Capítulo 7:
Amenaza de una vampira
Observo de nuevo el bosque, y sí, en efecto las luces doradas han desaparecido. Al igual que Santiago. Un segundo estaba frente a mí, y al siguiente se ha ido.
Respiro despacio, no puede ser cada vez que él aparece mi mundo se detenga.
Vuelvo sobre mis pasos, y alcanzo a los chicos no muy lejos. Ambos siguen envueltos en su romance, así que me tomo tiempo para pensar.
En el momento en que vi las luces me sentí atraídas por ellas, tanto así que parecía un autómata tras ellas; si no hubiera sido por Santiago, quién sabe a dónde me hubieran guiado. Él dijo que nunca siguiera las luces, pero no me dio tiempo de preguntar por qué, o qué eran esas luces. Las voces, los susurros como si fueran lamentos.
—¿En qué piensas? —pregunta Anastasia, tomada de la mano de Ronald.
—Nada —miento, dejando de lado los últimos acontecimientos.
La academia es inmensa, no solo por su estructura principal y las residencias adyacentes. También cuenta con una buena cantidad de hectáreas cubiertas de naturaleza, áreas de entrenamientos completamente aisladas de la torre principal. En sí, Luz de medianoche está aislada del mundo. No hay nada más que árboles a nuestro alrededor. Me pregunto ¿cómo será el exterior?
—Bien, después del almuerzo iremos de compras —anuncia con entusiasmo. Sonrío, salir de aquí significa que podré conocer fuera de la academia—. Romina nos está esperando. ¿Nos acompañarás? —le pregunta a Ronald.
Él suelta su mano, y niega.
—No iré, ustedes pasan horas dando vuelta en la misma tienda, y es frustrante.
—¿Nos dejarán ir? —pregunto.
—Sí, Romina ya habló con Paula y ella accedió que fuéramos. Solo que tenemos que volver antes del anochecer.
Retomamos el camino.
Minutos más tarde nos separamos, ambos tienen que retomar sus actividades. Me costó un poco convencerlos de dejarme explorar los alrededores de la academia. Ninguno de los dos quería dejarme sola hasta el almuerzo, pero al final accedieron.
Me he dejado llevar por las diferentes estancias de entrenamientos. Todo aquí se encuentra dividido, existe un espacio destinado para cada linaje. No consigo entender por qué, aunque ya me lo han explicado, y es bastante evidente. Además, se encuentra el hecho de que, en el caso de los lobos, tienen que aprender a luchar en su cuerpo animal manteniendo siempre su conciencia humana, de esa manera no se perderán en la bestia que se retuerce en sus venas.
He conseguido pasar desapercibida por los diferentes salones de entrenamiento. Algunos estaban completamente vacíos, otros con algunos estudiantes de primer año con sus instructores de combate.
Me recuesto contra el marco de la ventana, el cristal no me permite escuchar lo que ocurre dentro pero sí mirar, de modo que me pierdo en la peligrosa danza que tienen dos chicos con el torso descubierto y espadas en mano. En el salón hay como siete personas más, pero solo observan. Uno de los jóvenes que baila al son de la batalla es Gabriel, el sudor corre por su espalda desnuda mientras sus músculos se tensan y liberan a medida que la espada corta en el aire y golpea el metal. Observo sus movimientos, la rapidez con la que se mueve y sigue habiendo algo en él que no termina de encajar para mí.
A su contrincante ya lo he visto en el comedor, es ese chico de ojos verdes, su cuerpo es musculoso, pero no de manera exagerada. Cabello rojizo. Me dejo llevar por sus movimientos ágiles e impredecibles, los dos son muy buenos en lo que hacen, son rápidos. Las espadas chocan una y otra vez.
La espada del chico de ojos verdes rueda por el piso, y sin perder tiempo tumba a Gabriel con una patada en los tobillos. Su cuerpo impacta contra el suelo, lo veo soltar un jadeo, pero se recupera y vuelve a estar sobre sus pies nuevamente. Las armas han quedado en el suelo. Parecen charlar mientras ambos recuperan un poco el aliento caminando en círculos. Pero no alcanzo a oír nada de lo que dicen. Me pego un poco más al cristal.
—No deberías espiar a los argeles —dice una voz femenina detrás de mí. Me sobresalto y me ahogo con el grito que estaba a punto de expulsar, pero me contengo a tiempo. Mi cuerpo tiembla, y mis palpitaciones me van a dejar sorda. Cierro los ojos, doy un par de pasos atrás y pego la espalda contra la pared mientras cierro los ojos. Respiro, siento como el aire entra a mis pulmones y me llena de tranquilidad. Fue en cuestión de segundos y mi inquietud solo se basa en poder respirar. Abro los ojos. Esa chica me ha dado un buen susto. Tiene el cabello rojo, pero en las raíces el color negro se afianza a su cuero cabelludo, lo lleva tejido en una bonita trenza que nace a la altura de su oreja izquierda y termina sobre su hombro derecho, hasta caer por debajo de sus abultados senos. Es como 10 centímetros más alta que yo, su piel es perlada, un cutis perfecto. Tiene rostro ovalado, pómulos altos, unos labios delgados y unos ojos profundos en un tono naranja muy claro. Es hermosa, y al mismo tiempo intimidante.
—Eres bonita —dice mientras me inspecciona en detalle como si intentara encontrar algo que no encajara en mi—, pero no me caes bien.
Muevo los labios, pero no se me ocurre nada que decir.
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Editado: 27.07.2021