Renacer (luz de Medianoche 1)

Un desconocido familiar

Capítulo 8:

Un desconocido familiar

 

Romina aún sigue enojada por mi petición. Eso de tener una cita con un chico que nosotros elegiremos no le agrada en nada. Pero es una apuesta, y si pierdo, que es lo más posible, tendré que hacer una donación, y los chicos también.

Me parece justo.

Desde que salimos de la academia ella solo se ha dedicado a manejar y mirar la calle por donde se desliza el auto a gran velocidad. En cambio, he puesto al tanto a Anastasia de que han ajustado mi horario al suyo, bueno, solo un poco, debido a que mis clases serán solo en las mañanas y todas las tardes tendré clases de combate. Y en vista de que mañana a primera hora tendremos que ver a la profesora Carlota nuevamente, esta noche comenzaremos a realizar nuestros ensayos.

Nos atascamos en el tráfico por más de cuarenta minutos. El paisaje cambia drásticamente de la zona boscosa donde se encuentra la academia protegida por sellos para no ser ubicada con facilidad —la realidad es que para las personas externas ese lugar no existe— a una ciudad con grandes edificaciones, una zona empresarial con una vida muy agitada, una vida que pudo haber sido la mía pero que ni siquiera mirar el exterior me ayuda a recordar.

El auto se detiene frente a un par de tiendas, justo a un lado de la calle, quedando un solo carril como acceso para la movilidad de los autos. No sé qué esperaba de la ciudad, pero estoy segura de que no es lo que ven mis ojos. Todo parece tan normal y rutinario que no concuerda con la vida que lleva la academia.

—¿Dónde estamos? —pregunto en busca de algún cartel o algo parecido que me oriente, más que eso quisiera reconocer este lugar. Quisiera recordar.

—Estamos en la ciudad de Caracas, la academia se encuentra detrás del río norte —me explica Anastasia mientras mira las vidrieras con luces y decoraciones.

—¿Por qué hay tantas luces? ¿Y qué es ese muñeco vestido de rojo que han pegado en el vidrio? —una señora que pasa a nuestro lado se me queda mirando como si yo fuera una loca.

—En unas pocas semanas será navidad, y todo eso es representación de las festividades —Romina señala al muñeco, las luces y otras decoraciones en la vitrina.

¿Navidad? No me suena de nada.

—¿No lo recuerdas? —Niego—. Bueno, tampoco es la gran cosa. Vinimos por ropa, no para comprar decoraciones navideñas, así que continuemos.

Sigo a las chicas, pasamos tres tiendas y cruzamos. Un boulevard se extiende por delante, colmado de personas. Tiendas de ropa y otros artículos a cada lado. Nos mezclamos entre la gente.

Antes de salir de la academia Romina se cambió de ropa, reemplazó cada tela de color negro de su cuerpo por un jean gastados y una franela coral. El flequillo a un lado de su cabeza está teñido de azul, mientras que del otro lado su cabello es sumamente corto. Tiene un andar relajado, ocultando su verdadera naturaleza. En cambio, Anastasia viste tan normal como cada día. Ella no tuvo que cambiar nada para de alguna manera encajar.

La humanidad intenta vivir sin miedos y con total normalidad mientras el sol se mantenga en la cúspide del cielo. Eso es lo que ha dicho Romina, sin más explicación.

Todas las tiendas tienen sus decoraciones representativas de la navidad, y nada de lo que veo hace que algún recuerdo flote en mi memoria.

En mitad del boulevard me hacen cruzar las puertas de cristal de una tienda de ropa. En los labios de la vampira se dibuja una sonrisa que se borra en el instante en que el chico parado en la puerta se distrae con la presencia de Anastasia.

Una chica sale entre los estantes de ropa. Romina muy amablemente le dice que no necesitamos ayuda. No se le da muy bien eso de mostrar amabilidad, la chica palidece y simplemente retrocede.

—Tus ojos te delatan —murmuro mientras acaricio la tela de la primera prenda que se encuentra cerca de mis manos.

—Hago mi mejor esfuerzo por ser normal —su tono de voz es plano. Ninguna chispa de sentimiento.

—No entiendo por qué.

—No es el mejor lugar para explicártelo. —Me deja frente a los probadores y se pierde de mi vista. Pocos minutos después veo como toma prendas y las acumula en su brazo. En el otro extremo de la tienda Anastasia hace lo mismo.

Me dedico a observar el lugar. Algunos afiches con chicas modelando ropa se encuentran decorando lo alto de la pared de la tienda como indicativo de que es la sección de damas. La mayor parte de la tienda está dedicado a la ropa femenina, sin embargo, tiene un pequeño espacio de sección masculina. Siento un cosquilleo en mi cerebro como si algo quisiera salir a luz, pero se queda atrapado, suprimido, siendo reemplazado por una sensación de haber vivido un momento muy parecido a este.

Tengo la sensación de haber vivido esta misma normalidad que llevan esas otras personas que sonríen y observan ropa al azar. Mi mente se niega a ir más allá de esa sensación.

Me desespero conmigo misma. Antes de que pueda golpear mi cabeza contra la puerta del mostrador en busca de un poco de claridad, las chicas llegan con demasiada ropa en los brazos.

—Golpearte la cabeza no lo solucionará —dice Romina intuyendo mis pensamientos.




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