Resiliencia

Capítulo 20. Ayuda

Victoria

Dos horas después habíamos abordado un avión para luego tomar un   coche que Alejandro  había alquilado en el aeropuerto,. Durante todo el viaje a estado atento a mí, es extraño verlo en modo protector. A pesar de no tener ningún tipo de relación más que nuestros enfrentamientos ocasionales he podido notar la forma tan distinta en que trata al resto de mujeres.Es un hombre extremadamente galante excepto conmigo.

Después de varios minutos  divisamos la señal que  indicaba la entrada a la ciudad donde había  nacido y crecido Alejandro y donde funcionaba la sede principal de su constructora.

Al principio pude observar unas pocas casas esparcidas aquí y allá,  pero luego de un par de kilómetros la carretera se llenó  de vida con el ruido de las bocinas de los carros y las luces que provenían de los edificios y casas que llenaban  ambos lados de la carretera.

Entramos al centro de la ciudad y avanzamos hasta llegar  frente a un hotel. Alejandro  saca las maletas y me conduce a la recepción, luego de realizar el registro nos dirigimos  a nuestras habitaciones, Alejandro  me sugiere que  tome una siesta y me pide que este lista a las siete para ir a cenar. Lo escucho hablar y a pesar de mi agotamiento no puedo  evitar preguntarme que locura se apoderó  de mi para aceptar viajar intempestivamente y peor aún  en las condiciones que me encuentro. 

Susurro por respuesta un sí  y  me despido para luego tomarme una pequeña siesta. A las 7:00 pm estoy lista y como era de esperarse ni un minuto más  ni un minuto menos Alejandro toca la puerta. La abro, y veo como  me observa sorprendido y aunque se que mi aspecto difiere en mucho a la Victoria del pasado aún  disfruto  vestirme con alguna prenda algo glamurosa o de aspecto delicado.

Alejandro me comenta que cenaremos con un par de amigos suyos. Bajamos al restaurante del hotel que se encuentra ubicado en el tercer piso y al ingresar veo a Alejandro observar a su alrededor hasta que su mirada se detiene en una mesa ubicada al lado izquierdo del salón  la cual se encuentra ocupada por una pareja de treintañeros. Alejandro  toma mi mano y me conduce a la mesa donde saluda con efusividad  a sus ocupantes quienes después de intercambiar palabras de cariño fijan su vista en mí,  en la mirada de la mujer se refleja curiosidad  y en la de su acompañante una paz que refleja  serenidad incluso en medio de la tormenta. 

—Julián,  Sandra, les presento a Victoria, es una amiga de San Francisco —mucho gusto responden ambos al unísono. 

—El gusto es mío. 

—¿A qué te  dedicas, Victoria? —me pregunta Sandra con la curiosidad reflejada en su rostro.

—Soy la propietaria de un  Bar.

—¿Y cómo  se conocieron? 
—Alejandro  es uno de nuestros clientes. 

—Victoria,  también es la fundadora de una institución  que acoge a adolescentes y mujeres embarazadas  en estado de desamparo —agrega Alejandro.

—Eso es magnífico —comenta Julián— soy pastor y la iglesia que dirijo actualmente  cuenta con un centro comunitario  que ofrece a través de benefactores comida, servicios médicos, ropa y medicamentos a personas desfavorecidas. Apoyamos también a un centro de acogida infantil. 

—¿Qué servicios presta exactamente  la institución que diriges?

—Alojamiento, alimentación, atención médica, ropa, asesoría  legal y tenemos convenios con instituciones educativas donde pueden capacitarse. 

—¿ Tienen convenios con empresas para ubicarlas en el mercado laboral?

—Realmente muy pocos, muchas empresas se muestran reticentes ante la idea de contratar madres solteras y peor aún mujeres embarazadas. 

—Las mujeres  somos objeto de mucha discriminación laboral y no solo en la consecución  de puestos de trabajo sino también  en una remuneración  justa. Pero creo que  puedo ayudarte soy dueña de una agencia  de empleos y algunos de mis clientes tienen sedes en varias ciudades incluyendo  en San Francisco, si me envías el curriculum de las jóvenes que ayuda tu fundación  puedo tratar de ubicarlas en alguna vacante disponible  que  se ajuste a su perfil.

—Eso sería  maravilloso. Gracias,  Sandra —le agradezco conmovida, ayudar a esas mujeres se ha vuelto mi cruzada personal, mi manera de redimirme.

El hombre que  me tope aquel día que vagaba desconectada de la realidad y fui a parar frente aquella  iglesia me enseñó  que  el dolor y nuestras peores experiencias  deben ser usados como catalizadores para impactar positivamente la vida de otros.

—Victoria ¿eres creyente? —me pregunta Julián.

Me quedo pensativa, dudosa de que contestar. Años atrás  antes del accidente mi respuesta hubiera sido un rotundo no, pero desde la experiencia  que  viví  en aquella iglesia en mí se instaló  la raíz de la duda, es como si hubiera podido vislumbrar a través de una pequeña  rendija algo que estaba más allá  de mi comprensión,  cuando ese hombre puso sus manos sobre mi cabeza y oro por mí  sentí  que mi corazón  era quebrado y  luego cada pieza era tomada con cuidado y unida nuevamente. Me sentí  perdonada, amada y aceptada y ese fue el primer paso para mi curación. Pero luego me dejé arrastrar por esos pensamientos y costumbres  tan arraigados desde mi niñez y dejé que la luz de ese primer destello fuera menguando. Me fue más cómodo seguir con la vida que siempre había  conocido y autoengañarme creyendo que por fin había superado el caos en que me vi hundida después de la muerte de Erick y  Camila,  pero fui una tonta, las voces susurrante de la culpa y los recuerdos  seguían allí, asomando sus tentaculos en los momentos menos esperados. 

—Fui criada en un hogar donde la idea de un Dios creador, la existencia de un Dios hombre no era más  que un absurdo, pero un día algo.... no se como explicarlo, tocó  mi corazón y sembró  en mi la duda sobre todo aquello  que me habían enseñado  mis padres y hoy tengo la certeza de que hay algo más, no se que nombre darle, no conozco a tu Jesús, pero sé  que hay algo más  —respondo con la voz entrecortada  y luchando por contener las lágrimas que amenazan con escapar de mis ojos.




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