Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 74. Nosotros perduramos

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 74.
Nosotros perduramos

James estacionó su camioneta a unas cuadras del edificio de Damien, en el estacionamiento de una plaza comercial. El día anterior la había mandado a limpiar exhaustivamente, por si acaso había quedado en ella algún rastro de la corta visita de Jeremy, el ilustre residente de Eugene cuyo cuerpo sería descubierto un par de días después a la orilla del lago Fern Ridge. Ya estaba atardeciendo y las calles se veían muy despejadas. Compró un café en el Starbucks de esa misma plaza, y entonces caminó con paso tranquilo hacia el elegante edificio de departamentos. Su paso era tranquilo sólo para no llamar la atención, pues en realidad por dentro su apuro era bastante intenso. Quería llegar a aquel sitio lo antes posible y terminar de una vez con el asunto. Aunque él sabía que toda esa situación era casi imposible que fuera a “terminar” como tal; no mientras ese jovencito paleto siguiera con vida.

No ingresó por el lobby principal, sino por una puerta trasera de servicio, justo como lo hizo la vez anterior. Ahí uno de los encargados de la seguridad del joven Thorn lo aguardaba, y una vez que se identificó debidamente lo dejó pasar para que subieran por el elevador privado hacia el pent-house. James no intercambió más de las palabras debidas con aquel hombre, y éste a su vez pareció querer hacer justo lo mismo.

Una vez que llegaron al departamento, el guardaespaldas lo guio hacia el estudio, en donde quien lo había mandado a llamar lo aguardaba. Al caminar por el pasillo, sin embargo, se encontraron con dos hombres envueltos en trajes blancos y con cubre bocas en sus rostros, que se encontraban tallando exhaustivamente unas manchas oscuras en la alfombra. Estos lo voltearon a ver alarmados, y luego se enfocaron en el guardaespaldas que lo escoltaba. Éste les indicó con una sola seña de su mano que no había problema. Los dos hombres de blanco se hicieron a un lado para dejarlos pasar. James no necesitó ver las manchas de cerca para saber qué eran con exactitud. De haberlos conocido antes, quizás hubiera sido buena idea pedirles que limpiaran también su camioneta.

—Si es mi viejo amigo, el misterioso hombre del hospital —escuchó mencionar desde lo alto cuando pasaba justo a un lado de la sala. Al alzar su mirada hacia lo que era la planta alta del departamento, divisó la mirada sonriente de alguien recargada contra el barandal a un lado de las escaleras. Lo observaba desde lo alto con una molesta prepotencia en su mirada.

James la reconoció de inmediato. Era una de las niñas que había estado vigilando de cerca esos días; la tal Esther, si no se equivocaba. La cuál, según tenía entendido, no era precisamente lo que su apariencia indicaba; algo con lo que él estaba bien familiarizado, de hecho.

—Nos estuviste pisando los talones todo este tiempo, ¿verdad? —Cuestionó Esther con curiosidad—. Debes ser muy bueno, pues ni siquiera me percate de tu presencia. —James permaneció en silencio—. Si tienes algo de tiempo de libre, me gustaría platicar un poco contigo, ¿qué te parecería eso? —le propuso Esther a continuación, con un tono tan sugerente que no dejaba a la interpretación el hecho de que no se refería precisamente a hablar.

El hombre de color siguió sin responderle, y en su lugar caminó de largo en dirección al estudio, ignorándola.

—Dile a tu jefe que aún me debe una charla —escuchó a Esther pronunciar con fuerza mientras se alejaba, e intuyó que en ese caso sí se refería a una “charla” de verdad.

El guardaespaldas que lo escoltaba entró unos momentos al estudio para anunciarlo, y luego de unos segundos le indicó que podía pasar. James así lo hizo, y todo como un reflejo del otro día, ahí vio a Damien Thorn, sentado del otro lado del escritorio, con el mismo maletín gris colocado sobre éste; el maletín que tenía justo lo que él había ido a buscar. En cuanto lo vio, una gran ansiedad, como una sed insaciable, se apoderó de él, pero intentó contenerla para no darle a ese chiquillo la satisfacción.

—Ah, mi vampiro favorito —comentó Damien con tono bromista, y alzó entonces su mano derecha para indicarle que podía avanzara—. Pasa, amigo mío.

James comenzó a caminar hacia el escritorio, y escuchó como la puerta del estudio se cerraba a sus espaldas. Se paró entonces derecho a la altura de las sillas de los visitantes, con sus ojos deseosos puestos en el maletín.

—Debo felicitarte por tu trabajo —señaló Damien, complacido—. Leena, Samara y Lily llegaron sanas y salvas. Resultó no ser una petición tan difícil, ¿verdad? —James alzó su mirada molesta hacia él, y se guardó cualquier cosa que hubiera querido decir al respecto—. En fin, estás aquí por tu pago, ¿o no?

En ese momento el muchacho se puso de pie, extendió sus manos al frente del maletín para abrir sus seguros, y entonces levantó la tapa superior para revelarle su contenido. Ahí estaban los dos termos restantes, sobre la estructura de fomi, a lado del espacio vacío en donde anteriormente se encontraba aquel que le había entregado en su pasada visita. En cuanto sus ojos se posaron en ellos, esa sed y ese anhelo se volvieron aún más intensos, y muy difíciles de disimular. Damien pareció darse cuenta de ello, pues su sonrisa prepotente se volvió incluso más marcada.

—Los últimos dos recipientes de vapor que tu antigua jefa tenía en sus reservas —murmuró el muchacho, recorriendo sus dedos por la superficie metálica de la tapa del maletín—. ¿Cómo dices que se llamaba esa agradable mujer?




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