El cielo está cubierto de nubes negras, a ratos se escuchan truenos golpeando como tambores y la lluvia se dejó caer bruscamente, como si todos los ángeles vaciaron baldes con agua, Aline apuró el paso. Sonríe, viene bien una taza de café caliente. Suspira, sería tan romántico que un apuesto hombre la cobijara de la lluvia bajo su paraguas.
Sacude su abrigo antes de entrar a la cafetería.
Se puede decir que todos los paraguas negros se parecen o son iguales, pero Aline podría reconocer entre millones de paraguas, uno en especial, que está al lado de un abrigo del cual expele un exquisito aroma. Sabe que él está allí.
Respira hondo, tratando de no parecer ansiosa... como si todos en la cafetería supieran de sus sentimientos.
Sus sentidos no se equivocan, él está allí... pero no está solo, una mujer lo acompaña.
Los vio salir juntos, él abrió su paraguas, ella lo tomó del brazo.
Aline siente que podría desvanecerse y convertirse en gotas de rocío.
Pero ella... no se dio cuenta de que, tal vez, hubo una pequeña mirada de reojo, y un sutil suspiro, tan etéreo que el caracol no pudo percibir.
Dejó de ir a la cafetería...
Sin embargo, Lucca, acudió cada tarde. Cada vez que suena la campanilla, alza la mirada, respira profundamente con cierto aire de frustración.