Roma Danthegreri : La Rosa Blanca

CAPÍTULO 2: Polvo y Cristal

El sol de Madrid se estrellaba contra los ventanales de la Torre Danthegreri, un titán de cristal y acero que dominaba el Paseo de la Castellana. Dentro, en el piso 25, Clara García empujaba su carrito de limpieza por un pasillo alfombrado donde el silencio pesaba más que el cubo de agua sucia que rechinaba en sus ruedas.

Siete años habían transcurrido desde que el mundo se le había desmoronado. Su pelo, una cascada oscura, era ahora un castaño rojizo cortado a los hombros, con un flequillo lacio que le caía sobre las cejas como una cortina para sus ojos verdes, ahora opacos. En su antebrazo derecho, asomando bajo la manga del mono azul oscuro manchado de lejía, un tatuaje de rosa blanca estilizada con espinas negras era el único vestigio de belleza en su presente gris. Su cuerpo, siempre esbelto, estaba ahora marcado por el esfuerzo: músculos tensos de cargar cubos, hombros firmes de estirarse para limpiar los ventanales que ofrecían vistas panorámicas de una ciudad que nunca sería su hogar.

— “Oye, Clara” —la voz de Marta, la supervisora, cortó el aire como un cuchillo—. “¿Te sobra agua en ese cubo o vas a seguir chapoteando como una foca en charca?” —Avanzó con tacones que claqueaban sobre la alfombra.—. “Hay que ahorrar. La empresa no es tuya, ¿sabes?”

Clara no levantó la vista. Respiró hondo, el olor a amoníaco de su bayeta llenándole las fosas nasales, anclándola al presente.

— “Sí, señora Marta. Disculpe.”

Las burlas eran diarias. Miradas que la escaneaban como ganado defectuoso. "Parece un saco de patatas", "Qué guarrada ese tatuaje, pareces carcelera", "La muda, ¿no tendrá nada interesante que decir?". La trataban como un mueble necesario pero desagradable. La palabra basura flotaba en el aire.

— “Y no te entretengas en el baño de ejecutivos hoy” —añadió Marta, pasando junto a ella con una nube de fragancia que hacía arder los ojos de Clara—. “El señor Jonas tiene visita importante. Que quede reluciente. ¿Entendido?”

— “Entendido, señora Marta.”

Clara asintió mecánicamente. Jonas. Ottavio Daniel Jonas Danthegreri. Su hermano. El heredero del imperio familiar. El traidor. Mientras fregaba suelos o pulía cristales, sus oídos captaban los ecos:

"—anoche en Sibaris... botellas de Dom Pérignon como agua. Y esa modelo colgada de él—"

"—... el trato con los saudíes en el aire porque Bush exigió un 'regalo'... de esos que no se declaran—"

"—... pobre Alan, el abogado nuevo. Casi lo despachan por cuestionar una cláusula de Medina... Daniel dijo que 'no entendía el juego real'—"

"—... marketing con recortes otra vez. Flora al borde de un ataque. Pero Daniel dice que sobran 'lujos' como el bienestar del personal—"

"—... ¿viste cómo humilló a Sebastián? '¿Eres idiota o qué? ¿Tu cabeza solo sirve para tonterías musicales?'—"

Clara terminó de limpiar los lavabos de mármol del baño de ejecutivos. Su reflejo desdibujado en el espejo era un fantasma en azul. Al salir al pasillo, las puertas del ascensor ejecutivo se abrieron. Dos hombres emergieron.

Ottavio, con traje italiano tan oscuro que casi negro, camisa blanca abierta de más, reloj de platino que valía una década de su salario. Su rostro, antes compartido con ella, ahora era duro, marcado por líneas de arrogancia y excesos.

Alan lo seguía, traje modesto pero impecable, carpeta bajo el brazo, expresión tensa pero con una rectitud que desentonaba en aquel nido de víboras.

Alan vio a Clara agachada junto al carrito. Vaciló, luego hizo una pausa breve.

— “Buenos días” —dijo con una inclinación de cabeza cortés. Clara levantó ligeramente la vista. Sus ojos verdes, visibles un instante bajo el flequillo, encontraron los de él.

— “Buenos días, señor” —murmuró, bajando la mirada. Daniel, que había avanzado, se detuvo y giró con impaciencia.

— “¿Alan? ¿Vienes o que?” —Su mirada vacía rozó a Clara, como si examinara una maceta. Luego el desdén se posó en Alan—. “No pierdas el tiempo saludando al servicio, hombre. Hay cosas importantes que discutir.”

— “Solo era un saludo, Daniel. Cortesía básica.”

Daniel soltó una risa hueca.

— “Cortesía básica es ser eficiente. No arrastrar los pies saludando a…” —Hizo un gesto vago hacia Clara— “esa. Vamos. La reunión con los socios neoyorquinos empieza en cinco. No pienso esperar porque te dé por ser caballeroso con las limpiadoras.”

Dio media vuelta y siguió caminando hacia su despacho, sus pasos resonando con autoridad.Alan lanzó una última mirada a Clara —disculpa y frustración mezcladas— antes de seguirlo.

Clara se quedó inmóvil. El pasillo vacío se estrechó hasta ahogarla. Las palabras de Daniel resonaban:

"Esa".

"No pierdas tiempo saludando al servicio".

"Cortesía básica es ser eficiente".

No era solo desprecio hacia Clara García. Era la traición al legado de su padre. Alexander Jonas, a pesar de sus sombras,: "Trata al portero como al obispo de Roma” le había dicho una vez, "porque ambos son hombres, y la decencia no cuesta nada". Ottavio Jonas había enterrado esa lección bajo capas de arrogancia.

Respiró hondo, anclándose al olor a limpiador multiusos. Clara levantó la mano enfundada en el guante de goma amarillo, y comenzó a limpiar el cristal. Movimientos circulares, firmes, como si pudiera pulir los fantasmas del pasado.




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