5. Por lo que deben tratar de movernos de forma manual lo que llevará tiempo.




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