Dos semanas después.
Patrick hizo una media sonrisa, levantando sus ojos de su almuerzo y mirando a la hermana Bernadette sentándose frente a él, con un poco de dificultad pero disimulando.
-¿Estás bien? -le preguntó la hermana Evangelina, y la joven monja asintió.
-Ya estoy cansada de tantos cuidados -murmuró, lanzándose a su comida. Patrick rió apenas.
-Es duro cuando uno está acostumbrado a cuidar de los demás -dijo, trozando un pan y pasándoselo.
Ella comió con gusto, algo que alivió a Patrick. Estaba más animada, con más color y si la observaba bien, hasta podría decirse que había aumentado de peso durante su reposo obligatorio.
Ramón ya había terminado de comer así que se apretujó contra ella, contándole cosas en su idioma y aunque ella hizo una mueca de dolor aceptó el abrazo del niño sin alejarse de él.
-¿Así que estás emocionado por la fiesta? -dijo ella, alisando el cabello del chico.
Ramon asintió y con sus manos hizo un despliegue contando todo lo que sucedería en la “fiesta”.
La hermana Evangelina refunfuñó al lado de Patrick.
-Es solo una fiesta de cumpleaños, no sé porque tanto espamento.
-¿Quién cumple años? -Patrick miró alrededor, las enfermeras también parecían planear cosas.
-El novio de Chummy -respondió la monja, diciendo aquello como quien espanta una mosca.
-Haremos una fiesta mañana por la noche -Fred alejó su plato limpio de comida, satisfecho- El prometido de Chummy, el policía, cumple años y ella quiere festejarlo aquí.
Patrick frunció el ceño. La situación reclamante no estaba como para perder tiempo festejando cumpleaños de desconocidos. Ciertamente el hospital estaba desbordado, de la ayuda económica del gobierno no había ni noticias y todos estaban agotados física y mentalmente.
De pronto lo comprendió. Justamente por eso, necesitaba una distracción.
Las enfermeras terminaron de comer y comenzaron a juntar los platos para lavarlos. La hermana Monica Joan anunció algo acerca de preparar regalos y se fue junto a Ramón con dirección al camino. Afuera, el calor era implacable, y si enero le había parecido un infierno, febrero realmente era el séptimo círculo de Dante. La temperatura no bajaba de 40 grados y a ciertas horas, subía aún más. Creyó que para esta altura de su estancia ya estaría acostumbrado, pero la verdad era que no lograba hacerlo. Ya no se desmayaba, pero a veces quería hacerlo solo para, durante unos segundos, no estar consciente del calor y la humedad que lo rodeaban.
Ayudó con los platos, y cuando todo estuvo limpio, fue hacia el hospital.
Allí, la realidad del calor era cien veces peor. Dos ventiladores habian cometido el suicidio, hartos de trabajar dia y noche. Patsy compró uno nuevo, y consiguió otro, más pequeño, como donación de parte de un comercio en Argentina.
En un pasillo del hospital, las monjas habían acomodado dos catres de campaña y allí estaban acostados dos hombres. Ya no había espacio en las salas comunes.
Con fastidio se quitó la bata, húmeda de sudor. No tenía mucho sentido llevarla puesta cuando apestaba así. Siempre solícita, Cynthia la tomó y le dijo que la llevaría a lavar. Con el sol que había, se secaría rápidamente, pero Patrick sabía que la empaparía de sudor nuevamente en cuestion de minutos.
Controló a los dos hombres en los catres. No estaban graves, pero el dengue era el menor de sus problemas. Patrick podía ver los efectos de la desnutrición en épocas tempranas de sus vidas, y cómo los había afectado, junto con el trabajo duro en el monte. Ninguno de los dos pasaba de los 30 años, pero parecían de más de 50.
-¿Cómo te hiciste esto? -preguntó, tomando la mano de uno de ellos. El dedo meñique de la mano derecha tenía solo la mitad de una falange.
El hombre salió de su sopor, y le pidió que le repitiera la pregunta. Patrick se enorgullecía de haber aprendido bastante español en esos días, pero sabía que muchas veces su pronunciación no era correcta y se le dificultaba hacerse entender.
Le repitió la pregunta, y el hombre respondió.
-Fue cuando era niño, estaba trabajando para…un hombre que talaba árboles. Se metían los troncos en una máquina que los cortaba y…me agarró los dedos. Cosas que pasan.
No era la primera vez que, estando aquí, oía sobre accidentes de trabajo. Lo sorprendente era la naturalidad con la que estas personas lo tomaban. Graves accidentes, la mayoría ocurridos en la niñez, una niñez trabajadora y sacrificada.
Pensó en Tim. Bueno, no había momento en el que no pensara en su hijo. Cuando no pensaba en Tim, pensaba en la hermana Bernadette, y ambas personas lo tenian en una constante tortura. La hermana Bernadette, bueno…por obvias razones. Cada día, estaba más obsesionado con ella.
Pero con Tim, las cosas eran distintas. Su hijo se había enojado con él cuando Patrick no lo llamó como había prometido, y nuevamente le recriminó que lo haya dejado en Londres. Luego, el chico pareció comprender que su padre había tenido un “accidente” y la comunicación entre ellos volvió a ser más o menos fluida a través de llamadas o mensajes.