Resplandor entre Tinieblas

Capítulo 94. Rosemary Reilly

Resplandor entre Tinieblas

Por
WingzemonX

Capítulo 94.
Rosemary Reilly

Era temprano en la mañana cuando los ojos de Ann Thorn se abrieron al fin, y se encontraron casi de frente con la poca luz que entraba por la ventana de la elegante y amplia suite. En un inicio, la vista matutina de la ciudad le resultó ajena, y su mente aún adormilada divagó entre los diferentes escenarios en los que había estado en tan sólo unos cuantos días de diferencia: Chicago, Los Ángeles, Washington, Zúrich, Londres, y por último…

«Atenas, por supuesto» se dijo a sí misma con una sutil sonrisa adornando su rostro. Estiró entonces su cuerpo por debajo de las suaves sábanas de la cama, obteniendo bastante deleite del delicado roce de éstas contra su cuerpo desnudo.

—Buenos días —escuchó pronunciar con suavidad a sus espaldas, y un instante después le siguió un repentino beso en su mejilla, y otro más en su cuello. Más que la sensación de los labios contra su piel, lo que hizo que la sonrisa de Ann se ensanchara más fueron las cosquillas que aquella barba anaranjada le provocó—. Parece que alguien descansó bien.

—Mejor que en mucho tiempo —respondió la mujer con bastante seguridad. Se viró entonces para recostarse sobre su espalda y poder apreciar de frente al hermoso hombre de barba y cabello largo que estaba a su lado, y que él pudiera verla a ella con esos hermosos ojos avellana—. ¿Llevas mucho rato despierto?

—Un rato —respondió Andrew (Adrián) Woodhouse, mientras la admiraba fijamente, y se atrevía además a recorrer delicadamente su cuello, hombros y torso con el dedo anular de su mano izquierda; ese delicado roce le provocó más agradables cosquillas a su acompañante. Él también estaba desnudo, por supuesto, apenas cubriéndose de la cintura a las rodillas con la misma sábana que ella.

—¿Qué hora es? —Preguntó Ann de pronto, extendiendo su mano hacia el buró a su lado para alcanzar su teléfono. Sus dedos apenas y rozaron la orilla del aparato, cuando Adrián la tomó repentinamente en sus brazos, se pegó a ella por completo por detrás, y comenzó sin remordimiento alguno a recorrer sus labios por su oído, nunca y hombros.

—Casi hora de volver al mundo real —murmuró el músico entre beso y beso—, así que hay que aprovechar lo que nos queda de estas pequeñas vacaciones.

Adrián se permitió entonces comenzar a recorrer sus manos ansiosas debajo de las sábanas por el cuerpo de Ann. Ella se rió por esos repentinos contactos, pero no pudo evitar igualmente suspirar complacida; él siempre había sabido exactamente como tocarla.

—¿Podríamos al menos primero pedir el desayuno? —Propuso Ann, apenas logrando ser oída, pero de todas formas Adrián no parecía muy interesado en dicha sugerencia.

—Yo ya estoy en eso —indicó con cierta malicia, haciendo que ella se recostara boca arriba, para que así él se colocara encima. Dirigió de inmediato su boca a la suya, besándola no con gentileza, sino con bastante voracidad y apetito.

Anna lo recibió por completo, rodeando su cuello con sus brazos y acercándolo. Él recostó casi por completo su cálido cuerpo contra ella, y Ann logró percibir la ansiedad que lo envolvía en esos momentos, rozando su muslo.

—Espera un segundo —musitó la Thorn, apartando su rostro para que dejara de besarla, y volvió entonces a extender su mano al buró.

—¿Enserio? —Masculló Adrián casi dolido, mientras recorría sus labios su oreja y cuello—. El mundo no se acabará si no ves tu teléfono por un rato más.

—Sólo será un segundo —respondió Ann entre risillas debido a las cosquillas que sus besos le provocaban. Sus dedos entonces alcanzaron su teléfono, y lo colocó de tal forma que pudiera ver la pantalla desde su inconveniente posición—. Sólo quiero verificar que...

Su explicación fue silenciada al ver que tenía una notificación de cuatro mensajes nuevos, y al revisar el destinatario los cuatro eran de una misma persona: Verónica Selvaggio.

Sin ser demasiado brusca, Ann apartó un poco a Adrián de ella y se inclinó a un costado de la cama para poder ver más de cerca su teléfono. Abrió la conversación con su hija, y los cuatro mensajes que le había enviado, hace ya algunas horas posiblemente cuanto todavía dormían, le terminó por quitar el entusiasmo que aún pudiera quedarle con respecto a lo que estaban haciendo sólo un segundo atrás.

Los mensajes decían:

 

Damien dice que quiere salir a una fiesta con las tres niñas.

No puedo detenerlo.

¿Qué debo hacer? Si alguien lo ve con ellas y las reconocen, sería terrible.

Háblame en cuanto puedas, por favor.

 

Una parte de Ann esperaría sentirse preocupada, o incluso molesta, por ese pedazo de información que le acababan de compartir. Pero en su lugar, aquello le resultaba más que nada… interesante.

«¿Las llevaste a una fiesta, Damien?, ¿enserio?» pensó mientras leía por segunda vez los cuatro mensajes. Aquello casi rozaba en una rabieta para querer llamar la atención.

—¿Qué ocurre? —Escuchó que Adrián pronunciaba justo a un costado de su cabeza, asomándose sutilmente sobre su hombro. Por mero reflejo Ann apagó la pantalla para que no viera directamente los mensajes.




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