Regalame tu Sonrisa (libro 2)

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Contrariedad

 

 


Volvió a pasar otra semana entre nosotros, y cada día nos unimos más. El comportamiento de Uziel no ha cambiado mucho, y sin embargo, hay detalles que diferencian su atención hacia mí desde que nos sinceramos. Lo siento más protector, más atento y cálido. Me besa y abraza como siempre, pero en cierta forma diferente. Cuida más de sus demostraciones, es decir, no nos llevan a nada que pueda comprometernos en una situación que a mí me pueda incomodar.

No sé cómo sentir al respecto. Me gusta que sea así, cuidadoso, tierno aunque eso no es raro en él. Que me dé mi espacio. Pero por otro lado a veces quisiera que intentara llegar más lejos, que me ponga a prueba por así decirlo, y no este cuidado que adoptó ahora.

Soy toda contrariedad, quiero pero sigue el miedo.

¿Y si algo cambia cuando suceda? ¿Si pierde el interés? ¿Si no cumplo con sus expectativas? Si es que tiene muchas.

¡Ash! ¿Quién me entiende? Ni yo lo hago.

Lo deseo, pero a la vez, temo el encuentro.

Fuera de todo lo que surge en mi interior; estamos muy bien. Yo lo estoy. Me encantan nuestro tiempo juntos que se reducen mucho los días de semana por nuestros trabajos, sin embargo los aprovechamos a full para conocer nuestros gustos, nuestros deseos y metas. Sobre nuestras familias, nuestra niñez... En fin, sobre todo lo que se nos ocurra hablar. Algunas mañanas, como hoy, compartimos el desayuno antes de irnos. Yo, por ser hoy sábado, entro a trabajar más tarde, por lo que él acaba de irse.

—Me llevo besos que todavía quiero darte... —Había susurrado todavía sobre mi boca. —Nos vemos a la noche —Me besó dos veces.

—Hasta la noche. —Le dí dos besos más, rápidos, entre risas porque no me soltaba.

Me quedé apoyada en el marco de la puerta viéndolo alejarse, tan atractivo, todavía más con su ambo azul oscuro, su pelo todavía húmedo y sus anteojos que lo hacen lucir un sexy intelectual.

Una hora después es mi turno de irme, y salgo sola ya que Nat durmió con Adán y él la llevaba hasta su lugar de trabajo.

La remodelación en la que estoy trabajando avanza mejor de lo esperaba, y tanto mi supervisor como los dueños de la casa están más que satisfechos por ello, por lo cual, es otro agregado a todo lo bueno que me viene pasando.

Al terminar la jornada (también temprano por el día) me dirijo al gimnasio. Tengo mucha energía acumulada, mucha tensión y necesito el ejercicio para canalizarlo y darle fuga. Me gusta lo que elegí hacer, a pesar de que todavía me sorprende. Además encuentro algo excitante al hecho de que nadie lo sabe. Ni siquiera Nat. Sabe que vengo, sí; pero no sabe lo que hago realmente. Le sorprendería, y creo que para bien. Aun así no lo comenté, no sé porqué no lo dije, como sea me gusta mantenerlo para mí, un secreto conmigo misma.

Paso dos horas en el gimnasio. Una hora en clase y otra hora en las máquinas. Descansando unos diez minutos entre ejercicio y ejercicio. Hace semanas que vengo pero mi cuerpo que va acostumbrandose me pide estas pausas. Salgo agotada pero renovada del vestuario. Camino hacia la salida, cuando mi teléfono empieza a sonar dentro del bolso donde guardé la ropa.

Lo saco, y veo que es Uziel quien llama.

—Hola. —Contesto alegre.

—Hola, estoy saliendo de la clínica. ¿Dónde estás? —Habla rápido, y seguramente escucha los ruidos de fondo y por eso pregunta.

—Estoy en el gimnasio. Salí temprano y tenía ganas de venir. —Comento mientras cruzo las puertas.

—Ah bien, ¿querés que pase a buscarte? ¿Dónde queda? —Le digo dónde, pero que no hace falta, que ya estoy yendo a la parada del colectivo. —No, no. Voy por vos, me queda de paso.

—Mentira, vas a tener que desviarte un poco.

—Poquito —replica divertido. —En serio ya arranco el auto y en unos... —hace una pausa. —En quince llego.

Camino despacio sonriendo ante su insistencia. Miro hacia el bar que está cruzando la calle.

—Bueno si querés —accedo vencida, aunque complacida.— Te espero en el barcito que está frente al gimnasio. "El Tano" se llama.

—Dale, te veo ahí.

Colgamos y me dirijo hacia allí.

Pasados veinte minutos, él entra al bar. Me ofrece una sonrisa al verme y viene hacia mí.

—Llegué —Musita dándome un beso largo. —Cómo estás.

—Muy bien. ¿Vos?

—Muy bien —se sienta al lado mío pasando su brazo por mi hombro acercándome más. —Y ahora mucho mejor. —Me vuelve a besar.

Respiro su colonia, y veo que se cambió de ropa. Lleva un jean desgastados claro, una remera tipo polo negro y el pelo un poco desordenado y ya no tiene los anteojos, que los usa cuando tiene la vista cansada y borrosa.

—Nos podíamos ver en el departamento —digo sonriéndole contenta.

—Sí, pero para qué desaprovechar estar un rato solos. Más tarde va ser difícil. —Expone con simpleza.

—Tenés razón. —Afirmo, ya que hoy salimos los cuatro por el cumpleaños de Natalie.

El mismo mozo que me atendió se acerca y toma el pedido de Uziel.

Conversamos un poco, traen su encargo, y continuamos charlando.

— ¿Qué será eso que tu amiga le pidió al mío por la apuesta?

—No tengo la menor idea, Nat no quiso decirme. Lo tiene que hacer hoy, ¿no?

—Ujum... —responde comiendo su tostado de jamón y queso. —A mi tampoco quiso decirme, no le hace mucha gracia.

—No me imagino qué pudo pedirle, pero la conozco así que siento lastima por él. —Rio un poco y él me acompaña.

—Se lo buscó —se encoge ligeramente de hombros. —Cambiando de tema. El otro fin de semana voy a ir Las Marianas ¿Te gustaría ir conmigo? —Propone de pronto volviéndose hacia mi.

Lo miro sorprendida un instante. Espera atento mi respuesta, inspeccionando mi rostro entretanto.

—Eh... No sé, depende si puedo organizarme con el trabajo. —Contesto vacilando un poco.




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