10. Razón número uno para recuperarla
Joshua
En mi vida me volveré a involucrar en un reto del que Clary forme parte.
—Entiendo que me obligaras a venir a un centro comercial, pensé que vendrías en busca de ropa, maquillaje, o papel higiénico como era de esperarse —.Metí mis manos en las bolsas del saco —.Pero una juguetería…, ¿no crees que tu infantilidad se está saliendo de control?
—Tu obligación es decirme sí a todo, no cuestionar mis decisiones.
—Creéme, tu vida sería menos desastrosa si te cuestionaras tus decisiones. —Puse mi atención en el pasillo al que me había llevado, era uno en el que predominaban los juguetes de una marca que prometía simplificar varias profesiones para que los niños se sintieran como adultos, claro, sin las ganas de morir que eso conlleva.
—Buscaba esto. —Luego de un par de minutos señaló un jueguito de química para niños —.¿Puedes bajarlo?
No negaré que me causó ternura su falta de altura.
—¿”Mi primer juego de química”? —Leí el título con una gran mueca de confusión —.Si planeas hacer tu propio laboratorio de drogas dudo que esta sea una buena inversión; Lamento ser yo quién te lo informe, pero esos polvos blancos no son de los que puedes inhalar por la nariz.
Me dio un leve manotazo en el brazo para hacerme saber que incursionar en el mundo de las drogas no era su plan inicial.
Al menos eso esperaba.
—Ve a pagar —.Me dio su cartera como si fuéramos amigos de toda la vida, (técnicamente lo éramos) —.Iré a buscar algún cuaderno lindo.
Me encogí de hombros, por primera (y última vez) le daría la razón sin cuestionarla.
Me formé tamborileando con mis dedos en la caja.
Frente a mí había una viejita de pelo negro muy sonriente, parecía ser feliz al observar los cientos de juguetes que adornaban la tienda.
Sonreí al ver que llevaba el mismo juego que había escogido Clary.
Al parecer ella se percató de lo mismo porque decidió verme de una manera que, si hubiera sido un joven con una pistola en mano, me haría pensar en que estaba en el momento justo para decir mis últimas palabras.
—¿Es para tu hija? —Sonrió achicando los ojos, se veía como una buena persona.
Negué con rapidez como si ella fuera mi abuela y pudiera regañarme por tener una hija a mis diecisiete años.
—No, no —forcé una risita —.Es para una… —Mordí mi labio en espera de que mi mente arrojara la palabra que definiera la relación, o la falta de ésta, que tenía con Clary —.¿Conocida?
—Bueno, si le estás comprando un juguete creo que debería pasar de conocida a amiga —sonrió con ternura —.De preferencia a novia.
Bajé la mirada y sonreí nervioso.
—¿Usted por qué compró el juego? —Me pareció cortés preguntar.
—Oh. —Movió su mano para quitarle importancia —.Mi esposo y yo solemos comprar juegos de esta empresa, nos parece una buena forma para pasar el tiempo.
No pude evitar sentir ternura al pensar en la dinámica de esa pareja.
Abrazó el juguete alegre. —El mes pasado mi esposo compró un pequeño juego de astronomía, ¿sabes que es eso?
Levanté mi mirada al escuchar la palabra astronomía, pude sentir un pequeño dolor en mis mejillas al sonreír genuinamente.
—Por tu reacción puedo intuir que, al igual que mi esposo, eres un amante de las ciencias y las estrellas. —Apretó mis mejillas —.Puedes conseguirlo en esa sección —señaló el lugar en el que había estado minutos antes.
Sentí una mano en mi hombro, me giré y Clary me dio un cuaderno.
—¡Lo encontré! —La vi emocionarse como una niña pequeña —.Y también agarré esto. —Levantó una red con pelotitas antiestrés.
Acepté los objetos.
—Tu conocida es muy bonita —expresó la viejita con una sonrisa cómplice —.No sé por qué pierdes el tiempo y aún no le pides ser tu novia. —Lo último lo verbalizó mirándome.
Antes de que pudiera responder algo la fila avanzó y ella aprovechó para escabullirse de la conversación.
—Conocida. —La sonrisa de Clary reflejaba diversión.
—No te emociones —contesté antes de prepararme para pagar, sonreí al sacar la la cartera de Clary (una chica de diecisiete años con una cartera de “Winnie Pooh” no es algo que se vea todos los días).
Antes de que pasaramos a la caja, la viejita, quién estaba cerca de la salida, me guiñó un ojo. Me pregunté si su marido disfrutaría ese juguete que ella había escogido con tanta ilusión.
Solía disfrutar pensar en la vida de las personas que conocía en la calle, aquellas vidas que eran pasajeras para mí, pero de gran trascendencia para otros; Esa señora, que a mis ojos solo era una encantadora viejecita, en realidad podría haber sido una doctora que salvó miles de vidas.
Nunca sabría si eso era verdad, y esa incertidumbre me permitía creer que era así.
Tampoco podía saber cómo conoció a su esposo, pero hasta que la verdad fuera desvelada estaba en mi derecho de imaginar que había sido en un hospital mientras ambos atendían a un paciente; Así se habrían enamorado de su intelecto, (o de sus gritos).
—¿A dónde vas? Las escaleras a la planta baja están por allá —susurró Clary mientras tiraba de mi sudadera y señalaba al lado contrario.
—Lo sé, pero me niego a bajar cinco pisos de escaleras, el ascensor nos llevará en un abrir y cerrar de ojos.