Regalame tu Sonrisa (libro 2)

✧ 30 ✧

Todo el tiempo del mundo

 

 

—Tengo un poco de hambre, ¿vos querés algo? Creo que quedaron algunas empanadas... —Ofrece parándose en medio del living/comedor.

—No gracias. —Me quito el abrigo, y ella los zapatos.

Se queda ahí, balanceándose sobre sus pies, sin mirarme.

—Uhm... ¿Te hago un café, un té? —Dice bajando la mirada a sus pies que siguen moviéndose.

—No, estoy bien así. —Sonrío por su evidente nerviosismo.

—Ok... —Susurra y avanza hacia la cocina.

Dejo el abrigo en el brazo del sofá, sintiendo mis propios nervios palpitando en mi cuerpo.

¿Voy a ser capaz de solo dormir con ella? ¿Voy a ser capaz de quedarme siquiera?

— ¿Uziel?

— ¿Si? —Giro hacia su voz.

Parada en el umbral, con la mitad de una empanada en una mano, y un vaso de agua en la otra.

— ¿Seguro que no querés nada? Está buena... —Alza la comida.

»Vos estás buena.« Es mi pensamiento inmediato.

Recorro su cuerpo mientras me voy acercando, despacio. A medida que lo hago veo su cara, hermosa, sonrojarse.

Baja la mirada. Una vez frente a frente, coloco un dedo en su barbilla y alzo su rostro.

Sus ojos, negros, profundos, se detienen en los míos haciendo que el deseo me atraviese como un rayo.

— ¿Vos estás segura que querés que me quede? —Digo obviando lo que ella preguntó antes.

—Sí, quiero que te quedes... —Murmura sonriendo avergonzada. —Estoy... bastante nerviosa, pero quiero que estés acá, conmigo.

Atrapo su boca en un beso delicado, suave, pero lleno de mi pasión.

—Te aseguro entonces que no quiero otra cosa... —Prometo.

Aunque me muera después, no voy a empujarla a hacer nada más.

Sonríe dulcemente, asintiendo despacio. Le doy un último beso, y me alejo un poco.

Gira y entra en la cocina, cuando regresa lo hace con las manos vacías.

Sin decir nada, me agarra y nos conduce hacia si habitación. Abre la puerta a su izquierda y la sigo al interior.

Su perfume en el aire me envuelve enseguida, enciende la luz, y lo primero que veo es su cama. De dos plazas con acolchado en color lila. Trago saliva y aparto mis ojos de ahí poniendo mi atención en un escritorio contra la pared que está lleno de sus cosas. Una computadora, varias carteras, cosas de maquillaje, etcétera.

—Esta un poco desordenado, perdón —Dice siguiendo la línea de mi mirada.

Niego con la cabeza. En realidad es la única parte que muestra "desorden" como ella dijo. Su cuarto es muy bonito, decorado en tonos cálidos y alegres.

—Si vieras mi habitación te asustarías —Bromeo avanzando dos pasos.

Se ríe por lo bajo abriendo las puertas de su armario.

—Me voy a dar un baño, tengo olor a humo de cigarrillos en el pelo —Explica sacando lo que va a ponerse de unos cajones. — ¿Te querés bañar también? —Propone, generando calor me recorra. Se para en seco y voltea colorada a mirarme. —Es decir, después que yo salga y eso... —Casi tartamudea.

Arqueo las cejas divertido. La idea de un baño con ella me provoca tanto, que hago un esfuerzo sobrehumano para que no se note en ciertas partes.

—Podría ser, sí —Con agua helada.

Maia con la ropa aferrada a su pecho, pasa con rapidez hacia la puerta.

—Ponete comodo, ya vengo... —Como si fuera un suspiro sale del cuarto.

Me rio, mientras me siento en la silla frente al escritorio. Pasan un minuto o dos hasta que me interrumpe el sonido de la puerta. Miro hacia ahí.

—Encontré esto en la habitación de Nat —Me extiende un pantalón negro y una remera azul dobladas. —Es de Adán. No creo que le moleste que lo uses.

—Gracias.

—Vuelvo enseguida.

Me quedo solo nuevamente rodeado de sus cosas, de su aroma dulce. Me detengo en unas fotos colgadas en un fino cable de luces pequeñas encima de su cama.

Acercándome, observo que son fotos de un hombre, de unos 35 años o más. De pelo y ojos oscuros iguales a los de Maia, que abraza y sonríe junto a un nene muy parecido a él. Deben ser su hermano y su sobrino. En otras aparecen ellos con una mujer muy bonita, de pelo castaño, y en otras están los cuatro, o Maia con la mujer, con el nene, y otras con él. Se parecen mucho.

Paseo de un lado a otro, curioseando, hasta que ella entra de nuevo, con el cabello húmedo, su cara libre de maquillaje, un conjunto de pijama en rojo y una sonrisa adorable.

—Lista. —Anuncia satisfecha.

— ¿Más relajada?

—Uhm, un poco —Responde sin dejar de sonreír.

—Bueno, me toca a mí. ¿Puedo... ?

— ¡Sí sí! Tomá —Saca una toalla celeste de uno de los cajones de la cómoda detrás suyo. —Usa ésta.

—Gracias, ya vengo. —Agarro lo que me ofrece y salgo hacia el baño.

Entro dejando salir un resoplido.

¡La tortura que se me viene encima!

Ese simple conjunto de pantalón fino, remerita ajustada, y su aspecto; bloquearon mi juicio.

—Sos masoquista Uziel, ahora aguantatela... —Me digo, empezando a desvestirme.

Unos diez minutos después vuelvo a su cuarto. La encuentro ya en la cama, tapada hasta la cintura, el pelo seco (veo el secador de pelo en la mesita junto a ella) y con el celular en la mano.

Alza la cabeza y sus ojos me dan un rápido repaso.

—Espero no haber tardado mucho. —Dejo mi ropa en la silla, pero no me acerco.

—No. Te queda bien —Apunta hacia las prendas que me dió.

—A mí su ropa siempre me queda mejor que a él. —Me encojo de hombros en un tono falso de orgullo.

Se ríe.

—La verdad que sí. —Se mueve y abre la colcha del lado vacío. —No sé vos, pero yo estoy re cansada. ¿Venís?

»Adonde quieras llevarme... «

—Tenés mucho sueño entonces —Apago la luz, y doy los pasos hacia ahí.

— ¿Vos?

Me siento en el colchón, metiendo primero una pierna y después la otra. La miro.

—Sinceramente... No.

—Tampoco yo.

—Estas nerviosa. —Adivino.




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