Relato: Cupido De Chocolate

Parte 3

Chocolates Margol estaba ubicado en una zona bohemia y efervescente de la ciudad. Un edificio de arquitectura clásica de cinco pisos los recibió. Era amplio y ocupaba casi una cuadra y en su interior se encontraba toda la magia de los dulces más populares de la ciudad.

En la planta baja se encontraba la gigantesca tienda, y los amplios pisos superiores eran los talleres donde se preparaban los bombones hechos a mano por un ejército de empleados.

Muchos empresarios habían intentado convencer al dueño para que industrializara sus chocolates y construyera más fábricas alrededor del país, pero el excéntrico y misterioso chocolatero se negó una y otra vez.

Los productos Margol eran especiales precisamente porque todo se hacía de manera artesanal bajo su supervisión, la demanda era inmensa, pero el señor Margol se negaba a disminuir su calidad para producirlos en masa por lo que eran verdaderamente únicos, y quienes los distribuían al resto del país debían conformarse con las pocas cajas que les proporcionaban.

Eran una rareza, y por eso altamente prestigiosos y solicitados, Danae se dio cuenta que eso también formaba parte del encanto de las entregas de Willy, recibir unos Chocolates Margol era como recibir un tesoro que no todo el mundo podía tener.

Willy y Danae entraron por una puerta lateral hacia la parte trasera de la tienda donde se encontraban los depósitos inmediatos de la tienda y un par de oficinas.

Los empleados recibieron a Willy como si fuera una celebridad, con amplias sonrisas y sincero afecto. Adentro se podía sentir el amor y Danae pudo percibir como su espíritu se elevaban por el ambiente. El muro invisible que había erigido alrededor de ella comenzó a desaparecer.

—Milo —llamó un hombre hacia su dirección—. ¿Puedo hablar contigo un momento? Quisiera hacerte una consulta.

Willy asintió y se dirigió a una desconcertada Danae para decirle:

—Ya regreso, no tardaré mucho.

—¿Milo? —le preguntó con desconfianza.

—Milo es para las conversaciones serias —replicó con naturalidad como si no le hubiera mentido al darle su nombre.

—¡Willy! ¡Llegaste! —gritó una mujer regordeta de dulces facciones—. Salieron un par de pedidos inesperados, no sé si quieres encargarte de ellos.

—Dile a Sam que se ocupe, tengo una invitada —replicó Willy/Milo señalando a Danae sorprendiendo a la mujer, como si el hecho de que él estuviera acompañado de una chica fuera algo imposible de creer—. Danae, ella es Mirta, si quieres algún chocolate en particular solo tienes que pedírselo a ella. Ya regreso, no tardaré mucho.

Willy/Milo la miró suplicante, pidiéndole con sus expresivos ojos que le diera la oportunidad de compartir con ella un poco más. Danae asintió al percatarse que realmente sí le decían Willy, y que no podía esperar a conocer la historia detrás del sobrenombre.

La mujer se acercó a ella para llevarla a una larga mesa donde estaban varias tandas de bombones, barras y paletas de chocolate.

—¿Te gusta alguno en particular? —preguntó la mujer.

—No podría elegir, todos son increíbles —replicó Danae abrumada. No podía creer que se encontraba ahí, con la posibilidad de escoger entre los dulces más codiciados del país. Sabía lo afortunada que era por la oportunidad y no sabía por dónde empezar.

—A ver… —dijo Mirta pensativa tomando una caja demasiado grande para la sorpresa de Danae, para luego comenzar a introducir en ella todo tipo de delicias, hasta que llegó a uno de los extremos de la amplia mesa para dirigirse a ella—. Estos tienes que elegirlos tú.

Danae se acercó al lugar que le señalaba, y no pudo evitar dar un paso hacia atrás cuando se percató que tenía frente a ella los famosos cupidos de chocolate, los protagonistas de una de las tradiciones más populares del Día de los Enamorados en el país.

Se sintió acongojada al recordar la única experiencia que tuvo con uno de los famosos bombones en forma de cupido unos años atrás, lo había bloqueado de su mente por completo, y ahora el dolor de lo vivido regresó para acosarla.

—No es necesario, gracias. Los que has dispuesto son más que suficiente —replicó intentando sonar lo más cortés posible.

—¡Tonterías! Es tradición. Elige tres, así puedes descartar el resultado que no te guste.

Danae no quiso ser grosera con la amable mujer, así que se obligó a escoger tres sin prestar mucha atención, sabía que no los partiría. Quizás podría regalárselos Lucy cuando la viera.

La mujer posó la gran caja sobre sus manos, y Danae tuvo que equilibrar sus brazos para soportar el peso, no esperaba que le dieran tantos.

—Esto es demasiado —protestó Danae, como si fuera un pecado que ella tuviera acceso a tantas golosinas que muchos deseaban tener y no siempre podían por la escasa disponibilidad.

—Una invitada de Willy merece eso y mucho más —replicó la mujer con testarudez. Luego se inclinó como si quisiera decirle un secreto—. Debes ser especial, querida, para te haya traído aquí.

Danae no supo qué hacer con esa revelación, un hombre con la apariencia de Willy debía tener miles de mujeres detrás de él. ¿Por qué había elegido a una extraña para llevarla a un lugar tan restringido para muchos? Considerando, además, de que debía ser un repartidor muy especial para que tuviera la libertad de invitar a una desconocida y fuera tratada con tanta deferencia.




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