«¿Era posible sentir tanta paz? Para mí no lo era y mucho menos con la tortura que me esperaba todos los días en casa.
Sin embargo, sentía un sosiego incomparable en mi alma que creía estar soñando... O muriendo.
Era probable que fuera la segunda opción y quizá sería mejor ¿no?
Esta calma era preferible a vivir tantos días de tormento constante, de gritos, de golpes, de noches en vela, del temor por la vida de mi madre...
Definitivamente, se sentiría mejor morir aunque sea a manos de ese infeliz.
Acaricié con extrañeza los pétalos de una rosa que cada vez más se hacía visible en la penumbra de mis sueños. Era hermosa, suave y de un color vivo, tan rojo como una cereza.
Uno de sus pétalos se desprendió suavemente entre mis dedos, lo sostuve con una pequeña sonrisa. Mi piel se veía más blanca de lo normal y esto resaltó el llamativo color de mi cabello que en ondas delicadas caía a cada lado de mi rostro, acariciando la fina prenda en la que mi cuerpo estaba enfundido.
Era un vestido rojo, con un escote de corazón que se ajustaba a la cintura y luego se extendía hacia abajo, cubriendo mis piernas y mis pies en su totalidad. Podía percibir un suave y fresco césped acariciarme la piel bajo el vestido.
Mis ojos volvieron hacia el pétalo entre mis dedos que de pronto empezó a sentirse más cálido de lo normal hasta que de pronto, se deshizo en una larga linea de líquido carmesí que deslizándose por la palma de mi mano, comenzó a cubrirme la piel, extendiéndose por mi brazo, mi pecho... Cortándome la respiración una vez noté que se dirigía a mi rostro...»
Jadeé sin aire en mis pulmones al tiempo que abría mis ojos aturdidos por la luz que me pegó de lleno en la cara. Los cerré y abrí de nuevo acostumbrándome a esta.
Miré el techo extrañada. Estaba... ¿En un hospital?
Traté de moverme un poco sobre la camilla fría pero el dolor en mi cuerpo y el collarín me inmovilizó por competo. Me quejé llamando la atención de la persona que podía ver de reojo, descansando en el sillón lateral de la habitación, esta resultó ser mi madre que con gesto de preocupación se acercó a mi lugar.
—¿Cómo te sientes, cariño?—inquirió acariciando mi cabello.
Suspiré recostando mi cabeza en la almohada, sentía que mi cuerpo se partía en dos literalmente.
—Más o menos...—susurré volteando levemente hacia ella. Había hecho un gran trabajo aplicando maquillaje en su rostro para ocultar los golpes de marcus.
Reprimí una sonrisa de ironía sólo porque mis labios dolían incluso cuando hablaba. Mi mamá vertió agua en un vaso y me dió a beber. Mi garganta volvió a la vida al instante.
Segundos después un señor de mediana edad, bata blanca y pelo oscuro entró a la habitación seguido de una enfermera, quien se dedicó a revisar los monitores a los que yo estaba conectada.
El doctor echó un vistazo a mi historial clínico y luego dirigió su atención a mí.
—¿Cómo te sientes, Anna? ¿Recuerdas algo del accidente?—preguntó con amabilidad. Resoplé mentalmente.
“Accidente”
—No mucho—contesté en voz baja, el doctor suspiró.
—Es normal que tengas una leve confusión, la caída fue fuerte—fruncí los labios desviando mi vista hacia mi madre, quien tenía la mirada perdida en las sábanas que me cubría las piernas—te recetaré pastillas para el dolor por si este persiste, es importante que te mantegas en movimiento sin esforzarte mucho ¿de acuerdo?
Asentí con la cabeza mientras el doctor anotaba en un papel y se lo extendía a mi madre.
Asi que, solo fue un simple accidente.
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Debí suponer que mi madre no se atrevería a exponer las verdaderas razones de mi “accidente” ni siquiera por mí. ¿Ella enserio no iba a hacer nada para defenderme? ¿Al menos para dejarle en claro a marcus que con su hija no podía meterse?
Su rostro era taciturno, pero no mostraba ninguna señal de querer hacer algo para frenar ese asunto y eso era lo que más me enervaba. Se supone que era mi madre, no podía dejar pasar por alto ese incidente.
Sabía que por ella nunca hacía nada sin embargo, hablábamos de mí, de su hija a quien debía proteger ¿Cómo era posible que estuviera tan tranquila al mentirle a los doctores diciendo que los moretones en mi rostro también habían sido causados por las escaleras?
Recosté decepcionada mi cabeza en la ventana del taxi que se dirigía a mi casa. A esa casa donde no quería volver, prefería estar debajo de un puente. Quizá ahí había un poco más de paz.
Mi madre no hablaba y yo mucho menos, me dolía todo y el cuello ortopédico no ayudaba en cuanto a mi comodidad.
Al llegar a casa, salí del taxi con cuidado tratando de no moverme muy rápido para evitar las punzadas de dolor en mis extremidades. Mi madre llegó hasta mi cuando escucho un leve quejido que emití al tratar de caminar sola.
De pronto un estruendo se hizo notar desde el interior de nuestra vivienda frenando en seco nuestros lentos pasos hacia la puerta, esta se abrió con estrépito seguido del cuerpo de alguien cayendo casi a nuestros pies.
Mi mamá gritó sorprendida alejándome rápidamente de los dos hombres que tirados en el suelo, uno encima del otro, se agredían físicamente.
Entonces me dí cuenta con terror de quienes se trataba. Eran marcus y james, mi hermano mayor. Este golpeaba al hombre mayor con frenesí sin darle oportunidad de corresponderle mientras forcejeaba con él para no dejarlo ir.
—¡James! ¡James, por favor basta!—gritó mi mamá, tratando de acercarse para separarlos.
Yo no moví un músculo.
Estaba pasmada viendo como mi hermano golpeaba a marcus en la cara sin piedad, llenándose los nudillos de la sangre que inevitablemente salía de la boca y de la nariz del mayor.
Un leve mareo me sacudió al instante, opacando de pronto los gritos y sollozos de mi madre, los quejidos y gruñidos de marcus, los golpes de los puños de james... Todo empezó a escucharse muy lejano y de repente, una arcada me hizo caminar con apuro hasta la hierba verde que rodeaba la casa.