Reveses de la vida

37. Golpe de suerte

You there -  Aquilo

You there -  Aquilo

A quienes te digan que nuestro amor es extraordinario porque ha nacido de circunstancias extraordinarias, diles que precisamente luchamos para que un amor como el nuestro (amor entre compañeros de combate), llegue a ser en El Salvador el amor más ...        

A quienes te digan que nuestro amor es extraordinario porque ha nacido de circunstancias extraordinarias, diles que precisamente luchamos para que un amor como el nuestro (amor entre compañeros de combate), llegue a ser en El Salvador el amor más común y corriente, casi el único. —Roque Dalton

Margarita se bajó del auto de Melissa, y esta última se fue a buscar un estacionamiento, mientras que su amiga entraba al edificio donde trabajaba Matías junto a su padre        Margarita se bajó del auto de Melissa, y esta última se fue a buscar un estacionamiento, mientras que su amiga entraba al edificio donde trabajaba Matías junto a su padre. Era un día miércoles, el clima era agradable gracias a las lluvias tempranas.

La futura madre, desde el día de su encuentro con Andrew —casi una semana atrás—, decidió que hablaría con su ex pareja; con el propósito de advertirlo de que su abogado contaba con muchas pruebas sobre el amorío que mantuvo con su prima y que incluso estaba dispuesta a llegar hasta un tribunal si él se negaba a llegar a un acuerdo. Y sí, quizá podía verse como un chantaje, pero Maggie había entendido que esta era la única forma de amedrentar a su ex: jugando su propio juego, pero ahora ella impondría las reglas. Ella trataría de tener el control de una vez por todas.

Solo esperaba que ambos llegaran a un acuerdo civilizado y ninguno se viera en la necesidad de compadecer frente a un tribunal. Margarita quería, rogaba para sus adentros, por que su ex pareja fuera un pelín civilizado y se resignara. De verdad, esperaba apelar a su raciocinio y hacerlo comprender que llegar a un arreglo era lo mejor.

Luego de anunciarse con la recepcionista del lugar, subió por el elevador hasta uno de los pisos más altos. Cuando llegó al piso en cuestión, una mujer ya la esperaba, pues esta la hizo pasar hasta la oficina de Matías para que lo esperara en lo que salía de una reunión. Accedió y, a pesar de que ya se sabía el camino, se dejó guiar por el pasillo, hasta atravesar una gran puerta de vidrio templado, cuya tenía una placa de bronce con el nombre de su ex.

Adentro todo seguía tal cual recordaba. La oficina era de colores sobrios y acabados elegantes, sofisticados. Sin embargo, se apreciaba en cada recoveco mucha soledad y frialdad, asimismo los recuerdos aparecieron uno a uno de ella en ese mismo lugar, pero en circunstancias completamente diferentes.

Se acomodó sobre uno de los sillones de una mini sala que contaba la espaciosa oficina y, sin poder evitarlo, Margarita se cuestionó sobre en qué momento Matías se perdió tanto. En qué instante se convirtió en ese hombre frío, inescrupuloso y lleno de rencor, ambición.

Y por qué ella lo permitió.

Al cabo de unos minutos, escuchó que la puerta se abría. Salió de su introspección, se arrellanó en el asiento y cuando escuchó pasos, giró en dirección de la puerta para encontrarse con la intimidante imagen del señor Fabrizzio Hunt, su ex suegro.

—Hola, Margarita. ¿Cómo estás? —Con ademán elegante se desabotonó su saco y tomó asiento frente a ella. Traía un sobre amarillo en sus manos.

—Todo va bien, gracias por preguntar —respondió, sintiendo un nudo instalándose en el inicio de su garganta.

—Me dijo la secretaria que estás esperando a mi hijo, lamento decirte que él está en una reunión y no podrá atenderte. Pero descuida, por eso estoy aquí, porque yo también quiero conversar contigo.

Ella dio un leve asentimiento y estrujó su bolso que tenía sobre las piernas.

—De acuerdo, ¿qué sucede? —Y recibió una sonrisa afable en primer respuesta.

—Sé que ya no deseas estar junto a mi hijo... —Las alarmas de Maggie se dispararon el acto, sintió un escalofrío reptarla por toda su espalda e, inevitablemente, percibió que haber venido fue una mala idea. Sin embargo, ante la aparente incomodidad que ella demostró, él se apresuró a decir—: No me malinterpretes, no estoy aquí para exigirte que lo aceptes, de hecho lo más apropiado sería ofrecerte una disculpa por todo lo que mi hijo te ha hecho.

—Gracias, pero creo que Matías ya es lo suficientemente grande como para aceptar sus errores, y para que usted no tenga que hacerse cargo de ellos.




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