Regalame tu Sonrisa (libro 2)

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Siguiente paso

 

 


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Pasaron varias semanas, y solo puedo describirlas como perfectas. En mi trabajo las cosas marchan sobre ruedas, ya hemos avanzado bastante con la remodelación en la casa del country  para el futbolista y su exigente mujer. Además de ese tengo otro en el Delta para un diputado. Hay días que son interminables entre un trabajo y otro, pero los disfruto, sobretodo cuando Uziel para sorprenderme aparece por ahí y paseamos aprovechando que hay bonitos lugares allí para pasar los fines de semana.

Mi relación con él es increíble, él lo es. No pierde oportunidad para hacerme sentir única. Como había prometido, a cada momento me demuestra lo especial e importante que es nuestra relación, y lo mucho que me quiere. Incluso me asombra con algún regalo, algo que yo empecé a no cuestionar y solo disfrutar. Me mima demasiado.

El invierno se instaló en Buenos Aires, la ola polar en ocasiones hace que no querramos salir de casa, por lo que nuestros planes se reducen a estar en su departamento o en el nuestro, donde hacemos maratones de serie o películas con nuestros amigos. Ciertas noches Uziel está ausente, debido a que sigue con sus guardias en la clínica veterinaria, como anoche. Pero en su lugar queda Coco. Sí, cada tanto me hago cargo de él, a pesar de que a Nat no le haya hecho gracia. Ahora ya se acostumbró, aunque es una pesada con el tema de los pelos de él en el sofá o cualquier rincón del departamento, por lo cual, compré una aspiradora de mano y tema resuelto.

Me levanto con mucha pereza, espío por la ventana para saber cómo está el día. Nublado y helado, noto por el vidrio empañado. Gracias al cielo tenemos aire acondicionado en cada cuarto. El roce de unos pelos en mis piernas hace que mire hacia abajo. Le sonrío a Coco y le remuevo el cabello hacia atrás para ver sus ojitos.

—Buen día Coquin. —Lo saludo con cariño por el apodo que le puse. — ¿Dormiste bien? —Se estira posando sus patas delanteras en mí, lamiendo mis manos. —Eso debe ser un sí. —Miro hacia el piso buscando rastros de que haya ensuciado mi habitación. Sé que está entrenado y además tiene su bandeja sanitaria en un rincón que Uziel me dejó para él, aun así suelo desconfiar, ya que nunca tuve un perro y más, compartiendo mi cuarto. —Muy bien, me voy a ir a cepillar los dientes, me visto y te doy tu desayuno para después llevarte a tu casa, ¿sí? —Le rasco el cuello y las orejas.

Caminamos hacia la puerta, pero al escuchar voces del otro lado en el pasillo, me detengo.

— ¡La verdad que no te entiendo, Nat! —Es la voz de Adán, y parece molesto. Me quedo quieta. —En serio traté estos meses de comprender qué es lo que querés, pero ya está, no puedo. —Abro los ojos sorprendida.

Hasta ahora nunca lo había escuchado tan enojado, y sé que debería alejarme de la puerta, pero la curiosidad me puede. ¿Qué hizo mi amiga ahora?

— ¿No pensás explicarme qué hago mal? —Le exige él.

Pego la oreja al panel.

—Estas siendo exagerado —Masculla mi amiga.

— ¿Exagerado? —Se ríe sin humor. —De verdad Natalie, intenté entender que hasta ahora no quisieras conocer a mi familia. Entendí que hace unos meses atrás no quisieras porque era muy rápido... ¿Sigue siendo así, a pesar de estar juntos hace casi cinco meses?

—Adán...

—No, Adán nada. ¿No querés seguir conmigo? Perfecto, decímelo y listo, cada uno por su lado. —Plantea en tono grave. Me da pena escucharlo, me consta que la quiere, ¿qué le pasa a Nat, por qué se empeña en alejarlo? —Pero te pido que si tú decisión es no seguir juntos, después no me busques y me hagas escenas como la que hiciste cuando salí con unos compañeros de trabajo, entre ellos Estela que es ¡SOLO UNA AMIGA! —Remarca con bronca.

Pasa un rato en el que ninguno dice nada, y estoy tentada de abrir y ver qué está pasando. Agarrar a Nat de la oreja y hacerla reaccionar. ¿En serio va a perder a alguien como él por nada? ¿Qué será lo que ronda por su cabeza al comportarse así? Varias veces intenté hablarlo con ella, porque no es la primera vez que pasa esto, pero es muy orgullosa, no da su brazo a torcer y no me dice nada.

—Te quiero Natalie, y lo que siento con vos no lo siento desde que tengo 20 años, y eso incluye la desesperación que me da no entender qué querés de mí, de esta relación. ¿Qué más tengo que hacer? ¡Compré un puto mueble para guardar mis zapatillas ahí y no dejarlos esparcidos porque te molesta! ¡Compré una aspiradora, seco hasta los azulejos del baño después de bañarme porque no te gusta verlo mojados! ¡No traigo más a los perros que entreno porque no te gustan! —Expone irritado. Con pena miro a Coco que permanece al lado mío sin emitir sonido alguno. Él espera y yo también a que ella diga algo, pero nada, silencio, y eso me enoja. —Está claro que para vos esto no es importante, así que todo bien, hasta acá llegamos. Yo quiero estar con alguien a la que no le interese mis defectos sino quien soy, que me acepte así, y acepte que no estoy para pendejadas. Alguien a quien le agrade la idea de que quiero que sea parte de mi vida, y eso incluye a mi familia. Queda clarísimo que no sos esa persona, y lo mejor es dejar las cosas como están. —Silencio. —Me voy. No me busques Natalie.

Oigo sus pasos alejarse, y me apresuro a abrir la puerta.

— ¿Sos tonta? —La enfrento.

Nat, con mirada llorosa me observa en shock.

— ¿Estabas escuchando? —Musita con tristeza.

—Fue inevitable. ¿Qué pasa, por qué no dijiste nada? —Permanece paralizada apoyada contra la pared. —Si no sentís lo mismo que él, lo entiendo, pero podrías habérselo dicho hace mucho y no llevarlo a este punto. —Planteo tratando de comprender.

—No es eso. ¡Yo también lo quiero! —Explota.

— ¡¿Y entonces?! —Me altero. — ¿Por qué lo alejás así, por qué lo dejás ir? —Apunto exasperada hacia la salida.




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