El viaje al museo.
Empujé a Magnus con fuerza contra el árbol, pero él no se inmutó ni pareció adolorido.
—¡¿Qué coño has hecho ahí dentro?!
MI respiración agitada, en este momento una tardanza en mi libreta hacia la clase de arte no me pareció importante, estaba furiosa con él y la estupidez que había hecho.
Después de que se sentara junto a nosotros, hice lo que me pareció más razonable, mandarlo a la mierda yéndome de ahí. Me sentía tensa, era como si aún tuviera todas esas miradas chismosas tras mi espalda.
El internado constaba con un bosque que nos permitía estar al aire libre, claro que hasta cierta zona teníamos permitido ir, nos podíamos perder o caer incluso en un acantilado si no teníamos cuidado en donde pisábamos o por donde íbamos.
El internado estaba en el bosque, contaba con todas las necesidades de cada uno, era el lugar perfecto si quería escapar de algún lugar, lo que arruinaba todo eran las clases, podíamos salir los fines de semana o quedarte. Teníamos prohibido salir en el transcurso de la semana sin permiso, habían guardias de seguridad por las noches y en las puertas principales.
Las puertas traseras del Internado me permitieron salir con más facilidad de aquel lugar. Magnus me había seguido, no entendía porque lo hacía, porque las ganas de seguir con esto.
El viento agitó mi cabello tapando mi rostro, la mayor parte del tiempo lo tenía suelto, aunque las reglas del Internado decían que debía llevarlo sujetado. Me aparté el mechón del rostro.
Magnus me miraba en silencio, me estaba empezando a inquietar aquella mirada gris que tenía, parecía querer decirme mil cosas, pero siempre estaba callado. El ruido de las aves se escuchaba de fondo, su respiración contraria a la mía era calmada.
—¿Qué mierda has hecho ahí adentro? —pregunté.
Él se cruzó de brazos optando una posición relajada, lo que me molestó más.
—¿No me vas a contestar? —estaba empezando a perder la poca paciencia que tenía.
Él paseó sus ojos por el bosque y alzó las comisuras de sus labios.
—Nunca contestaste mi pregunta —fruncí el ceño al no entender de qué estaba hablando—. Aquella noche donde decidiste terminar todo —me tensé de inmediato, su voz grave tenía una pizca de frialdad que me alteró—, te perseguí por todo el bosque preguntándote que había hecho, tú nunca me respondiste.
Sentí un nudo en la garganta, pero me atreví a hablar.
—No cambies el tema.
Él río sin una pizca de gracia —¿Yo estoy cambiando el tema o tú estás evitando mi pregunta?
—Al parecer ninguno de los dos va a contestar —se apartó del árbol, su respiración y la mía se mezclaron al estar tan cerca—, que pena, nos tendremos que conformar con el beneficio de la duda.
Rozó mi hombro para caminar por donde habíamos venido.
—Sabes —escuché su voz detrás—, es irónico, fue aquí donde todo empezó, creo que fue justo terminar aquí.
Escuché sus pisadas y apreté los dientes con fuerza al percibir un ligero temblor en mi labio inferior. Sentí mis ojos hacerse agua y respiré profundo. No llores, no llores.
El sonido de mi celular retumbó por todo el bosque, lo saqué de mi bolsillo y vi el nombre.
Mamá
Lo pensé unos segundos, si no le contestaba se iba a poner como una histérica.
—¿Hola?
—¡Cariño!
—¿Qué pasó, mamá?
—Ah, nada, solo te extraño mucho —su tono cariñoso me hizo sonreír—¿Con quién hablas? ¿Con mi hermana? —escuché la voz de Ariana.
—¿Qué hace la mocosa ahí? Se supone que debe de estar sus clases de ballet.
—¡Yo no tengo mocos! —reí al escuchar el grito molesto de la mocosa— Si, ya sé. Victoria ya te he dicho que no le hables así a tu hermana.
—¿Cómo que no tiene mocos? el otro día le vi uno grande y verde.
Reí al escucharla quejarse.
—¡Victoria!
Escuché el ruido de unas ramas romperse y volteé confundida.
—¿Hija?
Me acerqué a un árbol y encogí los hombros al no ver a nadie.
—Acá estoy —respondí— ¿Para qué me llamaste?
—¿Por qué no te llamaría? Soy tu madre y te dije que te llamaría todos los días, no me importa si estás en el baño.
—Mamá, al grano.
—Oh, sí, cierto. Verónica me llamó —la emoción que llenó su voz sabía que no era nada bueno— y dijo que te anotaste en un concurso de Belleza. ¡Cielo estoy muy feliz por ti! Si quieres te ayudo con el vestido, los zapatos, oh eso es muy importante, anota eso en la libreta, Ariana.
—Fue Kat quien me apuntó —corté, al notar que iba a empezar a nombrar un montón de cosas que no me emocionaban.
—Por eso adoro a esa niña —rodé los ojos.
—Sí, la quieres adoptar, que bien —hablé con sarcasmo—Mamá, tengo clases.
—Okey. Nos vemos el fin de semana, cuídate cielo. Te amo mucho.
—Nos vemos. —corté la llamada y volteé una vez más para confirmar que no había nadie detrás de mí.
Caminé en dirección al internado, cuando llegué al fin, ya que fui a paso lento, la clase de arte ya había acabado
La campana sonó indicando el cambio de clases, divisé a Kat acercarse junto con Aarón.
—¿Qué pasó? ¿A dónde fuiste? —Kat se colocó junto en mi casillero y me miró con preocupación.
—No me sentía bien.
Aarón rio y lo miré de mala forma.
—¿Por qué todos nos miran? —pregunté al ver que todo el que pasaba nos echaba la mirada de reojo.
—A nosotros no —respondió Aarón con una sonrisa.
—¿A quién entonces? —pregunté.
—¡A ti! —respondió Kat como si fuera lo más obvio.
—¿Por qué? —alcé las cejas como si nada pasara.
—A ver, procesemos el hecho que acaba de pasar —Aarón se recostó en el casillero a mi otro costado y se llevó La mano a la barbilla, me volteé hacia él dejando a Kat atrás— no todos los días Magnus Stone se sienta en tu mesa y te saludo y que más —su tono sarcástico me estaba empezando a irritar— ¡Ah cierto! Nunca va detrás de alguien ¿y detrás de quién fue? ¡De ti!
Editado: 26.09.2020