Reveses de la vida

34. Dejarla partir

Silhouettes - Sleeping at last

Silhouettes - Sleeping at last

No es lo que siento por ti, es lo que no siento por nadie más        

No es lo que siento por ti, es lo que no siento por nadie más. —Jaime Sabines

Eran mediados de mayo y dos meses aproximadamente habían pasado ya desde la última vez que vio a su amada Margarita        

Eran mediados de mayo y dos meses aproximadamente habían pasado ya desde la última vez que vio a su amada Margarita. Más de sesenta días llenos de agonía, incertidumbre y de sentir ese vacío clavado en el pecho. Para entonces ella tenía ya siete meses de embarazo y él se moría por buscarla.

Y todo el mundo a su alrededor era testigo de cuánto le estaba costando mantenerse al margen. Además, y por más que había querido contactarla directamente, no se encontraba en el valor suficiente para luego poder volver a dejarla partir. Entonces, y ante su aparente debilidad, recurrió a mantenerse al tanto de ella por medio de Melissa. Este era un secreto que ambos tenían, ya que no deseaban mortificar a la futura madre y tampoco incrementar la tensión que de por sí ya existía.

Pasó ambas manos por su rostro, percibiendo no solo el cansancio emocional y físico, sino también lo adusta y larga que tenía la barba. Salió de su oficina y miró a la nada, debatiéndose en dejarse llevar por un impulso de estupidez o seguir la voz cuerda de su cabeza. Anduvo hasta el estacionamiento, acompañado de la retahíla negativa de pensamientos que lo consumía día a día. Se deshizo el nudo de la corbata y degustó el insípido sabor de su monotonía. ¡La extrañaba tanto! y cuando estaba sobre la carretera los deseos de ir a ver a Margarita se intensificaron.

Y es que era tan difícil intentar regresar a la normalidad, a sus rutinas de antes de haberla conocido. Era, para ese instante, prácticamente imposible volver a ser el mismo de antes. Porque Maggie se había encargado de erradicar al antiguo Andrew y ahora solo quedaba un pobre y pusilánime hombre que no se halló con el valor suficiente de luchar por la mujer que amaba, incluso por encima de esta. Sin embargo, ¿era este un sentimiento de egoísmo o era de cobardía?

Cuando se internó en la carretera y comenzó a conducir hasta su casa; pensó en lo difícil que estaba siendo para él acostumbrarse al vacío que ella dejó. Y no era que sin ella fuese a morir o desfallecer, sin embargo, la realidad era que su existencia era más colorida y cálida con Maggie en ella. De igual manera, ella la estaba pasando igual o incluso peor, y esto no ayudaba a mermar esa sensación de ahogamiento y frustración.

Al entrar a su casa y saludar a Elena, quien ya se encontraba mejor de salud, se fue a su habitación. Se internó al baño y bajo el chorro de agua fría deseó, solo por ese instante, que el tomentoso vacío que sentía se fuera por el desagüe junto con la espuma y el jabón. Pero la verdad era que, por más intentos que hiciera por despejar su mente, era imposible. Ese malestar que nacía en su pecho y se explayaba hasta la parte baja de su espalda, como una cadena apretando hasta el punto de asfixiar, solo sería extirpado en el momento que él se animara a hacer algo al respecto.

Salió con una toalla torno a su cintura y en el instante que estuvo cambiado, y un poco más recompuesto, le entró una llamada. Era Adelina.

¡Hola, Andrew! —Se la escuchaba muy feliz, demasiado para poder soportarlo. Soltó un suspiro.

—Adelina, ¿qué tal?

Muy bien... No te quiero entretener demasiado, es solo que quería recordarte que hace un tiempo quedamos en ir a tomar un café, espero que no lo hayas olvidado... —Andrew engurruñó los ojos e intentó recordar cuándo y en qué momento él había accedido a tal ofrecimiento.

—Eh..., discúlpame pero no lo recuerdo. Pero bueno, eh, ¿habíamos quedado para hoy? —Se sentía avergonzado, solo esperaba no haberla dejado plantada porque eso solo incrementaría su carga emocional.

No, no quedamos para ningún día, pero..., quería preguntarte si podíamos vernos ahora o mañana, cuando puedas. Necesito decirte algo, es importante.

El hombre soltó un suspiro silencioso, se debatió en negarse y evadirla lo que restaba de la semana. Sin embargo, reparó en que ella no tenía la culpa de sus problemas sentimentales y que, posiblemente, le vendría bien un poco de distracción.

—Yo..., está bien, puedo mañana. ¿Dónde te veo?




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