Resiliencia

Capítulo 18. Curiosidad

Victoria

Me gustaba provocar a Alejandro Montemayor, era divertido tirar de los hilos de su autocontrol y sacarlo de su zona de confort, es un esnob con la cabeza llena de tontos prejuicios al que le aterra sentirse atraído por mi, es un esnob al igual que Sergio.

Alejo los recuerdos, no es bueno revivir un pasado  que guarda tanto dolor.

Llego al bar y encuentro a los empleados dando los últimos toques antes de  la apertura. Las puertas se abren y no me sorprende  ver entrar 1 hora después al Señor Control.

Los viernes son muy movidos así que  presto apoyo al Bartender con los diferentes cócteles y bebidas que solicitan los clientes. Del área de la cocina se encargan Joseph y Samuel un par de peruanos  que decidieron vivir el sueño americano y hacen las delicias de los comensales.

Después de un par de horas abandono la barra y observo a Alejandro charlar animadamente con un grupo de ejecutivos, especialmente, una pelirroja que no disimula el interés que siente por él. Decido tomar cartas en el asunto y me dirijo a su mesa. 

Me acerco por detrás llamando la atención de los hombres del grupo y cubro con mis manos los ojos del Señor Control y susurro junto a su oído.

—Hola, amor —siento como respinga por la impresión especialmente cuando llevo mis manos a  su pecho. Espero su rechazo pero en cambio voltea a verme y después de analizarme por unos segundos me presenta a sus amigos y me cede su silla, charlo animadamente con sus acompañantes hasta que unos de los meseros solicita mi atención.

Después de varias horas cierro el local, me despido de los empleados del bar y tomo rumbo al parqueadero, no me sorprende toparme con el Señor Control, quien luce sexy y enojado.

—A que juegas Victoria. ¿Que buscabas al montar esa escenita?

—Para serte honesta ni yo misma lo sé.

—¿Segura? —pregunta.

—Vi a la pelirroja flirtear contigo y me molestó, simplemente no lo podía permitir.

Me coloco frente a él  y analizo sus expresión.

»Me gustas, Alejandro Montemayor —confieso con un raro atrevimiento— a pesar de ser el típico psicorigido estirado y obsesionado con el control, y aunque suene un poco loco sé que detrás de esa pose de seriedad hay un hombre deseoso de amar y ser amado. ¿O estoy equivocada?

—Mi vida personal no es asunto suyo.

—Si miras a una mujer como tú me miras a mí, si es mi asunto. Y no me refiero a deseo carnal o lujuria. 

»Puedo reconocer mi dolor, mi soledad y mis anhelos en ti y sé que tú sientes lo mismo cuando me ves, lo quieras aceptar o no.
—¿Qué te sucedió, exactamente?

—Es una larga historia, Señor control.

—Tengo tiempo.

—Es medianoche, Alejandro.

—Sufro de insomnio.

—No soy una chica fácil, no prejuzgues por mi aspecto.

— Ni yo soy un hombre promiscuo así que no hagas juicios basado en mi género. 

»No soy un hombre de rodeos, si quisiera llevarte a mi cama hubiera sido claro desde el principio, mi único interés es saciar mi curiosidad y evitar la soledad de mi apartamento.

—Tenías a una pelirroja bien dispuesta a ahuyentar tu soledad.

—Lastima mí falta de interés. Dime  de algún lugar donde podamos charlar tranquilamente.


—Mi casa —respondo con firmeza, porque aunque suene absurdo, sé que al lado de Alejandro Montemayor,  el único que corre riesgo es mi corazón.

 

 

Alejandro

La casa de Victoria está ubicada a unos 20 minutos del bar. Al llegar me sorprende el aspecto de la casa. Los tonos crema contrastan con el colorido de los inmensos óleos que cubren varias de las paredes.

Los muebles son de aspecto rústico y de tonos cálidos, el verdor del jardín asoma a través de ventanales de vidrios a pesar de lo avanzado de la noche gracias a las luces que están dispersas por toda el área. Victoria me invita a sentarme en uno de los sillones que ocupan la sala, mientras ella se dirige a la cocina en busca de algo para beber.

Después de servirme, se pone cómoda en otro de los sillones y permanece en silencio por unos minutos como buscando las palabras correctas para empezar a hablar.

—Nací y crecí en Washington hasta los 14 años, después de 16 años de matrimonio mis padres decidieron divorciarse amistosamente, a pesar de lo mucho que se amaban, el trabajo de mi padre era demasiado absorbente y fue creando un distanciamiento entre los dos, mi padre es un reconocido investigador y oncólogo pediátrico, lo que implicaba muchas horas de trabajo. Después del divorcio, mamá decidió que nos viniéramos a vivir a San Francisco, hablaba por teléfono con papá todas las semanas y en vacaciones viajaba a Washington.

»Con el pasar de los años conocí a un chico llamado Erick, era  muy apuesto y agradable, nos hicimos novios y mantuvimos un noviazgo por un par de  años. Teníamos un grupo de amigos, con el cual íbamos juntos a todas partes, yo era muy unida, especialmente a Camila, era mi mejor amiga. Cuando cursaba el primer año en la universidad mi padre sufrió un infarto, decidí suspender el semestre y viaje a Washington para cuidar de papá.

»Cuando regresé descubrí que en mi ausencia Erick y Camila sostenían una romance, al confrontarlos, ambos reconocieron su error, me pidieron perdón, trataron de explicarme que se habían enamorado sin querer, pero me sentí tan herida y llena de rabia, que les grite cuanto los odiaba y rompí todo lazo con ellos a pesar de las todas las veces que me buscaron.

»Durante una temporada no volví a saber de ellos hasta una noche en que Erick y Camila se presentaron en mi casa. Ambos estaban muy mojados gracias al fuerte aguacero que caía sobre la ciudad. Erick me contó que Camila estaba embarazada y  su padre la había botado de  casa apenas se había enterado de su estado, los padres de Erick también se habían negado a recibirla, por lo que él decidió irse con ella  y habían sobrevivido gracias a sus ahorros y algún otro trabajo ocasional pero se habían quedado sin dinero, no tenían para comer y menos para seguir pagando el motel donde se hospedaban, me rogó que le diera alojo a Camila solo por esa noche, si no lo hacía por ellos, que lo hiciera por su bebé. ¿Sabes cuál fue mi respuesta? Les dije que no me importaba lo que sucediera con ellos o ese niño y los eché de mi casa. Incluso mi madre decidió intervenir y abogar por Camila pero le puse un ultimátum, era Camila o yo.  No me importó su embarazo,  ni la lluvia. No sentí ningún tipo de compasión ni preocupación por ambos.




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