Reto uno: Enamorar al nerd

6. Atrapados, ayuda

 

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6. Atrapados, ayuda.

Joshua

   Habían pasado diez minutos desde que estaba en el salón de matemáticas, empezaba a impacientarme porque no llegaba la persona a quién tenía que ayudar. Era mi primer día como tutor, y a decir verdad no me hacía mucha ilusión perder mi tiempo tratando de educar a un idiota carente de neuronas, pero realmente necesitaba dinero extra.

   Saqué mi celular en cuanto este empezó a sonar.

   —Buenos días guapo —gritó Jonathan, mi mejor amigo.

   —Idiota —contesté poniéndolo en altavoz para poder sacar mi cuaderno y el libro de matemáticas —.¿Qué milagro te hizo despertar tan temprano?

   Me di un zape en la frente cuando me percaté de que no llevaba mi lapicera, traté de hacer memoria y recordé que en la noche mi hermanita la había tomado para dibujar. Suspiré resignado, mi plan sería pedirle un lápiz a uno de mis amigos cuando los demás llegaran a la escuela.

   —Simple, me desperté temprano porque hoy se estrena la nueva temporada de mi anime favorito. —Nunca entenderé a mi mejor amigo, llegó tarde a la boda de su hermano mayor pero se despierta a tiempo para ver un capítulo que podría ver regresando de la escuela.

   El mango de la puerta comenzó a moverse, como si alguien estuviera por abrir.

   —Adiós tarado —colgué la llamada y me agaché para meter mi celular dentro de la mochila, aproveché para quitarme el molesto suéter del uniforme.

   Escuché como la puerta se abrió, no pude ver bien quién entró porque seguía ocupado en mi mochila. Si me hizo esperar casi diez minutos no veo el porque no me pueda esperar un par de segundos.

   —Perdón por llegar tarde, es que mis amigos y yo tuvimos que pasar a una papelería para comprar los cuadernos que usaremos durante las tutorías.

   Esa voz, la reconocí al instante, parecía que se quedaría sin aire si dejaba de hablar.

   Sabía que a los tutores no nos permitían saber el nombre de nuestros “alumnos” hasta el día en que nos conocieramos para así evitar que renunciaramos, pero hubiera deseado saber que sería tutor de ella para prepararme mentalmente o irme del país, lo que fuera más fácil.

   La miré sin poder decir nada.

    —Pero compre chocolate —sonrió dándome una barra de chocolate, esta tenía pegado un sticker de carita feliz.

   —¿Por qué?

   —Verás, sabía que te ibas a enojar conmigo por llegar tarde, así que te compré un chocolate para que seas feliz. —Sacó una barra extra de la bolsa de su suéter —.Y en caso de que no aceptaras el chocolate me compré uno para mí, porque si te enojabas tú, yo me iba a enojar también, eso nos llevaría a necesitar felicidad extra.

   Me quedé sorprendido al ver como parecía ser la misma Clary de hace cuatro años, mordí mi labio nervioso y abrí la barra de chocolate.

   —Si crees que puedes comprar a la gente con dulces estás muy equivocada. —dije haciéndole un gesto para que se sentara

   —Pero te lo estás comiendo...

   —Según el programa de tutorías que me mandaron ayer a mi correo electrónico, esta semana empezaremos a estudiar matemáticas —expliqué desviando el tema.

   Clary se dejó caer en la silla y enterró su cara entre sus manos, sabía que no le emocionan los números.

   Su cabello tapó su rostro, siempre me había gustado que su cabello pareciera aclararse bajo la luz del sol.

   Mi yo de trece años hubiera pagado una fortuna para estar a solas en un salón con Clary, pero en estos momentos me contenía de aventarle su chocolate en la cara.

   —¿Cómo es posible que seas incapaz de recordar las fórmulas que hemos aprendido a lo largo de la preparatoria? —Me aguantaba las ganas de gritar de desesperación —.Por Dios Clary, no es tan difícil.

   Solo habían pasado quince minutos desde que iniciamos y no podíamos pasar de la segunda pregunta de la guía que nos habían entregado.

   —Pues tengo una pésima memoria. —Vi como empezó a golpear la mesa con sus dedos, ese sonido me desquiciaba. 

   —No Clary, no tienes pésima memoria, lo que pasa es que durante dos años no hiciste nada durante clases porque sabías que ningún maestro se atrevería a afectar tu calificación y la de tus amiguitos. —Empezaba a desesperarme.

   —Bueno, eso no importa —respondió dándole una mordida a su chocolate y quitándose el saco de la escuela; De nuevo pude ver como tenía la misma pulsera negra del día anterior.

   Esa fue la gota que colmó mi paciencia.

   —No entiendo entonces porque te inscribiste a este programa, deberías haber dejado tu lugar a un estudiante que en realidad quiera, y pueda, aprender —respondí clavando mi mirada en ella.

   —Eso no te importa —susurró sin despegar la vista de su cuaderno —.Tu obligación es ayudarme a estudiar.

   Con suavidad la tomé de la barbilla y la obligué a mirarme. —Entonces haz un esfuerzo por aprender y no me hagas perder mi tiempo. —La solté y regresé mi vista a la guía mientras negaba con la cabeza —.Menos mal que tus padres tienen dinero, porque si dependiera de tu cerebro estoy seguro de que tendrías futuro alguno  —susurré.

   Su libreta se deslizó por la mesa en la que estábamos y cayó en el suelo, ella se levantó y aventó su silla. Sin decir nada más salió del salón.

   Confundido me levanté para recoger su cuaderno, rezando que nadie hubiera escuchado el alboroto y quisiera ir a ver qué pasaba, no entendí porque había reaccionado así, si según ella eso no importaba; Me sentí culpable al ver como la primera hoja de su cuaderno estaba decorada con stickers de caritas sonrientes,




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