Capítulo 27:
Rescate
Salimos de la academia sin mediar palabras, es más, no estoy muy segura de que se haya dado cuenta de que lo estoy siguiendo. Él camina muy rápido, por momentos me quedo atrás… los árboles en la oscuridad me aterran…
No estoy muy segura de a dónde vamos, hasta que se detiene en el borde del precipicio donde hace unos días atacaron los vástagos.
—No debiste haberme seguido —dice observando el vacío con determinación.
Tiene razón, pero la culpa no me deja pensar. Han secuestrado a Diana y, aunque no somos exactamente amigas, soy responsable por lo que pueda sucederle. Necesito hacer algo.
—En realidad no, pero… parecías necesitar compañía —digo un poco agitada.
A pesar de que he descubierto que soy realmente rápida, aun no lo manejo del todo.
Ya a su lado, piso en falso y pierdo el equilibrio. El corazón se me agita ante la gran caída… Él me sujeta y me hace retroceder, lejos del filo del precipicio.
—Debes tener más cuidado. —Asiento aún asustada. Sus ojos verdes están más brillosos que de costumbre—. Esto será peligroso… Mantente cerca de mí, y obedece todo lo que diga. ¿Está bien?
—Tan claro como el agua —respondo con firmeza.
—Han dejado un rastro, ¿puedes verlo? —Sigo la dirección de su mirada. Pero solo detallo una luminiscencia hermosa que rodea el precipicio y se pierde entre el bosque.
—Solo veo un hermoso resplandor, que se pierde… —Él sonríe.
—Eso que ves es el rastro de los vástagos y toda entidad que pertenece a la oscuridad —explica.
Él se aleja un poco, y de su espalda mana un brillo verdoso que me ciega por completo. Pestañeo mientras mi visión vuelve… y dos alas blancas penden de su espalda. Son enormes, y parecen ser tan suaves… estoy tan hipnotizada con ellas que no me doy cuenta de los accesorios…
Lleva una espada en la espalda, una funda de cuero atraviesa su pecho, sosteniéndola. Es casi imperceptible entre las alas, además lleva algunos otros juguetes repartidos en el cuerpo que no alcanzo a detallar…
—El rastro se pierde, no los matarán tan rápido… harán una especie de ofrenda a su rey —dice antes de alzar el vuelo conmigo a cuestas.
Me sujeto de su hombro con fuerza, aterrada por la distancia a la que se encuentra la tierra de mis pies. El gélido viento del cielo nocturno me hace estremecer… debí ponerme algo más abrigado, me quejo mentalmente.
Cierro los ojos, mientras la velocidad se incrementa. El viento golpea cada vez más fuerte contra nuestros cuerpos, pero no nos detenemos.
En mi estómago se arremolina una débil presión mientras descendemos. No me suelto de sus brazos hasta que mis pies tocan tierra. Me siento tullida por el frío, acaricio mis brazos en busca de un poco de calor. Recorro con la mirada el lugar al que hemos llegado.
Una calle desolada, en completa oscuridad. Es como si estuviera abandonada, las farolas que debería mantener iluminada la calle están en el piso, una tras otra.
—Están en alguna parte —susurra Dimas tomando la iniciativa de avanzar por la calle. Lo sigo lo más cerca posible. Él camina con agilidad y destreza, como si esperara que en cualquier momento alguien lo atacara por la espalda—. No siempre fue así.
—¿Qué cosa? —pregunto mientras observo a todas partes. Este lugar es muy lúgubre, no lo sé… Siento que no es así como debería verse una calle, pero tampoco logro encontrar en mi mente algo que me demuestre que debería ser diferente.
—La calle, la ciudad, el mundo… Existen algunas zonas que han sido recuperadas después del cambio que recibió la humanidad… pero otras aún se mantienen en dominios de los vástagos, los rebeldes, la oscuridad…
Volteo la mirada, con el corazón en la garganta, pero no hay nadie. Y juraría que vi a alguien pasar.
—Tranquila —susurra—. Solo mantente detrás de mí, y tendré más posibilidades de mantenernos con vida hasta que llegue la ayuda.
Giramos en una esquina, y hay sombras que se mueven de un lugar a otro, pero no se acercan a nosotros. Pongo todo de mí para mantenerme tranquila, pero es inquietante.
—¿Avisaste a los demás argeles?
—Claro que no. Eso me metería en grandes problemas con Geraldine. No es que ya no lo esté, pero no pondría en riesgo a los demás sin trazar un buen plan, y no podemos darnos el lujo de esperar.
—¿Entonces quiénes? —Doy un salto, una sombra estuvo muy cerca de tocarme la pierna. Me acerco más a Dimas, muy cerca de sus alas.
—Le avisé a Santiago. Ya deben estar por llegar. —Se detiene, me golpeo con sus alas.
¿En qué momento?, la pregunta no sale de mis labios.
Da dos pasos con cuidado, se pega a la pared y se asoma lentamente para ver lo que hay al doblar la calle. Permanezco detrás de él, inmóvil ya que hay algunas voces del otro lado.
Retrocede un poco, y se agacha de cuclillas en completo silencio. Hago lo mismo. Entre las voces, escucho un grito… al principio me cuesta reconocerlo, pero después de un par de quejidos más me doy cuenta de que es Diana la vampira.
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Editado: 27.07.2021