—¿Qué te gusta de la literatura?
—No sé.
—¿La literatura te trajo muchas cosas buenas? Sos escritor y podés vivir de lo que te gusta.
—Sí, la literatura me trajo cosas buenas y malas.
—¿Qué cosas malas?
—A veces no poder distinguir entre la realidad y la ficción me perjudica.
—¿No podés distinguir entre la ficción y la realidad?
—A veces no sé si estoy viviendo o actuando.
—Dicen que vivir es actuar.
—Sí, lo escuché.
—¿Vos no pensás eso?
—No sé.
—Entonces no entiendo a qué te referís.
—No hace falta que entiendas, lo tengo que entender yo nomás. Pero a veces mi imaginación me juega malas pasadas.
—¿Cuándo supiste que ibas a ser escritor?
—No soy escritor, escribo mal, no sé por qué razón a la gente le gusta y compra lo que hago.
—¿Nunca pensaste en ser escritor?
—Sí, lo pensé. No sé cuándo, pero no entiendo por qué la gente lo compra.
—¿No sabés?
—O sí, yo pienso que son ignorantes. Yo soy ignorante y compran lo que hago, quizás sean un poco más ignorantes que yo. No entienden mucho de literatura. Yo tampoco.
Me levanté y me fui, estaba cansado de que me hicieran entrevistas sin sentido. Me veía en la obligación de hacerlas. Creí que el entrevistador se iba a molestar, pero no me importó, quería que eso ocurriera pero no resultó: cuando salió la nota, habló maravillas de mí.
Las cosas me salen al revés. Nunca quise hacerme conocido con mis libros. Cada vez que escribo algo que me parece más decente que lo anterior, no tiene relevancia, muchas veces ni siquiera llega a publicarse. Tengo que escribir cosas estúpidas porque mi editor me lo pide. Este texto no sé si lo escribo con la intención de publicarlo, pero en el caso de que lo quiera hacer, seguramente no voy a poder, a menos que sea estúpido.
Salí de la entrevista, caminé sin rumbo durante más de dos horas, entré a un bar y pedí un whisky, estaba ansioso y lo tomé de un trago, pedí otro y lo tomé más despacio. Luego una mujer se sentó al lado. Yo tenía la necesidad de terminar la noche con alguien.
Ella también pidió un whisky y comenzó a tomarlo, yo la miraba de reojo, no me reconoció, eso me excitó. No era una persona muy conocida. Ahora tampoco, pero algunas veces salían notas en el diario, o en la televisión. Cuando caminaba por la calle, mucha gente me saludaba. Estaba cansado de acostarme con mujeres a las que les excitaba más mi pequeña fama que mi persona.
Vestía con ropa de oficina, tenía una camisa blanca con los primeros botones desabrochados que insinuaban sus pechos, una pollera negra de vestir y unos zapatos negros de taco alto. Pelo negro, ojos negros, con un cuerpo hermoso, o por lo menos eso aparentaba.
Terminé mi whisky, ella terminó el suyo y al mismo tiempo pedimos otro. Cuando escuché que estaba pidiendo otro, la miré, ella me miró y ambos sonreímos. Era el momento justo para hablarle.
—¿Ahogando penas? – le pregunté.
—¿Qué? – me contestó.
—Nada, una estupidez para comenzar una conversación con vos.
Me sonrió y me dijo que recién salía del trabajo y había tenido un mal día: uno de sus jefes había querido propasarse con ella, que ella un poco lo buscaba, pero que no de la forma que había ocurrido.
Le pregunté cuál era la forma. Me contestó que no importaba.
—¿Qué hacés acá? – preguntó.
—Tampoco tuve un buen día y vine a emborracharme y a hablar con alguien como vos.
—Tenés suerte entonces, te estás emborrachando y estás hablando con una chica como yo. ¿No me querrás llevar a la cama?
—La verdad es que fue lo primero que se me ocurrió, por eso te hablé. No tenés aspecto de ser una mujer muy interesante, quizás me confunda.
Ella sonrió, agradeció el whisky que le habían traído y le dio un trago bastante largo. Yo no agradecí el whisky y también le di un trago y luego otro.