El amor
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Me abrazo a mí misma mientras contemplo el patio desde la ventana del cuarto que ocupo, observando el lugar donde estuvimos hace una hora atrás. Mi cuerpo todavía siente el temblor que me atravesó debido a sus palabras, el calor dulce que cubrió mi corazón, el deseo pleno de sentirlo más profundo dentro de mí.
Dios... Suspiro sonrojada.
En serio me cuesta creer que le dije que quería estar con él, ser suya de más formas.
Ni siquiera me detuve a pensarlo mucho, expresé lo que sentí, lo que siento cada vez que lo tengo cerca, cada vez que dice cosas como esas. Pero ahora los nervios me atacan haciéndome replantearme lo dicho.
¿Pero cuánto tiempo más vas a esperar? Surge una vocecita en mi cabeza.
La sacudo diciéndome que tal vez mis inseguridades nunca desaparezcan, a menos que yo misma las disipe. ¿Por qué es así no? Para eso hago terapia, para eso voy clases de defensa personal; para sentirme bien conmigo, para reforzar mi confianza, para creer en mí y mis decisiones. No por otros, por mí.
Lo que viví no voy a olvidarlo, es imposible. Sin embargo depende de mi misma no dejar que me arruine siempre y eche a perder lo que quiero. Y lo que quiero es a Uziel. Lo que quiero es volver a sentirme entera, no siendo esta mitad que Hernán se empeñó en crear. Quiero confiar, lo hago, confío en Uziel. No me va lastimar, y aún si lo hiciera de algún modo, no puedo vivir esperando que lo haga ¿no?
Lo que me había dicho la doctora De Lima, mi psicóloga, aparece en mi mente;
» Maia no podemos protegernos de que nos hagan daño. Nadie puede hacerlo, todos sufrimos de una forma u otra. Estamos expuestos por el simple hecho de existir. De amar. De sentir. Dejar de vivir es la única manera de que no pase, y no es la solución realmente. Lo único que podemos hacer es atravesar el dolor de la mejor manera. Los daños se curan, se pueden reparar. Lo que no se puede es volver el tiempo atrás y recuperar el tiempo que se pierde por ese miedo. Pensalo, tomate tu tiempo, pero pensá en esto: solo vos tenés el poder sobre tus temores. «
Cierro los ojos absorbiendo sus palabras.
Dos golpes en la puerta me regresan al presente. Giro y camino hacia ahí para abrirle.
Lo encuentro recargado en el marco con las manos en su bolsillo. Lleva el pelo húmedo ligeramente alborotado, su ojos pardos detrás del cristal de sus anteojos me miran con intensidad y en su boca se dibuja esa sonrisa que me encanta.
—Hola, ¿estás lista? —Dice mientras me recorre con la mirada.
Calor se instala en mis huesos ante su escrutinio.
—Sí. —Confirmo sonriéndole. Me había propuesto salir a dar un paseo por el pueblo y después ir a comer a un bonito lugar que hay para cenar. Entusiasmada me vuelvo sobre mis pasos para agarrar el celular que puse a cargar, mi abrigo y mi cartera. —Lista. —Me planto ante él de nuevo.
—Vamos entonces. —Me extiende su mano que aferro encantada.
Salimos de la casa con Coco siguiéndonos hasta su auto. Había querido dejarlo pero le dije que no, me apenaba que lo dejaramos solo. Está entrenado, así que no tenemos porqué dejarlo.
Subimos al coche y él lo pone en marcha.
—Bueno, como ya te dije antes el pueblo es chico, así que nos va llevar poco recorrerlo. Mañana podríamos ir a Navarro— propone. Navarro es el partido cabecera de la localidad, donde nos detuvimos a comprar las cosas hoy temprano. — Podemos almorzar por ahí, pasear un rato antes de irnos. ¿Te parece?
—Me parece, sí. —Acepto.
—Voy a hacer una parada en la casa de un vecino, tengo que revisar a uno de sus caballos. Una yegua que está preñada. ¿Te molesta esperar en el auto mientras bajo?
— ¿No puedo bajar con vos?
— ¿Querés? —Me mira atento.
—Sí, si no te molesta. Me gustan los caballos, de hecho tenía una yegua. —Comento con ligereza.
— ¿Ah sí? No me habías dicho nada. ¿La tenés allá en Lago Gutiérrez?
—No, la tenía en Aluminé. Murió el año pasado. —Me entristezco.
—Que pena. ¿La tenías de hace mucho?
—Desde los 10 años. Se llamaba Gloria. —Miro por la ventanilla escondiendo mis ojos de los suyos. —No pude despedirme, no pude ir porque... —me callo, recordando con molestia que apenas y podía salir de mi casa. —No pude. —Concluyo.
Siento su mano cubrir la mía, y me da un leve apretón. Giro hacia él.
—Entiendo. —Solo dice, y sé que es así. —Bajamos juntos entonces. —Agrega alejándome de nuevo de pensamientos sombríos.
Sonrío y decido no dejar que se interpongan.
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—Voy a pedir el pastel de papa. ¿Vos ya decidiste? —Habla Uziel desde el otro lado de la mesa.
—Mmm... No puedo decidirme. —Dudo mirando el menú. Desplazo mis ojos por las opciones y todas me tientan. —No es justo, elegiste rápido —lo acuso.
—Siempre que vengo pido lo mismo. Es mi comida favorita de Carmen. —Se refiere a la dueña y cocinera que nos recibió con mucha alegría. Todos lo conocen, y bueno el pueblo no es muy grande que digamos. Apenas tiene unos 500 habitantes. —Cualquier comida que pidas lo vas a disfrutar, Carmen es una genia cocinando.
—Lo sé, por eso no me decido. —Hago una mueca. —Bueno ya fue, voy a pedir ñoquis que hace mucho que no como y por la foto se ve increíble.
—Excelente elección, todo es casero, así que preparate. —Me advierte con un guiño.
Llama a Valentín el marido de Carmen. Le entrega nuestros pedidos y después se aleja hacia las cocinas para dárselo a su mujer.
Mientras esperamos me sirve en la copa el vino que nos trajeron antes. Miro por la ventana hacia el auto.
— ¿Coco estará bien? —Observo que no hay movimiento dentro.
—Sí, está acostumbrado y educado para eso —me sonríe.
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Editado: 11.10.2022