Joshua
2. Clarissa King
Joshua
No era complicado describir a Clarissa King.
Su simpleza, para muchos, podría ser una buena razón para enamorarse de ella, dejando fuera el factor monetario; pero para mí solo era un motivo para mantenerme alejado de King y los cuatro estúpidos que pululaban continuamente a su alrededor.
Claro, yo sabía que Clary estaba lejos de ser una persona simple, pero, cuando uno se empeña en odiar a alguien, es necesario omitir las cualidades que hacen ver que el sujeto de odio en realidad es… agradable.
Clarissa era muchas cosas, y por desgracia, también era la chica a la que acababa de derribar con un balonazo.
Diane, su mejor amiga, me miraba como una madre suele mirar a sus hijos; con los ojos entrecerrados, negando con la cabeza y esperando una disculpa que, muchas veces, nunca llegaría.
—Creo que deberían llevarla a la enfermería —susurré escapando de la mirada acusatoria de sus amigos y del entrenador Smith —.O dejarla en el suelo con esperanza de que despierte. —Me crucé de brazos y asentí en un gesto casi robótico.
—Miller. —El entrenador llamó —.Tú le pegaste, tú la llevas a la enfermería.
—Pero aquí hay cuatro fuertes estudiantes capaces de llevarla. —Golpeé mis inexistentes bíceps, Vi a Polo mirarme con una ceja alzada, y gracias a mi instinto de supervivencia decidí detener mis golpecitos —.Digo, sus amigos pueden ser quienes la lleven, no veo porqué debería ser yo quién se haga cargo.
—Porque ningún profesor en su sano juicio dejaría a estos cinco sin supervisión en la escuela.
Desvié la mirada y sin querer vi a Diane tratando de hacer que su amiga despertara.
—Sabe señor Smith, Nathan y yo podríamos llevarla —ofreció Andrew.
Una risita débil llamó la atención de quienes tratábamos de discutir sobre por qué yo no debería llevarla a la enfermería.
—Idiota, simpre has sido malo con los balones —susurró Clary intentando no reír, aunque su sonrisa traviesa la delataba.
Crucé miradas con ella, aunque aún estuviera sentada en el pasto, y antes de que el momento de su despertar perdiera magia, intenté escapar de ahí.
—Miller. —El entrenador saboteó mi escape.
—No veo porque debería responsabilizarme, no la maté.
—Tu pie, tu balón, tu responsabilidad.
Suspiré mirando al cielo con cansancio, regresé a la postura de los humanos normales y con pesadez le extendí la mano para ayudarla a levantarse. Dudosa, la aceptó, no sin antes consultar a sus amigos.
Durante unos segundos cuestioné qué tan correcto sería pedirle que se acomodara la corbata del uniforme porque su mal nudo era algo doloroso de ver.
—David, si tanto te molesta ayudarme puedes irte. —Me reprochó Clary, quien tenía una nariz sangrante, cortesía de mi balón. Su voz sonaba graciosa porque un trozo de papel en su nariz evitaba que saliera más sangre. Por su tono de voz parecía que en cualquier momento podría golpearme o estallar de risa.
«Siempre has sido terrible para comunicar tus emociones». pensé al escuchar su confuso tono de voz.
Me detuve de golpe, quería dejarle en claro que no tenía ningún derecho de hablarme como si fuéramos amigos de toda la vida, pero las palabras no me salieron al notar como aún tenía puesta la pulsera negra que le regalé el día en que nos graduamos de la primaria. No sé porqué, pero una parte de mí deseaba sonreír y hacerle saber que yo también guardaba la pulsera que ella me regaló ese día.
Negué con la cabeza y puse mis manos en sus hombros. —Vamos, acabemos con esto rápido, te llevaré como carrito de compras. —Ella soltó una leve risita por mi comentario —.Y por cierto, no me vuelvas a decir David.
—¿Y crees que seré tu “carro de compras”? —Mordió su labio y me dedicó una mirada seria —.Acabo de caer desde las gradas.
—Creo que eres una molestia, pero hasta que tu mano y nariz mejoren serás mi molestia —respondí metiendo mi mano izquierda (la cual tenía la pulsera negra) en la bolsa de mi sudadera —.Además, solo caíste desde la parte baja.
—Mira quién habla, David, te recuerdo que yo soy la que tiene la nariz sangrante.
Ignorando su comentario la obligué a caminar más rápido, mientras más acabamos, más me percataba del mal diseño que tenía el edificio del colegio. Solo se me ocurría una razón para que la enfermería estuviera en uno de los últimos edificios, y dicha razón involucraba redes de crimen organizado.
Las miradas de varios alumnos al verme mover los hombros de Clary para acelerar su paso eran de burla o sorpresa.
Llegar a la enfermería pareció un premio luego de aguantar un par de risitas que nos dedicaban algunos alumnos de nuestra generación.
Ayudé a que Clary se sentara en la camilla, yo me senté sobre mi mochila al otro lado del cuarto para evitar tomar la silla en la que los estudiantes solían esperar a sus amigos, para así dejar en claro lo poco que me importaba la situación.