«La gente está loca»
Hace tres días, mi padre me sacó de la comisaría por no portar mi identificación. Hoy es el turno de sacar a mi hermano.
Era el día libre de mi padre y el recién se sentaba en el sillón para leer el periódico y ver las noticias al mismo tiempo, cuando el teléfono a su lado comenzó a timbrar. Yo estaba en la cocina preparándome una tortilla con queso y una taza de café.
Puso el altavoz solo para no soltar el periódico. —¿Aló?
—¿Señor Montenegro?
—Sí, soy yo.
—Espero no molestar demasiado, pero su hijo Tobías está en la comisaría y no lo puedo dejar irse hasta que usted venga por él.
—Ay no, ¿y por qué lo detuvieron?
—Él y otro chico tuvieron una pelea con otros dos jóvenes del equipo contrario de fútbol.
—Gracias oficial, voy para allá.
Me senté en el sofá con mi taza de café y la tortilla, conteniendo una sonrisa por lo que había hecho mi hermano y porque papá lo castigaría. No es la primera vez que tiene una pelea.
—Julia, deja tu tortilla, me vas a acompañar —mencionó papá.
—¿Por qué tengo que acompañarte?
—Porque quiero y listo.
Sin muchos ánimos, guarde mi tortilla para después y fui con papá a la comisaría.
Cuando llegamos, me llevé dos sorpresas. Una fue que Toby estaba sangrando en una de sus cejas y la boca. La otra fue ver a Franco sentado frente a Toby, él fue el otro chico, tenía un poco de sangre en sus nudillos y nariz.
Los chicos del otro equipo estaban hablando entre ellos y viendo a Toby y Franco fijamente.
—¡Dios mío! Estos hijos que me hacen pasar mucho tiempo aquí últimamente. Disculpe la molestia, oficial, créame que esto no volverá a suceder y que los Montenegro no volveremos aquí —dijo papá.
—Tranquilo, señor.
—Tobías, tenemos mucho de qué hablar —dijo mi padre. No pude evitar reír por lo bajo.
—¿Qué hace Julia aquí? —preguntó mi hermano.
—No lo sé, solo quería estar seguro de que no haga nada para terminar aquí en la comisaría de nuevo —aclaró papá y se fue a firmar unos papeles.
Franco soltó una risita igual a la que yo solté hace quince segundos. Volteé lentamente hacia él.
—Franco —dije en forma de saludo.
—Montenegro.
—No sabía que eras de esos problemáticos.
—No sabía que eras de esas personas que olvidan su identificación en casa cuando son extremadamente meticulosas.
—Eso quedó en el pasado.
—Pues yo no soy problemático, fue un pequeño desvío.
—Creo que si le digo una sola palabra a mi hermano en este momento también me va a dejar sangrando, pero no me puedo perder el chisme y lastimosamente eres mi única opción. ¿Qué sucedió?
—Estábamos jugando un partido amistoso—
—¿Amistoso? —interrumpí.
—Estábamos jugando un partido, y uno de los chicos allá sentados se rehusó a seguir las reglas, entonces tu hermano empujó al chico y luego llegó el otro a empujar a tu hermano, después fui a tratar de arreglar la situación hablando como personas civilizadas, pero uno de los del otro equipo le dio un puñetazo a tu hermano y sin darme cuenta lo empujé. Lo demás son puros golpes entre los cuatro.
—O sea que defendiste a Tobías.
—Algunos Montenegro sí me caen bien.
Levanté una ceja. Mi padre llegó y salimos de la comisaría. En la puerta nos encontramos al padre de Franco, el casi mejor amigo de mi padre.
—¡Bernardo! —exclamó mi padre.
Bernardo se quedó viendo a Toby y negó con la cabeza y dijo—: Estos jóvenes, ¿recuerdas cuando nos metíamos en peleas?
—Como si fuera ayer —dijo papá.
—Ha sido bueno verte, Humberto, aunque haya sido en estas circunstancias. Ven a mi fiesta de cumpleaños hoy en la noche, trae a tus hijos.
—Claro, ahí estaremos.
Subimos al auto y hubo mucho silencio hasta que Toby rompió el hielo y dijo—: ¿Vamos a ir?
—Claro que vamos a ir —dijo mi padre—, Bernardo es mi amigo y no nos podemos perder su elegante fiesta de cumpleaños. Vamos a comprar ropa formal, para que no suceda como en la fiesta de Victoria.
—¿Elegante? —preguntó Toby.
—Sí, ya sabes cómo son los Villareal, adinerados.
—Y arrogantes —susurré.
—¡Julia Fernanda! —exclamó papá. Recordar mi segundo nombre me hizo querer vomitar.
—Perdón papá, pero es lo que el hijo de Bernardo me ha demostrado en los últimos años.
—¿Crees que invitarte a un helado y pedirte ayuda para el proyecto comunitario sea arrogante?
«Rayos» pensé «¿Cómo lo sabe?».
—¿Qué? —preguntó mi hermano con una sonrisa.
—¿Por qué no me lo habías contado? —reclamó mi padre—. Sabes que después de Fabricio sería un honor que el hijo de mi mejor amigo sea tu novio.
—¿Te gusta Franco? ¡Mierda! Jaja —rió Toby.
Le di una mirada asesina y luego le dije a mi padre—: Justo por eso no te había contado papá, lo del helado fue parte de una tarea y el proyecto es porque él y yo hacemos buen equipo. No tienes que malinterpretar todo y creer que por salir a comer un helado me gusta Franco, y no deberías decirme cuál chico sería mi novio ideal, porque aunque seas mi padre y te respete no tienes que entrometerte en ese tipo de cosas.
Nunca, nunca le había hablado así a mi padre, y me sentí culpable, pero era la verdad.
—Bien Julia, si quieres saber cómo sé todo eso que no me contaste me lo dijo Bernardo, quien al parecer tiene buena comunicación con su hijo porque él sí se lo ha contado.
—Pues Bernardo debería tenerle un poco de respeto a su hijo y no andar contando sus cosas.
No sé porque me enfureció tanto que mi padre también creyera que me gusta Franco. Mis mejores amigos lo hacen y ahora mi padre. La gente está loca.
Después de la primera discución con mi padre en toda mi vida, seguimos el camino sin decir una sola palabra, lo único que se escuchaba era la música de Toby a través de sus auriculares, que luego papá arrebató porque recordó que está castigado.