«Tus apuntes se parecen a tí»
De nuevo me dirigía a casa de Franco, el martes decidimos que no era necesario que yo viniera todos los días a darle los apuntes a mi compañero, así que ahora tenía que explicarle lo que aprendimos durante miércoles, jueves y hoy viernes. Por suerte esta semana había sido muy calmada, era semana de entrega de informes, así que casi la mitad de los profesores suspendieron su clase para dedicarle tiempo a las calificaciones.
Con los nervios al tope, igual que el viernes, toqué la puerta de su casa. Una sonrisa se me escapó al recordar que a Franco no le gusta tanto la geografía como la física, pues no me besó otra vez.
Marielos abrió la puerta con una enorme sonrisa que le marcaba unas «patas de gallo» en su rostro. No entendía como yo le agradaba tanto si apenas le había dirigido la palabra, pero ella también me agradaba a mí. Me saludó y de nuevo me hizo subir a la habitación de Franco, esta vez la puerta estaba abierta, aun así no entré hasta que Franco me dijera.
Él estaba sentado a la orilla de su cama viendo hacia el suelo, estaba usando una pantaloneta azul que dejaba ver su rodilla, no estaba tan hinchada como antes, pero estaba muy roja. Estaba despeinado y su cama estaba desacomodada y supongo que su ropa era un pijama, otra vez lo encontré sin gafas puestas.
—¿Durmiendo a las 2:30 de la tarde? —pregunté desde la puerta.
Levantó su cabeza asustado e inconscientemente acomodó su cabello. —No tengo nada más que hacer aquí encerrado. Entra, Montenegro.
Me daba rabia que apesar de que estaba desastroso me parecía lindo, porque mi atracción por Franco iba más allá de lo físico, mucho más allá.
—Veo que tu rodilla está un poco mejor. —Entré a la habitación y me dirigí a la silla del otro día.
Franco resopló y dijo—: Pues, no me ha dejado dormir unos cuantos días, pero al menos ya no parece un melón. ¿Qué me trae nuevo hoy, señorita Montenegro?
La palabra «señorita» me hizo sentir la cosa extraña del estómago. —Hoy traigo un montón de temas acumulados de diferentes asignaturas, demostrando que soy una buena compañera y que cargo cosas de más para ayudar a un compañero.
—¿Nada de física?
Sonreí. —Nada de física.
—Mmmm, qué mal.
—No sabía que te gustaba tanto la física.
—No me gusta tanto, pero a tí sí y eso es lo que me gusta.
Ignoré su comentario o más bien lo respondí solamente levantando mis cejas. —Traje apuntes de literatura, química, psicología, historia, informática e... inglés.
—¡Maldita sea! Odio inglés.
—Pues yo amo inglés, así que comenzaremos por ahí.
—Me gusta mucho química, ¿podemos empezar por ahí? —preguntó Franco con una expresión triste fingida.
—Lo que te guste se queda de último, Franco. Contigo no se sabe qué pasará cuando algo te gusta.
—Son muchas cosas y no hay mucho tiempo, ¿qué tal si le tomo fotografías a psicología, historia e informática y me explicas las demás?
—¿Y quién te va a explicar las fotografías?
—Montenegro, creo que puedo entender yo solo los apuntes.
—¿Entonces qué hago yo aquí? Pude haber tomado fotografías de todo y solamente enviártelas.
—¿Y cuál sería mi excusa para verte? —cuestionó Franco.
Deseaba que un marcapasos apareciera mágicamente en mi corazón, porque mi ritmo cardiaco no era normal.
¡Qué patética podía ser y no lo sabía!
Un simple comentario me hacia sentir un Big bang de emociones, aun así siempre lograba actuar «normal». —Ya me has visto durante once años seguidos, dos semanas sin mí no te van a hacer olvidar mi cara. ¿Alguna vez has tenido una conversación extensa con alguien en inglés?
—No.
—Bien, felicidades, es tu primer día.
Literalmente tuve una conversación casual con Franco en inglés, aunque fue un poco difícil, ya que yo no conocía mucho sarcasmo en inglés (cosa esencial en nuestras conversaciones casuales) y él no conocía mucho en general. Definitivamente a Franco no se le da el inglés.
—¿Qué hay de literatura? Necesito un poco de español en mi vida.
—No mucho, ¿ya leíste Frankenstein?
—No.
—Entonces me retracto, hay mucho. Tienes que leer el libro en una semana.
—¿Y?
—Y ya, eso es todo lo que hicimos en literatura. Es semana de informes, suspendieron muchas clases.
—¿Sigue química? —preguntó Franco.
Los nervios me invadieron otra vez, porque según él le gustaba mucho química. Y recuerdo perfectamente lo que pasó la última vez que le gustó una asignatura, me hizo sentir en el cielo.
—Enlaces covalentes —respondí—. Los estudiamos la semana pasada, ¿recuerdas?
Resopló. —Por supuesto que los recuerdo.
—Bien, entonces no hay nada que explicar, solamente hicimos estos ejercicios. —Le mostré mi cuaderno de química señalando los enlaces covalentes.
—Tus apuntes se parecen a tí, Montenegro —mencionó Franco. Comenzó a escribir los ejercicios en su cuaderno.
La verdad no comprendí su comentario, así que dije—: ¿Qué quieres decir?
—Que son muy bonitos, ¿me prestas tu pluma? Parece que es muy cómoda —dijo sin levantar la vista de su cuaderno.
Extendí mi pluma hacia él aún sorprendida. Me preguntaba desde cuándo Franco expresaba sin miedo que yo le gustaba, ¿cómo era tan valiente para decirme esas cosas? Yo también soltaba mis comentarios de vez en cuando, pero solo como respuesta a los de él.
Al terminar sus apuntes, Franco me miró unos segundos a los ojos y dijo—: ¿Estás nerviosa por el examen? Falta poco para el miércoles.
Por supuesto que estaba nerviosa, me costaba dormir por las noches, a veces entraba en pánico porque sentía que no iba a poder, había entrenado mi cerebro para ver las cosas con una lógica diferente gracias a los ejercicios de internet y contaba los días para hacer el examen y liberarme del estrés. —Solo un poco, ¿y tú?
—Igual...