Encuentro
Dos semanas después Fernanda estaba viajando a la capital de Perú para tomar posesión de la Gerencia Regional de la sede Sudamérica. Los abogados de la compañía la recibieron en el aeropuerto y trasladaron al apartamento que habían adquirido como patrimonio de la empresa en un lujoso y exclusivo edificio de viviendas ubicado en el distrito de Miraflores, el más costoso y seguro de la capital peruana. Tras acomodarse en su nuevo espacio, Fernanda fue llevada a las instalaciones en donde empezaba a funcionar la sede de TeleCom Group en Lima, un edificio ubicado en el distrito empresarial de San Isidro. Maravillada por la vista que tenía desde el ventanal de su oficina, la nueva Gerente Regional agradeció a Dios por haber llegado con bien y poder iniciar la carrera hacia la Dirección General de la compañía. En eso, llegó a su mente la idea de que debía encontrar a un hombre con el cual tenía que formar una familia para cumplir con todos los requisitos impuestos por Gustavo para lograr su objetivo de vida, e hizo que todo el ánimo que tenía se viniera abajo, pero ella misma se obligó a no pensar en ese tema, en confiar que durante el desarrollo de su rutina diaria conocería al sujeto adecuado para cumplir con el propósito de construir una familia, por lo que solo debía enfocarse a realizar perfectamente su trabajo.
Cuando el fin de semana llegó, Fernanda quiso aprovechar su tiempo libre conociendo los alrededores del barrio donde vivía. Ella gustaba de cocinar, por lo que decidió ir a hacer las comprar al supermercado cercano al apartamento, el que siempre veía cuando el auto con chofer que tenía asignado la llevaba hacia las oficinas de la compañía. El moderno negocio de abastos estaba a unas cinco cuadras, algo que no le pareció tan lejano para tomar un taxi, así que decidió caminar. Fernanda vestía unos pantalones deportivos anchos y una sudadera enorme, ambas prendas en color plomo. Para su comodidad decidió usar sus ugly sandals, su calzado favorito por lo cómodo que era y combinaba perfectamente con su atuendo. Al ser fin de semana, la mujer de empresas no se maquilló, solo ató su cabello en una cola alta y se puso sus anteojos, ya que los días de descanso no utilizaba las lentillas de contacto. Así, con esas fachas, caminó hacia el supermercado, realizó sus comprar y regresó de la misma manera cargando sus bolsas.
Lima es una ciudad húmeda que frecuentemente tiene lloviznas durante el invierno. En la madrugada había estado garuando, por lo que las veredas y pistas tenían una ligera capa de rocío sobre ellas, lo que las hacía peligrosas porque era fácil resbalar. Fernanda confiaba en su calzado para no caer aparatosamente sobre el pavimento, pero no contó con que un travieso labrador arremetiera contra ella, haciendo que pierda el equilibrio y termine, junto a sus compras, desparramada por toda la calle.
- ¡Mil disculpas, señorita! ¡Lo siento, lo siento, lo siento mucho! ¡Ven acá Goliat, compórtate! –escuchaba Fernanda decir a una voz masculina que le pareció muy cautivadora. Luego recordó que esa voz se disculpaba con ella, por lo que debía pertenecer al hombre que ocasionó el accidente que la había hecho caer de tal manera que las caderas, glúteos y espalda baja le dolían en demasía-. Señorita, ¿se encuentra bien? –preguntó preocupadamente ese hombre, acercándose lo suficiente para que Fernanda lo pudiera ver bien. Era guapo, o eso le pareció a nuestra protagonista. Tenía ojos grandes y marrones, con cejas pobladas y largas pestañas; nariz un poco aguileña, pero no hacía que luciera mal; labios gruesos, provocativos; un color cobrizo hacía destacar su piel; el cabello oscuro lo traía ordenado, corto y lucía limpio; vestía un traje formal que se ceñía en los lugares apropiados de un cuerpo que se notaba que era trabajado en el gimnasio, y entre sus manos sujetaba la correa con la que trataba de dominar a un enorme labrador, o al menos así se veía el animal desde la posición sobre el pavimento en la que se encontraba Fernanda.
- ¡No, no me encuentro bien! –protestó Fernanda, olvidándose de la belleza del hombre y recordando el dolor que sentía, además de la vergüenza porque los vecinos y la gente que pasaba por ahí empezaban a agruparse para ver el espectáculo que causó su caída-. Ese feo y enorme animal acaba de atacarme y usted ha sido incapaz de evitarlo. ¡Es usted un incapaz! –los gritos de Fernanda llamaban más la atención que su caída, pero la pobre estaba adolorida y avergonzada, emoción que no solía sentir frecuentemente.
- Señorita, reconozco que fue mi falta al no haber sometido correctamente a Goliat y evitar que termine empujándola, pero la situación no es tan grave para que me califique de esa manera ni me grite –el hombre que llevaba el perro se plantó enfrente de ella con un semblante serio. Ella ya estaba erguida y pudo calcular la estatura de ese guapo sujeto, 1.80 m aproximadamente.
- Qué, ¿no piensa ayudarme a recoger mis compras? ¡Todo se ha desperdigado por culpa de ese animal! –el pobre Goliat, como si supiera que estaban hablando mal de él, intentó esconderse detrás del hombre que lo llevaba a pasear. Sin decir una palabra el hombre empezó a recoger y colocar dentro de las bolsas los productos que Fernanda traía consigo. Cuando terminó dejó las bolsas sobre la vereda para que ella las tomara-. Qué, ¿no piensa decir nada más? –preguntó Fernanda aún con el tono majadero que había usado anteriormente.
- No, señorita, prefiero callarme antes de tener que contestarle de la misma manera como me está hablando –el tono de voz serio y esa mirada fría de aquel guapo peruano hicieron sentir incómoda a Fernanda.
- ¡Ah, encima se hace el ofendido el señor! –si alguien que la conociera de años la veía en ese momento, la desconocería por completo porque había perdido el control de sus emociones, algo que no solía suceder-. Con tremendo tamaño es incapaz de controlar a ese feo animal y si no fuera porque yo le indico que debe ayudarme a recoger mis cosas de seguro hubiera huido, dejándome en tremenda situación –Fernanda ya se estaba pasando de la raya, así que lo único que pudo hacer el hombre que llevaba al perro fue elevar la voz para hacer que se calle.
- ¡Basta! ¡Ya es suficiente! –ella dejó de hablar porque esa voz masculina le pareció más atractiva con un tono de enojo que cuando le habló suavemente-. Sí, me equivoqué, y por eso le pido que me perdone, pero no es para que me hable de esa manera –el hombre dio dos pasos hacia ella para confrontarla, pero Fernanda se mantuvo firme en su sitio, aunque se empezó a sentir algo nerviosa por la proximidad de aquel guapo desconocido-. Yo me acerqué preocupado al verla caer y desde el primer momento quise ayudarla, pero usted solo se la ha pasado maltratándome y refiriéndose a Goliat como un feo animal cuando no lo es. Estoy seguro que él solo quiso jugar con usted y no agredirla. Y en verdad quisiera acompañarla hasta su domicilio para ayudarla con las bolsas, pero después de cómo nos ha tratado a ambos mejor no me ofrezco. Espero que tenga un buen día –el hombre dio media vuelta y empezó a caminar tirando del perro, que de vez en cuando volteaba a mirar a Fernanda.