Reina Escarlata I: Guerra de sangre

Capítulo 31: Vaga esperanza

Esa mañana

Cuando la puerta se abrió, Antonette encontró todo hecho un completo desastre. Max se giró y vio el gesto de desagrado de su hermana, incluso notó algo más que se le hizo raro. Por un instante, Anto observó todo con hambre. Fueron apenas unos segundos, pero lo inquietó. Cassian se encargaba que su hermana esté siempre bien alimentada, que la sangre se sirva a su gusto y en las horas indicadas, así siempre estaba satisfecha y no había riesgos de que cayera en el vicio. Para un vampiro satisfecho ver exceso de sangre no debería provocarle nada. Y él notó que esa escena le abrió el apetito a su hermana.

—Max, ¿qué pasa contigo? —preguntó ella una vez cerró la puerta. Pronto volvió a su postura normal y él se tranquilizó un poco, ¿o quizá no debería tomarse eso a la ligera?—. Mira no más el desastre que has hecho, qué asco me das, esto es antiestético.

—Oh, disculpa. ¿Preferías que hubiera dejado los órganos dentro de los cuerpos? —dijo él irritado.

—Preferiría que no le hubieras arrancado a cabeza a nadie, parece una sala de tortura esto.

—Bueno, tenía ganas —contestó con molestia. Max giró la cabeza a un lado y el espejo le devolvió la imagen de lo que vio Antonette cuando entró. Tenía la ropa cubierta de la sangre que había derramado al matar a sus víctimas, la boca y la barbilla también las tenía manchadas, incluso las manos estaban cubiertas de sangre seca. Bien, si se veía terrible, pero la culpa era de Ettiene.

No había forma de calmar la rabia que sentía por estar encerrado ahí como si fuera un animal salvaje. No, eso no era lo peor, sino que sus hermanos lo consideren peligroso para los planes del clan y decidieran que era mejor apartarlo de todo sin siquiera darle una oportunidad. No hizo nada malo, solo encaró a Cassian por su atrevimiento con Riley. Él era quien ponía en peligro a todo el clan al acercarse a Riley, sabía que los Dagger querían que ellos se involucren y les daba el gusto. Él era quien debería estar encerrado, pero claro, como era el maldito líder tenía privilegios. Y ahora él estaba recluido bajo hechizo y no tenía idea si Riley estaría bien, no se confiaba nada de los métodos de Ettiene.

Max y Riley se habían llevado la peor parte de todo eso, y ninguno de los dos se lo merecía. Ella era la más inocente en todo, ¿cómo se atrevía Ettiene a tratarla como una rehén? Y ni hablar de él, era un prisionero que no merecía nada. Cuando Cassian lo mordió, pasó por un momento de delirio en el que dijo cosas que no debió. En realidad, fue Ettiene quien se aprovechó de las circunstancias. Lo vio débil y delirante, empezó a preguntarle cosas y él lo dijo casi todo. Le habló de su encuentro con Jesse, de lo que sabía sobre la posible traición, sobre la Nueva Orden, y de que en algún momento Jesse y Riley se encontraron. Eso fue lo que lo condenó.

Ettiene lo encerró en una zona del palacio arzobispal donde nadie tenía autorización de entrar. Y claro, gracias al hechizo de barrera de Helena Relish, él no podría salir. Fue consciente de eso cuando al fin se recuperó del malestar que le causaba la herida y se sintió hambriento. Como Ettiene quería demostrar que no era tan mal hermano después de todo, y consciente de su hambre voraz después de pasar todo un día sintiéndose en el limbo del dolor, mandó a tres humanos para que se alimente con decencia y se recupere. Él hizo todo lo contrario, y quizá se pasó un poco al darles una muerte horrorosa a esos tres. Solo quiso desquitarse, sacarse esa frustración y rabia de encima, y de paso alimentarse claro. Por eso su hermana entró y miró todo con desagradado, porque había sido demasiado hasta para él.

—No haces una de estas desde hace cuatrocientos años, si mal no recuerdo —le dijo Antonette mientras avanzaba hacia él.

—Como sea, ¿se puede saber a qué has venido? No tienes nada que hacer aquí —agregó él con molestia.

—Solo quería ver si ya te sentías mejor.

—Si, supongo que ahora te importa. No parecías muy interesada en mi bienestar ayer cuando Ettiene decidió no creer ni una palabra mía y me encerró aquí.

—Etty puede ser muchas cosas, pero sabe lo que hace. Yo creo que de momento esta es la mejor solución —contestó su hermana. Y no la notaba muy convencida.

—¿En serio? ¿Es que ustedes han perdido el juicio? —preguntó levantando la voz. Anto se mantuvo muy firme, pero él estaba a nada de perder el control otra vez.

—Mira la desgracia que has hecho aquí, será mejor que cierres la boca. No estás pensando con claridad.

—¡No juegues a eso conmigo, Antonette! —le gritó molesto—. No estoy loco, sé bien lo que está pasando. Son ustedes los que han decidido no confiar en mí.

—Max, basta —le dijo ella exasperada—. El que decidió confiar en un brujo Dagger fuiste tú. Y eso, cariño, es pasarse de estúpido. Una mierda que voy a creer que Jesse se separó definitivamente de su aquelarre.

—¿Es eso entonces? ¿No me creen?

—No a ti, a Jesse. No creemos que ese chico esté diciendo la verdad, pensamos que es solo una forma de despistarnos, de dividirnos. Tú caíste redondo, pensabas incluso en sacar a Riley de aquí a escondidas, ¿acaso no te das cuenta que eso es exactamente lo que los Dagger quieren?

—Esto es diferente —dijo él de mala gana, ni por un instante iba a admitir que quizá Antonette tenía razón y puede que se haya equivocado con Jesse. Conocía al chico, le creyó cuando habló de la Nueva orden, además que él los había salvado al romper el hechizo barrera de la casa de Riley. Puede que no fuera sincero del todo, que tuviera planes ocultos, y aún así Max estaba seguro que Jesse no haría nada que lastimara a Riley. Al menos eso le creía.




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