Relatos de un hombre incoherente

Relato de un hombre incoherente

Volví a mi casa luego de un día agotador de trabajo, eran las veintidós horas. Estaba tan cansado que no quería cocinar, así que sólo tomé algunas frutas y las comí y de tan cansado que estaba ni siquiera las pelé, me serví un vaso de agua y lo bebí, luego prendí un cigarro, aunque todo el mundo me decía que lo dejara, no hacía caso, seguía fumando. Terminé el cigarro, me duché y fui directamente a la cama. Prendí la computadora para escribir algunas líneas, pero nada salió de mi cerebro, tampoco de mi vientre, no pude escribir ni una palabra, la única realidad en la que podía pensar era en todos mis problemas laborales. ¿Tenía sentido dejar mi vida por el trabajo? ¿Tenía sentido enfermarme a causa de eso?

Dicen que los italianos son personas pasionales. Mis antecesores fueron italianos, por lo menos es la información que tengo. Aunque también podía llegar a ser un problema de obsesión, esa necesidad de cargar los conflictos, los proyectos y de todo lo que participaba, en mi espalda. Quizás mi columna vertebral no aguantaba ese peso y las influencias eran pura y exclusivamente negativas.

Decidí apagar la computadora, dejarla a un costado, cerrar los ojos y dormir. Mientras intentaba escribir, los ojos se me cerraban, pero cuando intentaba dormir, los ojos se me abrían, no podía entender mi cuerpo ni mi mente. Necesitaba descansar, tanto mi cuerpo como mi mente me lo pedían, ¿por qué no lo podía hacer?

El intento de descanso estuvo completamente frustrado por los pensamientos y fantasmas que aparecieron en mi mente, pensamientos absurdos y sin sentido, que nada tenían que ver con mi vida, problemas que no eran tan importantes como para perder el sueño. Había usado tanto el cerebro ese día y los días anteriores que no podía hacerlos parar, estaba como suelen llamar acá: “pasado de rosca”.

Como si la mente no quisiera descansar, como si se estuviese auto-torturando y torturando al cuerpo por haber pasado un mal día, un par de malas semanas, o quizás algunos meses.

Me pasaba cuando tenía muchas cosas en la cabeza. Sabía que estaba por llegar el momento de mandar todo al diablo y volver a arrancar. Ya había vivido ese tipo de momentos. Quizás era una necesidad, aunque no tendría por qué pensar que estaba bien hacerlo, muy por el contrario, no consideraba que estuviese bien, pero cuando llegaba a ese punto nada podía hacer para cambiar que no fuera dejar todo, o muchas de las cosas que hacía, y arrancar nuevamente.

También podría haberme tomado las cosas con más tranquilidad, pero no era mi estilo, todo el esfuerzo lo ponía para arreglar las cosas y luego tenía que correrme de lugar, alejarme un tiempo de la vida normal.

Quizás, como no entendía el sistema, como no entendía la vida normal, tenía que tomar la decisión de largar todo. Ya estaba creciendo, tenía que arreglar eso que estaba roto en mí. Eso que habían roto en el trascurso de mi vida o que tal vez hubiera nacido así. Pero, ¿cómo lo haría? Sentía que actuar como los demás era darme por vencido, era aceptar las reglas de juego tal cual son y la verdad es que no quería aceptarlas, por eso salía perjudicado en muchas ocasiones, por eso perdía y me frustraba.

Pasó la noche y no había podido encontrar la solución a ninguno de los problemas laborales que tenía. Algunas otras noches, iguales a esa, había encontrado una solución temporal que había hecho que pudiese relajarme y dormir. Esas soluciones temporales que no sirven más que para olvidar el problema por un rato y dormir. Mentirse a veces es necesario.

Al día siguiente me levanté destrozado, casi como si me hubiesen molido a palos, desayuné y salí para el trabajo nuevamente, pero no llegué a destino.

Cuando estaba por la mitad del camino algo llamó mi atención, alguien. Me crucé con una mujer conocida, una hermosa mujer, alguien que había robado muchos de mis pensamientos, alguien que me había quitado muchas horas de sueño, era esa mujer con la que siempre había soñado, esa que había encontrado, esa que se había ido y ahora me volvía a encontrar por casualidad.

Ella también iba a trabajar, nos quedamos hablando un rato largo hasta que nos dimos cuenta de que habíamos perdido la noción del tiempo y ya estaríamos llegando tarde al trabajo. Cuando vimos la hora, nos saludamos para seguir cada uno su camino, pero a los dos pasos de separarnos le pregunté si quería ir a tomar algo. Fue una pregunta casi involuntaria, esperando una respuesta negativa, pero al contrario de lo que yo pensaba me dijo que sí.

Fuimos a un bar a pocos metros, nos pedimos un café y algunas medialunas. Nunca en mi vida había dejado de ir a trabajar sin tener una excusa o un motivo, como por ejemplo una enfermedad, hacer algún trámite o pedirme el día. Menos aún había faltado sin avisar.



#12205 en Joven Adulto

En el texto hay: relatos

Editado: 16.11.2018

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